jueves, 11 de abril de 2024

Pureza

 Ea difícil, quizá improcedente, comentar unas afirmaciones sacadas de contexto o sin conocer dicho contexto. El comentario puede ser irrelevante o impertinente.

Ha sorprendido que un ministro de cultura haya defendido la existencia de arte colonial en España -un arte que debe ser estudiado como una muestra de dominio de una cultura sobre otra- poniendo como ejemplo el arte íbero, fruto del colonialismo practicado por pueblos del mediterráneo occidental, y de la imposición de modelos culturales romanos.

Dicha afirmación se sustenta en cuatro postulados: la equiparación de asentamientos griegos y cartagineses en la península ibérica, su equiparación con los asentamientos romanos,  su calificación de colonialismo comparándolos por tanto con, suponemos, el colonialismo occidental en África y Extremo Oriente en el siglo XIX y, finalmente, la creencia en la existencia de culturas puras y culturas impuras.

La colonización griega del Mediterráneo occidental y central, se originó entre los siglos octavo y cuarto aC. Grupos reducidos de colonos, venidos en barco, inicialmente de ciudades de la Grecia continental y, posteriormente de asentamientos griegos ya fundados, se instalaron en el sur de Italia, en Sicilia, y en la costa franco-hispana. Los colonizadores solían instalarse en islas antes de pasar a las costras continentales, deshabitadas, ya que las poblaciones nativas solían instalarse en altozanos, retirados del frente marítimo, considerado inseguro e insalubre. Dichos asentamientos ocupaban un espacio limitado y comprendían decenas o un centenar de habitantes. Emporio, la griega Ampurias, en el noreste de la península ibérica, es un buen ejemplo de colonia de segunda generación, fundada por colonos venidos de Marsella, un primera colonia creada por colonos venido de Grecia.

Este movimiento migratorio no tenía como función la conquista de tierras, el dominio de poblaciones nativas ni la explotación de recursos naturales y humanos. Los desplazamientos venían motivados por el hambre. Los estrechos valles griegos no lograban alimentar a las poblaciones urbanas, por lo que las ciudades griegas se vieron obligadas a expulsar grupos reducidos de jóvenes para que pudieran hallar territorios más fértiles donde sobrevivir. 

Las relaciones de los colonos con las poblaciones nativas no fueron hostiles. Cada grupo vivía en un territorio separado y los intercambios, llevados a cabo en santuarios ubicados en la periferia de las colonias, fueron benéficos para ambos grupos humanos. Las relaciones entre la capital layetana, Ullastret, y la colonia de Ampurias, es también un ejemplo de las relaciones entre griegos e iberos. 

Los asentamientos cartagineses, como la hipotética Barcelona antes de su refundación como colonia romana republicana, fueron escasos y de poca importancia. Tampoco fueron asentamientos habitacionales sino emporios (como una parte de los asentamientos griegos), puertos donde comerciar con las poblaciones nativas. En ningún caso, centros de poder desde los que dominar y explotar poblaciones ya existentes (una expresión más precisa que la de nativas)

Dichos desplazamientos de población no fueron distintos de los actuales y trágicos desplazamientos migratorios del norte de África, de centro África y del este de Europa hacia España. Calificar a los inmigrantes subsaharianos de colonizadores solo está al alcance de ciertos políticos de extrema derecha, independentistas o no.

Roma sí conquistó Europa, al igual que los Celtas. La conquista se llevó a cabo mediante la guerra y, como la conquista de Galia, por medio de la eliminación de las poblaciones galas. Mas, Roma no impuso ningún modelo cultural romano. Dicho modelo fue asumido por las poblaciones conquistadas. Las lenguas, las costumbres, las creencias locales pudieron seguir sin problemas, si bien fueron poco a poco abandonadas en favor de los modos de vida romanos, que, en ningún caso, excluyeron a nadie. Los romanos, en verdad, no invadieron ni ocuparon territorios -no tenían suficientes excedentes de población para llevar a cabo este dominio-, sino que las poblaciones existentes fueron adoptando poco a poco modos de vida y de organización del territorio romanos. Los núcleos poblacionales iberos, por ejemplo, siguieron, algunos se “romanizaron”, otros perduraron tal como estaban, con o sin construcciones romanas. No hubo destrucción de asentamientos, salvo cuando se produjeron enfrentamientos, durante la conquista, principalmente.

