jueves, 10 de junio de 2021

GIORGIO SOMMER (1834-1914) & CLAUDIO SABATINO (1967): POMPEYA
















































 

Una exposición, hoy, en Francia, confronta las vistas que el fotógrafo alemán, afincado en Nápoles, Giorgio Sommer, tomó del yacimiento griego y romano republicano de Pompeya, a mitad del siglo XIX, en 1865, con las recientes imágenes del arquitecto y fotógrafo italiano, especializado en temas arquitectónicos y urbanos, Claudio Sabatino.

Dicha exposición sigue los pasos de los viajes del novelista francés Gustave Flaubert (1821-1880) e ilustra sobre lo que pudo haber visto -una Pompeya, que recorrió en 1851, sin duda semejante a la que Sommer retrató quince años más tarde- y lo que hubiera contemplado hoy.


miércoles, 9 de junio de 2021

PHILIPPE DE GOBERT (19): LE HAVRE (2021)

 















La ciudad portuaria francesa de Le Havre, en la costa normanda -como tantas ciudades oceánicas, desde La Rochelle hasta Rotterdam-, fue enteramente destruida en 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, bombardeada devastadoramente debido a su importancia estratégica, sus arsenales navieros, y porque formaba parte de la línea defensiva alemana.

Reconstruida desde los cimientos siguiendo un proyecto del arquitecto francés Auguste Perret (1874-1954) -su última obra, y su obra maestra y maldita-, entre 1945 y 1954, Le Havre se convirtió en una urbe bien planificada, cuadriculada, con bloques monolíticos, severos, vagamente racionalistas, capaces de evocar una dura ciudad imaginaria -que el océano, los muelles y las grúas acentúan- que aún posee.

El artista belga Philippe De Gobert ha fotografiado maquetas de parte de la ciudad -el puerto y el centro, al anochecer- destacando, gracias a la luz y fondos añadidos, en carácter entre fantástico y fantasmático de esta ciudad levantada desde sus bases.

Una exposición, en dicha dicha, muestra estas vistas desoladoras.

martes, 8 de junio de 2021

YOSHI WADA (1943-2021): OFF THE WALL (FUERA DEL MURO, 1985)


Yoshi Wada fue un compositor de música electrónica japonés, formado en los Estados Unidos tras su exilio al acabar la Segunda Guerra Mundial, miembro del grupo artístico Fluxus en los años setenta. Su uso de las gaitas y de instrumentos electrónicos creados por él, es único -y fascinante.

Trazas (Escritura y arqueología)



Myrtos, Creta.




Palaikastro, Creta


Un yacimiento arqueológico se asemeja a un escritura pictográfica (jeroglíficos egipcios, cuneiforme, en los inicios, mesopotámicos, glifos mayas, etc.). En ambos casos, signos, marcas, líneas se inscriben durablemente en una superficie. Las marcas pueden ser más o menos legibles, completas o no; pueden sufrir superposiciones, borrados o eliminaciones y reescrituras o nuevas hendiduras sobre un mismo plano. La dificultad interpretativa es doble: se tienen que reconocer los signos, y se deben leer: un signo pictográfico puede designar a la cosa representada, pero también puede utilizarse no por lo que muestra sino por su sonido, su valor silábico; por otra parte, incluso en el caso de una imagen reconocible, una misma imagen puede tener múltiples lecturas: así, por ejemplo, el signo de una boca puede leerse como boca, pero también como labios, así como silencio -boca cerrada-, comer, hablar, discreción, etc: lecturas naturalísticas, expresivas, simbólicas-. Esto implica saber no solo lo que significan aisladamente, sino conocer las reglas que los articulan, qué grupos forman, y a qué se refieren. Un signo suelto poco denota. Solo tiene sentido dentro de un grupo coherente, un conjunto de signos relacionados -incluso por partículas que se añaden a los signos y que se refieren a la función (sujeto, verbo, adjetivo, adverbio, complementos, etc.) de una palabra en una frase.

