La Villa E1027 -cuyo nombre enlaza la posición en alfabeto de las iniciales de su autora, la diseñadora irlandesa Eileen Gray y de su esposo, el arquitecto John Badovici-, construida en un acantilado de la Costa Azul, cerca de la frontera italiana, en la segunda mitad de los años 20, puede ser visitada, pese a que la restauración no ha concluido, tras más de medio siglo de vandalismo, olvido - se desconocía incluso el nombre de la autora, en los años sesenta- y de haber sido incluso el lugar del asesinato del último propietario.
La degradación empezó con el saqueo que la villa sufrió por un seguramente envidioso Le Corbusier, que llegaría a presentar esta villa como una obra suya, superior a sus propios proyectos. Que la villa fuera de una mujer que ni siquiera era arquitecta debió de contribuir a su furia, materializada en unos frescos chillones con los que cubrió varias paredes en los dos pisos, invitado por Badovici (ya separado de Gray), cuya confianza quebró. Años más tarde, la propia Gray describió el atentado como una violación. Dichos frescos, por desgracia, no se pueden retirar o cubrir porque toda la obra de Le Corbusier forma parte del Patrimonio Nacional y debe de ser preservada in situ, aunque no fueron nunca aceptados por Gray.
La villa comprende unos pocos y amplios espacios - estancia principal, habitación y baño- que destacan por la luz y sus reflejos en paramentos de vidrio horizontales y verticales, por el ingenio en la solución del mobiliario, y por el protagonismo concedido a estancias y útiles, novedosas en los años 20, los cuartos de baño y de asea, que corresponden al culto al higienismo y al sol -el solarium es un elemento destacado del jardín-. propio de esos años. La cocina, en cambio, se halla al aire libre -aunque en un nivel inferior-, quizá para desacralizar esta área convertida tradicionalmente en el emblema del hogar -pero paradójicamente oculta, considerada el espacio de la servidumbre, y aquí expuesta a plena luz. La luz es precisamente lo que estructura la casa: un pozo de luz, por que el asciende una escalera de caracol, une los pisos superior e inferior, y la propia casa levita, apenas tocando la tierra, apoyada sobre unos pilares, abriendo el espacio de la cocina y del comedor, donde los dueños recibían a los invitados -entre los que nunca se hubiera encontrado Le Corbusier que nunca encontró personalmente a la arquitecta.