Estamos hablando de culturas íberas, griegas, romanas, dando por sentado que existen culturas propias, puras, “genuinas”. ¿Existen? Sin duda: en nuestra imaginación, en nuestras interpretaciones simplificadoras. Mas, no existen culturas nativas y culturas mestizas. Todas son mestizas. Roma es una mezcla de Etruria, Grecia, culturas itálicas…. En Grecia resuenan culturas del Levante, egipcias y neo-asirias. Egipto es una mescolanza de culturas africanas sureñas y norteñas y, más tarde, helenísticas, las cuales, a su vez, conjugan rasgos y creencias de la Grecia continental, con otras venidas del mundo siro-mesopotámico, y de centro Asia.. Los imperios del próximo oriente resultan del cruce, el intercambio, con diversas culturas “orientales”, egipcias, centroasiaticas, griegas, hindúes….

La cultura es el lugar donde la noción de pureza (que conlleva exclusión) se diluye en favor del encuentro, el intercambio, el trueque, la aceptación de ideas, formas y maneras ajenas; la cultura nace de la transmisión y la asunción. 

La noción de cultura nativa, autóctona, se basa en el rechazo, la violencia, que corta el paso al encuentro, a la apertura de miras. 

La cultura es una creación en común, fruto del diálogo, del intercambio, del juego. Considerar que la cultura íbera es fruto de la mezcla, cuando no lo es la griega o la romana, es un error. Tampoco existe un arte genuino y otro espurio. El arte Romano de Roma revela encuentros con culturas latinas; el que se dio en Emérita, por ejemplo, encuentros con poblaciones celtas. No existe un único modelo cultural romano, como tampoco de ninguna cultura. Las culturas íberas presentan variantes importantes, fruto de los encuentros y asunciones producidos.  

¿Un cuento de hadas, entonces? Las culturas politeístas han sólido ser tolerantes -aunque se dan violentas reacciones en contra del islam por parte del hinduismo-, frente al monoteísmo más excluyente -con la excepción del Zoroastrismo, nada dado, por otra parte, al autoritario proselitismo. Las culturas monoteístas han podido tener relaciones pacíficas -aunque tirantes y recelosas a menudo-, pero la exclusión ha sido la norma -si bien el misticismo cristiano del siglo XVI revela una fuerte impronta del misticismo islámico sufí…. Nada es blanco y negro, lo que simplificaría mucho las lecturas.


Estas afirmaciones sobre lo genuino y lo colonizado son un error que un ministro no debería cometer, aunque dicho error pueda haber sido causado por quienes le han educado. Son, desde luego, una muestra de mala educación. 


miércoles, 10 de abril de 2024

Debajo de las apariencias (Ignasi de Solà Morales, Fernando Ramos & Cristián Cirici: Reconstrucción del pabellón alemán de Mies van der Rohe para la Exposición Internacional de Barcelona de 1929, 1981-1986)


 

Foto: David Mesa (Personal Investigador pre-doctoral, Departamento de Teoría e Historia de la Arquitectura, UPC-ETSAB): sótano del pabellón, Barcelona, 2024

Debajo de las inmaculadas fachadas…. 

martes, 9 de abril de 2024

El manifiesto de los Persas (1814)

 



Un curioso (y complejo) eco “orientalista”: El llamado Manifiesto de los Persas.

Se trata de un documento redactado en España en 1814 por los absolutistas, y presentado al rey Fernando VII, preso en Francia pero autorizado por Napoleón I a regresar  a España, tras el fracaso de Jose I Bonaparte como rey de España.

Este manifiesto abogaba por la reinstauración de la monarquía absolutista, tras el periodo más liberal napoleónico y la Constitución de Cádiz, monárquica pero defendiendo una monarquía constitucional con poder limitados por un parlamento (las Cortes).