Las trazas de implantaciones (asentamientos) en el suelo también componen un texto que se refiere a la ocupación e instalación de un grupo humano en un lugar, pero también a cómo dicho grupo se relaciona con otros grupos, con el entorno, con los muertos y los inmortales. Un yacimiento habla de modos de vida, de la conciencia de estar en un sitio, de la relación con el tiempo y el espacio. Su lectura viene marcada por el reconocimientos de los signos y del conocimientos de las reglas que organizan su relación. Ambas tareas se superponen; están íntimamente relacionadas. Distinguir un signo o una unidad -un edificio- implica también intuir o descubrir qué relación mantiene con los signos vecinos. Salvo en contadas ocasiones (Pompeya, Delos), los yacimientos, sobre todo en Mesopotamia, ofrecen una visión plana -o una proyección horizontal, la planta- de un edificio: casi siempre los cimientos, o la planta baja de viviendas (no así templos, tumbas y palacios que pueden estar en mejor estado, y conservar  muros de cierta altura e incluso cubriciones). Raras veces se mantienen pisos superiores. Por tanto, éstos deben suponerse. Los pisos pueden disponerse de manera a ocupar toda la planta, una parte -creando terrazas- o invadir los niveles superiores de casas vecinas, lo que puede denotar una ocupación forzada, o una concepción de una unidad clánica, tribal, familiar, que se articula con otras, y teje relaciones con otras unidades o partes de una misma unidad. El tejido residencial así conformado -intuido o deducido-, las relaciones espaciales dicen sobre las relaciones humanas y la concepción de lo que es una unidad y de quienes la forman o son aceptados.

El reconocimiento de un signo -una casa- se basa habitualmente en los accesos a la misma desde la calle: una interrupción "natural" en un muro que limita con lo que se interpreta como una calle, "señala" una entrada. Mas ésta no siempre se encuentra, ya sea porque ha sido destruida, porque la casa ha sufrido reformas y aperturas han sido tapiadas, ya sea porque nunca existió una entrada desde la calle. el acceso a una vivienda puede llevarse a cabo desde la terraza -el acceso es un descenso-, como ocurre en Çatal Hüyük (un poblado neolítico en Turquía), o desde viviendas vecinas, lo que también ilustra sobre las relaciones entre unidades. 

La lectura de un yacimiento sólo es posible si se reconocen las unidades básicas y se conocen las reglas que las combinan, pero dichas reglas sólo se descubren en un yacimiento; o mejor dicho, por comparación, entre varios yacimientos, reglas que pueden depender del azar de los hallazgos, y que nuevas excavaciones pueden modificar o cancelar.  Un yacimiento se lee. Su sentido viene de su interpretación, y éste se basa en la observación y en la proyección de imágenes, conceptos y prejuicios que ya poseamos en lo que vemos. La lectura es inevitablemente personal. Tratamos de interpretar lo que percibimos, objetivamente, pero la lectura es sobre todo subjetiva, marcada, guiada por lo que ya sabemos y creemos. Esta aparente limitación es lo que proporciona la riqueza a una lectura, y permite nuevas lecturas. El significado de un texto o un yacimiento no se agota -hasta que las marcas en el plano desaparezcan, porque se borran o porque ya no las veamos, agotados por los esfuerzos en tratar de descifrar lo que significan. 

lunes, 7 de junio de 2021

La condición humana (Plinio el Viejo -s. I dC-, Historia Natural, VII, 130-132)

 "Juzgar que un hombre ha disfrutado de la mayor felicidad, nadie puede, porque cada uno determina la felicidad de una manera, y otros de otra, y cada uno, según sus propios sentimientos. Si queremos un juicio justo, y una decisión de dejar de lado todas las ilusiones de la riqueza, no es feliz ningún mortal.

Ser aliado de la fortuna es positivo y bueno, que podemos decir con razón que no era infeliz. De hecho, no mencionando el resto, es siempre el temor a la infidelidad de la fortuna, que existe el miedo, una vez admitido, no hay reconocimiento más sólido de no ser enteramente venturoso.

