“Oh, padre de la mañana, Jano, tú a quien cada hombre, al despertar, invoca antes de la tarea cotidiana..”
(Horacio: Sátiras, II, 6, 20)
Los albores del día primero de enero.
Deberíamos invocar a una divinidad, dueña de las horas matutinas y del tránsito al año nuevo, un dios padre, al igual que Júpiter y Marte pero que, a diferencia de estas divinidades, emparentadas con dioses griegos, es propia, exclusivamente Romana: el dios que ha dado nombre al mes de enero (gener en catalán, genaio en italiano, janvier y january en francés e inglés, por ejemplo): el dios Jano.
Divinidad de rostro insólito -aunque no único: dios bifronte, con dos caras opuestas unidas por la testa, que miran en dos direcciones distintas. Su forma le hizo a veces ser considerado como una divinidad con dos cuerpos, unos dioses gemelos, con todas las prerrogativas de los gemelos (propias de muchas culturas): dioses capaces de anunciar nuevos tiempos, de alterar y renovar el tiempo, marcando una nueva era, la era que el primer día del año se abría. Tal era el agudo control que ejercicios sobre el espacio que se consideraba que cuidaba de los cuatro puntos cardinales.
Debido a su peculiar estructura, Jano era el dios guardián de las puertas (de acceso a la ciudad, pero también del Cielo, que ni siquiera Júpiter, sometido a Jano, podía cruzar sin el consentimiento de aquél, puertas cuyas llaves el dios de enero poseía), los umbrales, los límites, y los puertos, desde donde se partía hacia otros mundos, quizá sin vuelta atrás, en un viaje que abría, acaso, perspectivas. Jano era el dios de la arquitectura (la definición y delimitación del espacio, dando sentido a las barreras que englobaban y protegían las comunidades). Las puertas se abrían y se cerraban gracias a la ayuda de su esposa, la diosa Carna, diosa de los goznes, hermana, no podía ser de otra manera, del reluciente dios Apolo.
La vida de las mismas dependía de Jano: los templos que le eran dedicados mantenían las puertas cerradas en tiempo de paz -las plegarias ya no eran necesarias-, y abiertas cuando la guerra, para que se le pudiera implorar en todo momento.
Como todos los dioses genuinamente romanos, contrariamente a los griegos, egipcios o mesopotámicos (solo por mencionar a algunas deidades antiguas), Jano no tenia historia -o se desconocía o no se contaban historias familiares suyas, como las que se narraban de Apolo, otra divinidad, griega, esta vez, también defensora de los umbrales, y con la que en ocasiones Jano se equiparaba. Jano era la protección personificada. Protector del espacio, pero también del tiempo, cuyo tránsito estaba en sus manos. El paso de las estaciones dependía de Jano, entre éste el acceso al estío tras la fértil primavera, una función que Juan (una figura modelada a imitación de Jano) asumirá en el cristianismo.
Juan no fue la única figura hebrea inspirada por Jano. Cuando Cristo se presentaba, según se cuenta en el Evangelio de Juan (10:9), como la puerta que daba acceso a la fertilidad de los prados, asumía las funciones del dios Romano:
“Yo soy la puerta; el que por mí entrare, será salvo; y entrará, y saldrá, y hallará pastos.”
A Jano le debemos todo lo que nos hace humanos. Las artes con las que cultivamos el espacio y con las que nos cultivamos, los medios con los que nos intercambiamos bienes (el dinero) y nos ubicamos, las ciudades en las que moramos, todo fue instituido por Jano quien nos educó, y nos transmitió sus saberes. El mismo Agustín (La Ciudad de Dios, VII, 4) reconocía la honestidad de Jano y su devoción en favor de los humanos, para los que fundó la ciudad de Janículo, en lo alto de una colina Romana.
Es tiempo, pues, de la oración matutina del primer día del año:
“Iane biceps, anni tacite labentis origo,
solus de superis qui tua terga vides,
dexter ades ducibus, quorum secura labore
otia terra ferax, otia pontus habet:
dexter ades patribusque tuis populoque Quirini,
et resera nutu candida templa tuo.
prospera lux oritur: dinguis animisque favete;
nunc dicenda bona sunt bona verba die.
¡Jano bicéfalo, origen del año que transcurre en silencio,
único de los dioses de arriba que ves tu propia espalda,
asiste favorable a los conductores por cuyo trabajo
la tierra fértil obtiene la paz exenta de preocupaciones, el ponto obtiene el sosiego!
¡Y preséntate favorable a tus antepasados y al pueblo de Quirino,
y revela con tu consentimiento el reluciente espacio del cielo señalado por el augur!
Nace una próspera luz: ¡sed favorables en la lengua y en el corazón!”
(Ovidio: Fastos, 65-70)