A este documento, presentado en Valencia y que reinstauró en efecto la monarquía absolutista, se le llamó manifiesto de los Persas porque, tal como reza en el punto 1, a España le había ocurrido que que a Persia en el mundo antiguo: a la muerte del emperador sucedían cinco días de descontrol y anarquía que provocaban un renovado anhelo por un poder monárquico fuerte tras los asesinatos y robos:

“Es costumbre en los antiguos Persas pasar cinco días de anarquía después del fallecimiento de su Rey, a fin que la experiencia de los asesinatos, robos y otras desgracias les obligase a ser más fieles a su sucesor.

(…)

Punto 128: “la obediencia al Rey es pacto general de las sociedades humanas, es tenido en ellas a manera de padre (…). Pero en Cádiz se rompieron los nobles vínculos, el interés general y la obediencia, sin consultar la razón, y guiados del capricho.”

Este periodo de anarquía se había vivido con la Constitución de Cádiz, lo que había despertado el anhelo por el regreso de Fernando VII apodado “El deseado”.

¿Sr trata de una imagen positiva o negativa del próximo oriente antiguo? Si, por un lado, el manifiesto mostraba una costumbre oriental de desmanes incontrolables , por otro, este periodo que se podría calificar de carnavalesco (o dionisíaco), si no fuera por los supuestos asesinatos, actuaba en favor del regreso a un férreo orden. Era la necesaria antesala de la nueva aceptación y sumisión ante el poder absoluto imperial .  

lunes, 8 de abril de 2024

Más allá de los Césares (la formación del arquitecto en la España del siglo XIX)




 Gaceta de Madrid, sábado 27 de enero de 1855, número 756

La Gaceta de Madrid fue el precedente del BOE.


Nos sorprende, seguramente, que podamos aprender de los primeros planes de estudios de la primera escuela de arquitectura española, fundada en 1844 en el seno de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, en una sociedad y bajo un gobierno poco caracterizados por su apertura de miras.

Ya contamos que la primera escuela se creó para separar los estudios de arquitectura, que exigían conocimientos técnicos, de los propiamente artísticos, que compartía con las enseñanzas de las demás bellas artes, la pintura, la escultura y, quizá sorprendentemente, la música.
Este plan de estudios, para una carrera de siete años, con tres preparatorios y cuatro específicos, y que exigían destreza en el dibujo que se debía adquirir en la academia o en escuelas reconocidas (cuyo aprendizaje requería un examen antes de poder acceder a los estudios específicos), se modificó once años más tarde, en 1855, para contrarrestar el talante excesivamente técnico que formaba “más a constructores que a artistas” mediante la ampliación de cursos de teoría e historia de la arquitectura. El arquitecto no era ni debía ser un ingeniero, pese a que los tres años preparatorios eran comunes (aunque dicha formación común se canceló a finales de siglo debido a su ineficacia).
Los refuerzos para dotar de un mayor contenido teórico y artístico los estudios de arquitectura ofrecían una singular amplitud de miras. La historia del arte pretendía ir “más allá” de las convenciones clásicas imperantes. Se buscaba una formación más ecléctica y más libre, “sin buscar únicamente en el mundo romano las formas y el ornato, sin mostrarse intolerante  ni sacrificar el vigor y la lozanía del genio a un clasicismo inexorable” y poder hoy “recibir un precio más subido de la filosofía y la historia”. Era necesario “salir de los dominios de los Cesares (…) para poder consultar con fruto los grandiosos monumentos (…) que fueron producidos por el genio oriental” animados “por el movimiento y la vida de los pueblos recientemente emancipados  de la dominación feudal”. El eco de la revolución liberal y de la más lejana constitución de Cádiz posiblemente impregnase este ideario.
Curiosamente, el plan de estudios de arquitectura no incluyó asignaturas de proyectos hasta 1875. Grandes arquitectos como Rafel Guastavino y Luis Domenech Muntaner, formado en la escuela de arquitectura de Madrid, no tuvieron enseñanzas de Proyectos. Si fueron grandes arquitectos gracias o pese a esta ausencia queda al libre albedrío de cada lector. 

domingo, 7 de abril de 2024

Circunloquio



 Tanto en catalán como en castellano, la palabra “mayor” es compleja. Es un sustantivo, un adjetivo, y el comparativo de grande. Es decir, mayor es un término que relaciona dos sustantivos (X es mayor que Y), pero también califica a un ente o un ser (mas, indirectamente relacionándolo no con unos u otros, sino con todos (X es el o la mayor -se sobreentiende en comparación con todos los miembros de un colectivo). 
Finalmente, en tanto que sustantivo, un o una mayor designa -un significado indirectamente relacionado con la función comparativa- a un antepasado o a un abuelo o abuela. 
En todos los casos, mayor se aplica a quien posee algo más que los demás o que todos los demás: estatura física o moral, o años.

