Nota: Texto para una publicación sobre el Discóbolo, editado por Planeta, Barcelona, 2017
CUANDO
LAS ESCULTURAS DESCENDIERON DEL PEDESTAL
Estatuaria
arcaica griega, siglos vii-vi a.C.
El
mito: el héroe Dédalo y el origen de la estatuaria
Cuando Dédalo, huyendo de
la ciudad de Atenas, llegó a la corte del rey Minos en Creta, este ya sabía de
las habilidades del héroe. Dédalo estaba emparentado con la familia real
ateniense. Era un artista o un mago: practicaba las artes de la escultura, la
arquitectura y la joyería, pero también las malas artes. Su nombre significaba «habilidoso»,
experto en técnicas artísticas. Pese a su ingenio, fue su sobrino Perdix, que
trabajaba para él, quien inventó tres útiles que harían fortuna: el compás, el
torno y la sierra. Con el primero se podían tomar y trasladar medidas, lo que
permitía realizar proyectos muy precisos; el torno, por su parte, permitía
modelar cualquier forma hasta la perfección. La sierra, que inventó a partir de
las fauces de un tiburón que halló en una playa, escindía las formas que el
compás había silueteado; también tallaba madera, el material básico de la
arquitectura arcaica. Celoso por los descubrimientos, Dédalo asesinó a su
sobrino; pese a formar parte de la realeza, tuvo que escapar de la ciudad antes
de que fuera a ser condenado.
Minos acogió y protegió a
Dédalo a cambio de trabajos que solventaran problemas casi insolubles, como la certera
defensa de la isla ante los posibles ataques de Atenas. El tamaño de la isla
exigía guardas de los que Minos no disponía. Dédalo se inspiró en unas obras
del dios herrero Hefesto, quien adquirió los conocimientos necesarios para la
fundición de los metales de unas divinidades enanas antiquísimas, los telquines.
Hefesto construyó los resplandecientes palacios de los dioses olímpicos, y
forjó numerosos autómatas que se desplazaban a voluntad para atender la corte
celestial y las necesidades de su propia forja.
Dédalo construyó un
autómata gigantesco llamado Talos. Este héroe de bronce, alto y macizo como una
torre de vigía, estaba montado sobre ruedas y se desplazaba a toda velocidad;
rodeaba la isla tres veces al día sin detenerse ni quedarse sin aliento. Se
trataba de un oteador perfecto. Impedía que la isla fuera tomada y también
cortaba el paso a quien quisiera abandonar la corte de Minos.
Los griegos de la época
clásica consideraban a Dédalo el primer arquitecto y el primer escultor. Según el
autor tardío Diodoro de Sicilia (Biblioteca
IV, 76, 1-6), su fama era tal que le fue erigida una estatua en un templo de
Egipto a la que se rendía culto. Los griegos sabían de la relación entre las
artes griegas y egipcias, por lo que pensaban que Dédalo había obrado también
en Egipto:
«Dédalo era de origen
ateniense […]. Sobrepasó a todos los hombres gracias a su talento. Se dedicó
sobre todo a la arquitectura, la escultura y la talla de bloques de piedra […].
Destacó tanto en la estatuaria que los mitólogos pretendían que las estatuas de
Dédalo eran totalmente parecidas a los seres vivos, que veían, se desplazaban,
en una palabra, que poseían el porte de un cuerpo viviente. Dédalo fue el
primero en realizar estatuas con los ojos abiertos, las piernas separadas, los
brazos extendidos […]. Sin embargo, fue condenado al exilio a causa de un
crimen que cometió».
El «gremio» de los constructores
y escultores de la Grecia antigua estaba bajo la advocación de Dédalo. Los
arquitectos de catedrales medievales, unos mil setecientos años más tarde, recuperaron
esta figura pese a que no era un «santo» (en todos los sentidos de la palabra)
sino un héroe pagano: tal era su prestigio y el perdurable recuerdo de las
obras cuya invención se le atribuía.
La asociación entre
Dédalo y el origen de la estatuaria causa extrañeza hoy. Aunque nuestra mirada
sobre las imágenes miméticas está condicionada por los logros de las imágenes
virtuales y requerimos de un grado de ilusionismo que solo la informática
brinda para creer en la vida lo que las pantallas muestran, nos cuesta asumir
que los griegos juzgaran las obras de Dédalo como obras vivientes,
ilusoriamente vivas, semejantes a los humanos o confundidas con estos, pese a
que la credulidad de los antiguos griegos tenía un listón mucho más bajo que el
existente en la actualidad. Parece una paradoja que los griegos asociaran a
Dédalo con un tipo particular de estatuas: las figuras naturalistas. Una
estatua «dedálica» era, para un erudito griego, una obra de un tiempo
pretérito, la edad de los héroes de bronce, muy anterior a la de los hombres. El
sustantivo daidala designaba toda
obra humana o sobrehumana que sugiriera vida, movimiento; obra que pareciera
tener vida propia, insuflada por el mago Dédalo. En época clásica, se le
atribuía la autoría de la estatuaria originaria, precisamente por la admiración
que sus figuras suscitaban. Eran obras dignas de un habilidoso tallista capaz
de animarlas. Entre estas estatuas destacaban tanto las primeras efigies de
madera o de bronce, del siglo viii
a.C., como las primeras estatuas arcaicas de tamaño natural, talladas en piedra
o mármol, o fundidas en bronce, entre el advenimiento de las ciudades en el
siglo vii a.C. y la victoria sobre
los persas durante las Guerras Médicas a principios del siglo v a.C.