Foto: Tochoocho, Eduardo Chillida, Topos V, 1986, Plaza del Rey (Barcelona), abril de 2021
Las estatuas que representan naturalísticamente a seres vivos, humanos, sobre todo, suelen ser consideradas tan vivas como sus modelos. La vitalidad de éstos se transmite a sus efigies, pero mientras que la energía de los modelos mengua con la edad, la estatua la retiene para siempre. Las estatuas se mantienen incólumes; ya nadie recordaría a las personas representadas, desaparecidas desde hace tiempo, si no fuera por la prestancia de las efigies .
Podríamos pensar que las estatuas abstractas no suscitarían una impresión de vida semejante. Mas, si pensamos en los monolitos, los llamados betilos, las piedras erguidas en la naturaleza, los menhires que nadie sabe cómo se logró ponerlos “de pie”, que eran -y son, pensemos en la Kaaba en la Meca- piedras sagradas, mágicamente presentes, evocaciones de los dioses invisibles, poseídas por éstos, una talla no tallada, que no mantiene parecido alguno con ningún ser vivo conocido, también está viva o puede producir una impresión de vida, más incluso que un mortal.
Es sin duda por esta razón que, en esta fría primavera europea de 2021, a fin de evitar que la escultura Topos V, de Eduardo Chillida, fundida en hierro colado, tirite, se le ha adosado tres elegantes estufas callejeras cilíndricas negras.
Si quieren ver la escultura en frío, ejerciten la memoria o la imaginación.
¿Qué habrían pensado los teóricos de las artes que sostenían, como Kant en la Crítica de juicio, que hay que mantener una prudente distancia con las obras de arte a fin de poder valorarlas con cierta perspectiva?