En algunas culturas antiguas, a los ancianos se les sacrificaba -en beneficio de los jóvenes productivos-, o se les invitaba a retirarse (o se retiraban voluntariamente) para dejarse morir de hambre o de frío. 

Hoy en día, salvo quizá en alguna cultura minoritaria, no se practica este ritual cruento (o que nos parece cruento), pero se retira o se niega a los ancianos lo que les caracteriza: los años que han cumplido y los efectos visibles de la edad. Un anciano no puede ser anciano, como un viejo no puede ser viejo. Hablemos con eufemismos: gente mayor, gent gran (en catalán). Nadie, por otra parte, quiere ser (considerado) viejo ni ser un viejo o una vieja. El adjetivo se ha convertido en un insulto.

Los ancianos que no podían estar al cuidado de las familias, clanes o tribus se refugiaban en asilos. Un asilo, literalmente, es un lugar inviolable. Es decir, sagrado y seguro. Los santuarios eran asilos. Acogían a perseguidos y a ancianos. Los ancianos enfermos se retiraban en geriátricos, es decir en hospitales que tratan enfermedades causadas por una edad avanzada, propias de la senectud.

Mas, hoy, ya no existen asilos como tampoco viejos. Lo que se construyen, en Barcelona, por ejemplo, son “equipamientos sostenibles dedicados a la atención socio-sanitaria de las personas mayores”. Pronto, los circunloquios requerirán novelas-río. 


El cantante belga (valón) Jacques Brel, en cambio, cantaba en Les vieux::


Los viejos ya no hablan.Les vieux ne parlent plusO sólo a veces con la miradaOu alors seulement parfois du bout des yeuxIncluso los ricos son pobres.Même riches ils sont pauvresYa no se hacen ilusiones y solo tienen un corazón para dosIls n'ont plus d'illusions et n'ont qu'un cœur pour deuxEn casa huele a tomillo, a limpio.Chez eux ça sent le thym, le propreA Lavanda y al verbo de antañoLa lavande et le verbe d'antanSi vivimos en París, todos vivimos en provincias.Que l'on vive à Paris, on vit tous en provinceCuando vives demasiado tiempoQuand on vit trop longtemps¿Es por reír demasiado que se les quiebra la voz?Est-ce d'avoir trop ri que leur voix se lézardeCuando hablan de ayerQuand ils parlent d'hierY habiendo llorado demasiado, aun más lágrimasEt d'avoir trop pleuré que des larmes encore
Les enjoyan los párpados 
Leur perlent aux paupièresY si tiemblan un pocoEt s'ils tremblent un peu¿Es porque ven envejecer el reloj de pared de plata?Est-ce de voir vieillir la pendule d'argentQue ronronea en la salaQui ronronne au salonQue  dice si, que dice no, que  dice "te espero"Qui dit oui qui dit non, qui dit "je vous attends"
Los viejos ya no sueñanLes vieux ne rêvent plusSus libros están dormidos, sus pianos están cerrados.Leurs livres s'ensommeillent, leurs pianos sont fermésEl gatito esta muertoLe petit chat est mortEl moscatel del domingo ya no les hace cantarLe muscat du dimanche ne les fait plus chanterLos viejos ya no se muevenLes vieux ne bougent plusSus gestos tienen demasiadas arrugas, su mundo es demasiado pequeño.Leurs gestes ont trop de rides leur monde est trop petitDe la cama a la ventana, luego de la cama al sillónDu lit à la fenêtre, puis du lit au fauteuilY luego de cama en camaEt puis du lit au litY si vuelven a salirEt s'ils sortent encoreCogidos del brazo vestidos con ropaBras dessus bras dessous tout habillés de raidees para seguir al solC'est pour suivre au soleilEl entierro de uno más viejo, el entierro de uno más feoL'enterrement d'un plus vieux, l'enterrement d'une plus laideY el tiempo de un sollozoEt le temps d'un sanglotOlvidarse del reloj de plata por una hora.Oublier toute une heure la pendule d'argentQuien ronronea en la salaQui ronronne au salonQue dice si que dice no, y luego que los esperaQui dit oui qui dit non, et puis qui les attend
los viejos no muerenLes vieux ne meurent pasSe quedan dormidos un día y duermen demasiado tiempoIls s'endorment un jour et dorment trop longtemps
Se toman  de la manoIls se tiennent la mainTienen miedo de perderse y aun así se pierden.Ils ont peur de se perdre et se perdent pourtantY el otro se queda ahíEt l'autre reste làEl mejor o el peor, el suave o el severoLe meilleur ou le pire, le doux ou le sévèreNo importaCela n'importe pasEl que queda atrás termina en el infierno.Celui des deux qui reste se retrouve en enferpuede que lo veasVous le verrez peut-êtreLa verás a veces bajo la lluvia y en la tristeza.Vous la verrez parfois en pluie et en chagrinCruzando el presenteTraverser le présentYa pidiendo disculpas por no estar más lejosEn s'excusant déjà de n'être pas plus loinY huir ante ti una última vez del reloj de plataEt fuir devant vous une dernière fois la pendule d'argentQue ronronea en la salaQui ronronne au salonQue dice si, que  dice no, quien les dice “te espero”Qui dit oui qui dit non, qui leur dit "je t'attends"Que ronronea en la salaQui ronronne au salonQue dice si que dice no y luego que  nos esperaQui dit oui qui dit non et puis qui nous attend

