Fotos: Tocho, Roma, enero de 2015
Era lógico que, apenas hubiera ascendido a la cabeza del imperio romano, en la segunda mitad del siglo I dC, Vespasiano, que defendía valores republicanos -propios del pasado- de austeridad y espacios para el público, mandara enterar el palacio -o el santuario- que Nerón, su predecesor, había encargado a los arquitectos Celer y Severo y al pintor Fabulo.
La Casa Dorada (Domus Aurea), construida a los pies del monte Palatino, no era un palacio. Nerón no dejó de vivir en un palacio en el monte Quirinal. La falta de servicios de la Domus Aurea atestigua que se trataba de un espacio de recepción, o un santuario dedicado al sol Invicto -con el que Nerón se identificaría.
La advocación al Sol tuvo que desagradar o sorprender a Vespasiano como a la mayoría de los romanos. Contrariamente a Mesopotamia y a Egipto, Grecia y Roma nunca concedieron una especial importancia a Helio -lo que no ha dejado de sorprender-, pese a que, en época tardía, Apolo asumiera valores o funciones solares. El culto al sol tenía un gusto oriental.
Del mismo modo, la Domus Aurea, construida en terrenos liberados tras el gran incendio de Roma -causado por los materiales constructivos inflamables, las lámparas de aceite y las calles tan estrechas, bordeadas por edificios demasiado altos, por los que el fuego se propagaba rápidamente-, y apropiados por Nerón, obedecía a un doble plan: un ala planificada como un gran casa romana con un jardín en la parte posterior, y un ala inspirada en palacios helenísticos -en última instancia, en palacios neo-asirios-, que incorporaba uno -o dos- espacios de planta circular, cubiertos por una bóveda, propios de santuarios dedicados a divinidades infernales o ligadas a la tierra y el hogar. Es decir, el palacio estaba planificado a imagen del mundo entero.
La decoración de las estancias -en un estado de conservación defectuoso- puede -pese a que no se ha logrado excavar todo el palacio y no se han conservado todas las estancias, tras haber sido enterradas y utilizadas como cimientos para edificios como las termas de Trajano- ayudar a entender qué quiso Nerón. Tres frescos llaman la atención: la ceguera de Polifemo a manos de Ulises, en una estancia abovedada de la que colgaban estalactitas, como si de la cueva del cíclope se tratara; la revelación del joven Aquiles quien, habiendo sido disfrazado de niña por su madre para que escapara a la guerra de Troya, se desprendió del disfraz y se mostró tal como era ante los ojos de los emisarios de Agamenon que recorrían las cortes vecinas en busca de guerreros; y el rapto de Ganímedes por Zeus convertido en águila, seducido por la belleza del joven pastor.
Estas escenas no son únicas. Pero podrían apuntar al significado de la Domus Aurea: la revelación de Aquiles es un motivo que suele aparecer en tumbas: simboliza el desprendimiento del alma de sus disfraces para mostrarse ante los ojos de los dioses como un alma pura y renacida; la ceguera de Polifemo ilustra bien los valores de la civilización ante la barbarie; y Ganímedes, al igual que Aquiles revelado, es un alma que asciende al cielo en estrecho contacto con la divinidad.
Los tres frescos aluden así al renacimiento, a la vuelta a los origines, es decir a la Edad de oro, que Nerón pretendía presidir. El mismo oro que recubría las estancias no era solo una demostración de poder, sino una evocación de una era en el que el sol brillaba sin nubarrones -que la guerra, los crímenes, las pasiones y la muerte acarrean-. La Domus Aurea pretendía ser tanto un espacio propio de la Edad de oro, cuanto un mecanismo para restaurar dicha Era. Nerón se presentaba así como el monarca -o la divinidad- que regeneraba el mundo, como bien ocurría en mitos o cultos orientales -como el culto a Adonis y a tantas divinidades que se sacrificaban para que el mundo renaciera. Nerón quiso reinar en la Edad de oro. Ésta acontecía en un jardín: un espacio limitado, un horto cerrado -que simbolizaba el mundo. Horto en el que vivían los renacidos.
La Domus Aurea no fue así (solo) un capricho imperial, sino un -delirante- intento de volver a los orígenes; intento solo en parte fracasado, pues su impronta se extendió por todo el imperio, resurgió cuando fue desenterrad a finales del siglo XV -trastocando la historia del arte con sus pinturas fantásticas que alumbraron el Manierismo- y resurge hoy, desde noviembre, cuando, todo y estando en restauración, ha vuelto a abrirse parcialmente al público. Sin duda, la
visita más apasionante que cabe llevarse a cabo en la ciudad de Roma.