Pero, ¿qué mayor desventura que ningún mortal es sabio a todas horas? (...) La humanidad es frágil e ingeniosa en engañarse a sí misma, que hace como los tracios, que ponen en una caja piedras de diferentes colores, para memoria de las alegrías y las desgracias del día, para hacer el cálculo de cada uno en la fecha de la muerte, y decidir sobre el resultado de la vida contando qué tipo de piedras fueron más.

Sin embargo, los días indicados con una piedra blanca, ¿no han sido fuente de problemas del día siguiente? (...) ¿cuantos no han sido víctimas de los poderes que se han atribuido? ¿cuántos se han perdido por sus propios bienes, entregados a la última agonía? Debido a que llaman a éstos bienes que a los sumo han proporcionado una hora de placer. Tenemos que juzgar que el día después lo es del día anterior, y éste el último día es el que juzgará a todos, por lo que no debemos confiar en ninguno. Observe que los bienes no son iguales a los males, incluso cuando son iguales en número: La mayor alegría no se puede comparar con el menor duelo, !Cálculo inútil y poco razonable! procuramos vivir larga vida, pero buscando el pesar."

domingo, 6 de junio de 2021

Sacarse el sombrero

 




























Cualquier antiguo documental sobre una multitud en la calle o una plaza de una ciudad muestra que el sombrero era una prenda ineludible en el vestuario masculino y femenino en la primera mitad del siglo XIX. No se concebía salir a la calle  sin llevar el debido sombrero encasquetado, un güito, un gorro, un bonete, un chambergo, un chapeo, una montera, una pamela para las damas que tomaban el té, una púdica cofia, una boina, un birrete, una escarcela, una chichonera infantil incluso , un capelo, un solideo, un casquete, un fieltro, una chistera de la que nada salía, un  bombín para las ocasiones, un hongo, o un canotier veraniego (hoy solo los jóvenes y algunos comisarios modernos no tan jóvenes se insertan gorras deportivas de vuelta y media, o portan una sudadera con la capucha puesta, llueva o haga sol, frío o un calor infernal). Sombrero que, apenas se entraba en una casa, o en un espacio cerrado, ante una autoridad, civil o sobre todo religiosa, debía retirarse. Era necesario, en estos casos, descubrirse, sosteniendo  el sombrero con los brazos estirados, recogidos sobre el vientre, la cabeza gacha si fuera indicado. Del mismo modo, el reconocimiento, la admiración ante una persona lleva a que nos saquemos el sombrero -sombrero imprescindible aún hoy en fiestas y ceremonias “de la alta sociedad”-. Quedamos desprotegidos ante la grandeza que asumimos y reverenciamos.

Un sombrero, una corona, una mitra indican “status” : un signo bien visible de superioridad. En Mesopotamia incluso, solo los dioses se coronaban con una alta tiara que no hubieran desdeñado los surrealistas, levantada con astas apiladas que le daban un aspecto vagamente amenazante y cuyo peso solo los dioses inmutables eran capaces de soportar.

Pero bien es cierto que los sombreros son también un signo de humildad. Aquéllos se interponen entre el cielo y la tierra e impiden que los dioses dirijan sus influjos, influencias y favores hacia ciertas cabezas. Como bien ocurre aún hoy en día en ciertas religiones, el kepi y la mantilla son de obligado porte en todo momento, cuando se va al encuentro de un ministro del Señor o cuando se accede a un templo. Cubrirse la cabeza demuestra que los humos y la vanagloria no han subido a la cabeza.   

Modernamente, fue el modisto o sastre de alta costura español  Cristóbal Balenciaga (1895-1972), instalado en París, quien diseñó los sombreros femeninos más hermosos, pequeños construcciones en forma de bóvedas o torres de Babel, por ejemplo,. 

Una exposición en el Museo del Diseño de Barcelona  exhibe algunas de sus mejores creaciones a partir de la donación de mejor colección del mundo de sombreros de Balenciaga, de Ana María  Torres de Gili: sin duda, la exposición del año en Barcelona.


Para Mònica Gili, a quien agradezco la información, y a Victòria Garriga, quien mejor ha proyectado exposiciones de Balenciaga.