sábado, 6 de abril de 2024

El origen de los estudios de arquitectura en España

 Que Santa Bárbara, conocida sobre todo por ser la patrona de los dinamiteros, fuera también la de los arquitectos, aunando los poderes antitéticos de la construcción y la destrucción, no es una casualidad o un ejemplo de humor negro: los estudios de arquitectura se originaron en el universo militar (de la toma y destrucción de ciudades, entre otras funciones).

Bien es cierto que cabría precisar más: los estudios de arquitectura se originan en el insólito cruce entre la matemática -que calcula con precisión las trazas geométricas de las balas- y la armería. La arquitectura se sustenta en el arte de la fortificación y el de la destrucción, el conocimiento de ésta permitiendo una construcción reforzada capaz de aguantar embestidas y ofrecer, así, una protección más eficaz a los habitantes contra los ataques exteriores, venidos tanto del cielo como de la tierra.

Si los constructores de la antigüedad, medievales y renacentistas se formaban en talleres de constructores al servicio del ejército (en Roma) y de la Iglesia (el gremio de masones y en especial de los franc-masones, especialistas en el manejo de la piedra franca o sillar bien tallado, utilizado en la construcción de catedrales en el edad media y los inicios del renacimiento), la primera escuela de arquitectura en España fuera fundada en 1582 por el arquitecto real Juan Herrera, a petición del emperador Felipe II.

 Fue la primera escuela de arquitectura europea, ya que aunque la Compañía y Academia de las artes del diseño fue creada veinte años antes por Vasari en Florencia, consistía en la agrupación bajo un mismo techo de dos asociaciones, una gremial y otra estudiosa o intelectiva, teórica, dedicada a todas las artes en las que se valoraba la idea por encima de la técnica, y por tanto el proyecto antes que la puesta en obra,  y no solo a la arquitectura (cuyo primer “titulado” fue Miguel Ángel). 

Es cierto, sin embargo que los  estudios de arquitectura fundados por Herrera formaban parte de la Academia de Matemáticas, instalada en la reciente nueva capital del Imperio, Madrid. Dicha academia era independiente de los Estudios Generales o Universidad, dedicada a la formación humanística (de derecho y teologal a la vez).

Durante un poco más de dos siglos dicha academia fue la única que brindó estudios de arquitectura en el Imperio hasta que, con la nueva dinastía de los Borbones, a principios del siglo XVIII, la academia militar, ubicada en Flandes, fue desplazada a Barcelona en 1712. Dicha academia impartirá clases de matemática, ingeniería y arquitectura civil. Dichos conocimientos estaban al servicio tanto de la ordenación y defensa del territorio, con la construcción de puentes, vías de acceso, murallas y ciudadelas, como  de la toma de núcleos rebeldes, sometidos al peso destructor de los artificieros. La aportación de los arquitectos se centraba no solo en labores meramente constructivas, sino en el embellecimiento de las obras de manera que su belleza, solidez y dignidad revelara la bondad de la obra y del poder real.

