sábado, 15 de abril de 2017

Arqueología en Albania, II: Butrinto, la ciudad de Asclespios (Esculapio)



















































Fotos: Tocho, Butrinto (Albania), abril de 2017

Con la derrota y el saqueo de Troya, que puso fin a una guerra con la que los dioses quisieron acabar con la humanidad, enfrentándola entre sí, la desdichada reina Andrómaca, viuda del príncipe troyano Héctor (muerto a manos del aqueo Aquiles, quien también fallecería), fue tomaba como rehén por Neptolemo (hijo de Aquiles), para vengar la muerte de su padre, y llevada a Grecia.
De la unión forzada nacería Moloso, a quien su madre no quiso cuidar.
Si no hubiera sido por una intervención divina, Andrómaca y Moloso hubieran sido sacrificados. pero Heleno, hermano de Héctor, se apiadó de la suerte de su cuñada y se la llevó a Epiro donde, juntos, y en compañía de Moloso, fundarían Butrinto, ciudad en la que reinarían, después de que Moloso hubiera dado nacimiento a la tribu de los Molosos, los primeros habitantes de la ciudad.
Fue Apolo quien indicó donde fundar Butrinto: después de que Heleno hubiera sacrificado sobre un altar un toro en honor del dios para agradecerle la travesía a salvo, el animal, malherido, logró escapar, yendo a caer en una isla, la isla de Butrinto, en la que Heleno construyó una réplica de Troya.
Virgilio contaba que Eneas, huyendo también de Troya, pasaría por Butrinto para visitar a Andrómaca y Heleno, antes de proseguir su camino hasta Alba Longa, la ciudad que establecería en el Lacio (Italia), donde nacerían Rómulo y Remo, fundadores de Roma.
La suerte de Troya y de la nueva Troya que era Roma pasaba por Butrinto, fundada también a imagen de Troya.

Butrinto se levanta sobre lo que hoy es una península que apenas se alzaría sobre las marismas circundantes que asedian la tierra húmeda, si no fuera por un montículo sobre el que se edificó la acrópolis.
Fundada seguramente a principios del primer milenio aC, se trataba de una ciudad o colonia griega importante en el s. VI aC, cuyo templo dedicado a Asclespios atraía a fieles de todo el mundo griego.
En efecto, las numerosas fuentes medicinales y sagradas de Butrinto, al cuidado de las ninfas, explican que la ciudad estuviera dedicada a Asclespios (Esculapio, en Roma), el dios de la medicina, hijo de Apolo, a cuyo santuario acudían los enfermos para, tras una noche en el templo, en contacto en sueños con el dios, interrogarlo acerca de lo que la fortuna les destinaba.
Butrinto fue tomada por Roma en el siglo III aC, y dotada de equipamientos propios de una ciudad romana -teatro, termas, particularmente apropiadas a esta ciudad- ubicados a los pies del (desaparecido) santuario de Asclespios.
Pese a la construcción de una gran basílica paleocristiana -una de las más grandes en Oriente-, Butrinto no sobrevivió a la caída de los dioses greco-latinos, y fue abandonada en la Alta Edad Media
cuando el bosque lentamente engulló las ruinas que, hoy, apenas se distinguen entre la espesa maleza y las aguas circundantes que cubren una parte de las construcciones.


viernes, 14 de abril de 2017

Arqueología en Albania, I: La ciudad de Apolo (Apolonia)































Fotos: Bouleterion (sede la la boulé, asamblea que gobierna en la ciudad-estado), estoa y obras en el museo del yacimiento), Apolonia (Albania), Tocho, abril de 2017


