domingo, 6 de junio de 2021

Sacarse el sombrero

 




























Cualquier antiguo documental sobre una multitud en la calle o una plaza de una ciudad muestra que el sombrero era una prenda ineludible en el vestuario masculino y femenino en la primera mitad del siglo XIX. No se concebía salir a la calle  sin llevar el debido sombrero encasquetado, un güito, un gorro, un bonete, un chambergo, un chapeo, una montera, una pamela para las damas que tomaban el té, una púdica cofia, una boina, un birrete, una escarcela, una chichonera infantil incluso , un capelo, un solideo, un casquete, un fieltro, una chistera de la que nada salía, un  bombín para las ocasiones, un hongo, o un canotier veraniego (hoy solo los jóvenes y algunos comisarios modernos no tan jóvenes se insertan gorras deportivas de vuelta y media, o portan una sudadera con la capucha puesta, llueva o haga sol, frío o un calor infernal). Sombrero que, apenas se entraba en una casa, o en un espacio cerrado, ante una autoridad, civil o sobre todo religiosa, debía retirarse. Era necesario, en estos casos, descubrirse, sosteniendo  el sombrero con los brazos estirados, recogidos sobre el vientre, la cabeza gacha si fuera indicado. Del mismo modo, el reconocimiento, la admiración ante una persona lleva a que nos saquemos el sombrero -sombrero imprescindible aún hoy en fiestas y ceremonias “de la alta sociedad”-. Quedamos desprotegidos ante la grandeza que asumimos y reverenciamos.

Un sombrero, una corona, una mitra indican “status” : un signo bien visible de superioridad. En Mesopotamia incluso, solo los dioses se coronaban con una alta tiara que no hubieran desdeñado los surrealistas, levantada con astas apiladas que le daban un aspecto vagamente amenazante y cuyo peso solo los dioses inmutables eran capaces de soportar.

Pero bien es cierto que los sombreros son también un signo de humildad. Aquéllos se interponen entre el cielo y la tierra e impiden que los dioses dirijan sus influjos, influencias y favores hacia ciertas cabezas. Como bien ocurre aún hoy en día en ciertas religiones, el kepi y la mantilla son de obligado porte en todo momento, cuando se va al encuentro de un ministro del Señor o cuando se accede a un templo. Cubrirse la cabeza demuestra que los humos y la vanagloria no han subido a la cabeza.   

Modernamente, fue el modisto o sastre de alta costura español  Cristóbal Balenciaga (1895-1972), instalado en París, quien diseñó los sombreros femeninos más hermosos, pequeños construcciones en forma de bóvedas o torres de Babel, por ejemplo,. 

Una exposición en el Museo del Diseño de Barcelona  exhibe algunas de sus mejores creaciones a partir de la donación de mejor colección del mundo de sombreros de Balenciaga, de Ana María  Torres de Gili: sin duda, la exposición del año en Barcelona.


Para Mònica Gili, a quien agradezco la información, y a Victòria Garriga, quien mejor ha proyectado exposiciones de Balenciaga. 

 

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