Independiente de la primacía matemática y militar en la formación del arquitecto, y en consonancia con corrientes provinentes de Italia, desde finales del siglo XVI, y del reino de Francia, desde el siglo XVII, la formación del creador (el pintor, el escultor y el arquitecto) ya no dependía solo del buen hacer artesano que se adquiría en un taller gremial, sino del “disegno “, entendido no solo como un proyecto adecuado, bien dibujado y planificado (el diseño se distinguía del dibujo o lineamiento, mera muestra de destreza manual), sino de la idea transcrita en el dibujo, lo que se denominaba metafóricamente “segno di dio” o imagen mental, imagen inspirada que alumbraba la posterior plasmación material. La relevancia de una obra se basaba en el saber manual, el saber hacer, y las ideas expresadas, fruto del saber intelectual y de una nueva facultad anímica descrita a principios del siglo XVII: el genio que alumbraba ideas novedosas y singulares.

La formación del creador requería, por tanto, conocimientos técnicos e intelectivos. Éstos no se adquirían tanto en los talleres gremiales sino en un nuevo tipo de taller formativo: la academia, donde no se discutían problemas técnicos ni constructivos, sino de contenidos. Las academias empezaron a tomar la delantera ante los gremios de origen medieval en la formación teórica de  los pintores, escultores y arquitectos que debían saber, además de cómo representar, qué representar. Al saber hacer gremial se le debía sumar el saber pensar o idear.

La Real Academia de Bellas Artes fue fundada en Madrid a mitad del siglo XVIII, en 1752. Dicha institución velaba por la nobleza de las bellas artes, es decir por la altura, bondad, ejemplaridad y novedad de las ideas encarnadas en pinturas, esculturas y construcciones: las sabias o eruditas referencias a la mitología, la historia sagradas y la arquitectura clásica eran apreciadas, y caracterizaban el juicio positivo de una creación.

Mas, pronto  se descubrió que los conocimientos teóricos del arquitecto, sus fuentes intelectivas, sus referencias cultas, eran muy distintos de los del artista plástico. Vitribio o Vignola poco casaban con Ovidio o las Sagradas Escrituras. 

La necesidad de una formación intelectual especifica del arquitecto se fue abriendo camino hasta que, en 1844, se creó la primera escuela de arquitectura en España, instalada en el primer piso de los locales de la Real Academia de San Fernando. Dichos locales se revelaron pronto angostos y oscuros. Al mismo tiempo, la tutela de la Academia sobre la Escuela de Arquitectura impedía que ésta pudiera desarrollar planes de estudios propios. 

La Escuela se independizó, y halló cobijo en 1851 en el Colegio Imperial, un monumental y barroco centro de estudios jesuitico (libre de la tutela jesuitica tras la expulsión de dicha orden del reino  en 1762) instalado desde mediados del siglo XVI en el corazón de Madrid, donde perduraría hasta principios del siglo XX, cuando pudo disponer de un edificio propio, en la ciudad universitaria madrileña, en 1930.

La escuela de arquitectura de Madrid fue la única escuela en España hasta la apertura de una segunda escuela en Barcelona en 1875, pese a la oposición de la escuela de Madrid, instalada en el primer piso de los nuevos locales de la universidad de Barcelona.

Mas la escuela de Madrid no era el único centro de enseñanza de la arquitectura en España. Recordemos que la Academia Militar real estaba instalada en Barcelona desde principios del siglo XVIII, sin que la toma de la ciudad en 1714 la hubiera afectado, e impartía estudios de arquitectura civil, en los que primaba el conocimiento exhaustivo de los cinco ordenes arquitectónicos.

