Paneles de azulejos de Isfahan (Iran), s. XVII
Tres azulejos con inscripciones coránicas, de una mezquita: "En el nombre de Alá, vuestro Seños quien ha creado los cielos...", Irán, ss. XIII-XIV
Azulejo con inscripción coránica, Kashan (Irán), mausoleo de Yahya en Varamina, 1261-1263
Azulejo exagonal, Siria, s. XV
Azulejos, Siria o Turquía, mitad del s. XVI
Azulejo con uvas, Iznik (Turquía), s. XVI
Azulejo con medallón, Turquía, s. XVI
Las salas de arte islámico de los Museos Reales de Arte e Historia en Bruselas (Bélgica), inauguradas hace seis años, presentan una excelente colección de azulejos, quizá una de las mejores del mundo.
Los azulejos, en la arquitectura islámica tenían una función paradójica: hacer desaparecer la arquitectura. la arquitectura, entendida, como un espacio placentero, un lugar donde morar, sentir y pensar, requería la disposición de azulejos que, una vez dispuestos, eliminaban la razón de ser, y la existencia de la arquitectura. Recreaban un espacio ideal, en el que los muros defensivos ya no eran necesarios. Amén de controlar temperatura y humedad, proporcionando confort, los azulejos que cubrían suelos y sobre todo muros los borraban visualmente. Los motivos vegetales, incluso las escenas más o menos naturalistas del arte de la corte persa, evocaban el Paraíso, o el cielo.
Es cierto que el jardín del Edén tenía límites, como los tenían la tierra y el cielo. En tanto que espacios organizados para la vida (eterna), estaban bien encuadrados. Formas geométricas perfectas los realzaban. Los muros del Edén, sin embargo, estaban formados por filas de plantas o de árboles flamígeros. Eran muros y no lo parecían. El jardín se disponía como un claro en el bosque, un reducto en el que asentarse en medio de espacios aún indómitos e impenetrables donde la vida no podía recluirse.
La decoración a base de azulejos trastocaba el espacio y el tiempo. Retrotraía las estancias al espacio y el tiempo de los orígenes, cuando los azulejos no eran necesarios porque no existían muros que borrar. Creaban un mundo de ilusión. O un mundo primigenio: la fuente de la vida.
(En recuerdo de los dibujantes y escritores de la revista francesa Charlie-Hebdo -capaces de recrear mundos llenos de humor-, asesinados hoy en París)