Debido a un excesivo crecimiento de la población en las ciudades griegas arcaicas, a causa de una mejora de las condiciones de vida -cultivos y sanidad más efectivos, vías comerciales más seguras, disminución de la violencia, posibles alteraciones climáticas, agotamiento de las tierras cultivadas, etc.-, aquéllas se vieron obligadas a expulsar una parte de la población. Las tierras circundantes, siempre en valles estrechos, no permitían alimentar a todos los ciudadanos. Emigraban varones jóvenes.
Antes de partir en búsqueda de una tierra fértil y poco poblada, cercana al mar, sobre todo hacia donde el sol se pone, por el Mediterráneo occidental, donde fundar una nueva ciudad, los colonos, encabezados por el jefe de la expedición, acudían al santuario de Apolo en Delfos a fin de interrogar al dios sobre el futuro: dónde ir y qué destino aguardaba a los expedicionarios. La respuesta del dios, por boca de su sacerdotisa en trance, la Pitia, era suficientemente enigmática -pero con unos datos que permitían intuir qué hacer- para que los colonos partieran confiados en que hallarían un espacio de acogida sin saber bien dónde lo hallarían. Apolo ponía a prueba la agudeza de los jóvenes, su pericia en interpretar las veladas palabras divinas.
Una vez fundada la nueva ciudad, los colonos honraban al jefe de la expedición que, tras la muerte, adquiría un estatuto heróico y recibía un culto anual, pero también reconocían la importancia de Apolo. En ocasiones las indicaciones de Apolo eran suficientemente claras y la ayuda brindada tan evidente, que los colonos consideraban a Apolo como el verdadero fundador de la colonia que bautizaban con el nombre del dios.
Tal fue el caso de numerosas ciudades coloniales griegas llamadas Apolonia; en particular, Apolonia de Epiro (hoy en Albania), fundada a finales del siglo VII aC por griegos venidos del Peloponeso. Esta ciudad daría las gracias a su dios erigiendo un monumento en Delfos en el siglo V aC, que aún se conserva.

Los dioses tenían múltiples facetas que daba lugar a un cierto número de epítetos divinos. Asumían distintas funciones que dependían de los lugares donde se les rendía culto. Cada nueva manifestación era considerada casi como una divinidad distinta.
Apolonia rendía culto a uno de los trabajos de Apolo más cercanos a la vida de los ciudadanos: la protección de las puertas de cada morada. Dicha protección se ejercía desde el exterior. Apolo se ubicaba en las calles (aguia, en griego), ante los umbrales, cuyo paso defendía. Los ciudadanos levantaban pequeños altares (llamados aguieus) donde rendían culto al dios.
Pocos altares, tan comunes en Atenas, se conservan hoy. Apolonia mantiene uno. Se trata de un monolito cilíndrico que soportaba un fuego, del que colgaban atributos del dios y de su hermana gemela, la diosa Ártemis. El monolito podía ser interpretado como una efigie anicónica del dios, cuyo símbolo más conocido en todo el mundo griego, el ónfalo -u ombligo del mundo- ubicado el templo de Apolo en Delfos, también era una piedra tallada. Este monolito se halla ante una de las puertas (coronada por un arco ojival) en la muralla de sillares de piedra de la ciudad.
 
La presencia de Ártemis contribuía a la seguridad urbana que Apolo ya aportaba -velando sobre las calles y las casas-: Ártemis  era dueña de los límites entre los bosques -pasto de alimañas que Ártemis, que moraba en aquéllos y las tierras, controlaba- y las tierras cultivadas y urbanizadas.

La protección de Apolo fue tan efectiva que la ciudad sobrevivió a la invasión romana, pero la suerte de Apolonia estaba tan ligada a la presencia del dios que, con la caída de los dioses del Olimpo, Apolonia se fue despoblando hasta desaparecer del recuerdo a principios de la Edad Media. Incluso hoy, solo el cinco por ciento de su extensión ha sido estudiada, y los pocos restos que destacan se hallan dispersos entre colinas, altiplanos y bosques de olivos y cipreses, como hitos perdidos de una de las ciudades griegas coloniales más importantes.

viernes, 7 de abril de 2017

ALAA MAHMOUD ALQEDRA (1994): CONCRETE DOLL´S HOUSE (CASA DE MUÑECAS DE HORMIGÓN -SUEÑOS DE CEMENTO, 2016)







Alaa Alqedra es una joven artista refugiada palestina que hoy vive en los Emiratos Árabes.
Los recuerdos de la infancia de los refugiados se esfuman. Pero el pasado -soñado- es más alentador que el presente. Se puede cerrar los ojos para verlo -y no ver el presente.
La artista los reproduce en hormigón. Ositos, casas de muñecas, de hormigón, diminutas pinturas coloreadas sobra placas de hormigón con los que se levantan muros de exclusión.
El hormigón, sin embargo, degrada las formas que envejecen casi más pronto que las personas. los recuerdos petrificados sin inmanejables. Y, sin embargo, son lo único que le queda a Alaa Alqedra: el olvido o el hormigón con el que se sepulta el pasado que fragua -y muere.