Paralelamente, la Junta de Comercio de Barcelona obtuvo en 1758 el permiso real para crear unos estudios superiores técnicos y científicos, al servicio de la naciente poderosa industria textil, en los locales medievales de la Lonja. La casi veintena de estudios, de química, diseño, economía, idiomas -árabe, entre otros, para facilitar el comercio con el norte de África-, entre otros, incluía también estudios de arquitectura (adecuados para el proyecto de fábricas y de colonias textiles, pero también de mansiones, fruto de la reciente e inaugura riqueza aportada por el comercio textil, así como para la planificación urbana que no interfiriera con el comercio), que sucedieron a los que acogía la Academia militar, y que perduraron hasta la creación de la escuela de arquitectura, libre de la tutela técnico-científica de la Junta de Comercio, y dando primacía a la formación artística y teórica, propia de la Academia. Los estudios propiamente de arquitectura, en el siglo XIX, duraban, tras un examen de ingreso, cuatro años, pero exigían tres años preparatorios en ciencias en la Facultad de Ciencias, y la adquisición de destreza en el dibujo.

Desde entonces y hasta la renovación de los planes de estudios alentados por la Comunidad Europea, los llamados planes de Bolonia, en 2014, la importancia de los conocimientos teóricos y artísticos, que distinguían la formación del arquitecto de la del ingeniero, caracterizaron a las escuelas de arquitectura y, en particular, de Barcelona.



jueves, 4 de abril de 2024

Un alto en el camino

 Llegan nuevos aires en los estudios de arquitectura.

La urgencia climática está ante nosotros o ya nos envuelve. El arquitecto debe poder responder eficazmente ante la urgencia. El estudiante de arquitectura ya no puede contentarse con las asignaturas que configuran un plan de estudios. Las asignaturas proyectuales, acompañadas de refuerzos técnico-constructivos, debe poder ofrecer soluciones de hábitats preparados para los inquietantes nuevos tiempos. Y ya no se puede esperar.

El primer director de la primera escuela de arquitectura española, ubicada en Madrid a mitad del siglo XIX, Francisco Jareño, urgió a un cambió del plan de estudios reforzando los contenidos técnicos y constructivos para responder las necesidades y desafíos sociales a los que la arquitectura debía responder. La urgencia del reto, el planteo y las soluciones aportadas parecían anticiparse a la reacción actual ante un sombrío porvenir.  

Se debía reforzar el "conocimiento, fabricación y manipulación de materiales. Lecciones sobre estereotomía de la piedra, de la madera y del hierro. Sobre la resistencia de materiales y estabilidad de las construcciones. La hidráulica y conducción de aguas.  y sobre motores y máquinas empleadas en la construcción."

Es decir, la arquitectura, que hasta entonces se distinguía de la ingeniería por sus contenidos históricos, teóricos y artísticos, podía volver a acercarse a la ingeniería, para poder responder con prontitud y eficacia a los graves problemas venideros causados por la creciente industrialización y la pauperización de una gran parte de la sociedad, reducida a una condición fabril cercana a la esclavitud.

Sin embargo, no abandonó, sino que reforzó "la Historia de la Arquitectura, que —junto con Dibujo de conjuntos— debía preceder al estudio de la Teoría del Arte". La acción requería un alto, una mirada a lo que los hombres del pasado emprendieron. La acción no podía llevarse a cabo sin una teoría, palabra que significa una meditada observación que detiene la acción que quizá no deba llevarse a cabo. La teoría se une a la ética, que valora los fines perseguidos, los valores sustentan y dan sentido a toda acción.

¿Es por tanto la principal misión de la arquitectura actuar con inmediatez?

Quienes defienden esta concepción de la arquitectura ponen como ejemplo de las tareas urgentes del arquitecto ante los desastres, la construcción y reconstrucción llevadas a cabo tras la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Los resultados son conocidos. 

La construcción es un hacer; la arquitectura, en cambio, es un reflexionar. Ante las urgencias, la arquitectura debe centrarse en su campo específico: ahondar en la historia para estudiar como los retos del pasado han sido abordados; debe reflexionar sobre qué es un habitar y sobre todo qué es habitar. Debe pensar en la vida próxima, en el lugar que ocupamos en el mundo; debe leer, escribir, pensar en voz alta y en voz baja. Es una voz de la conciencia que permite medir el alcance de lo que se proyecta, de la necesidad del proyecto, de los fines y las consecuencias de nuestros actos. Lejos de activar la acción, debe pensar en lo que se hace, porqué se hace, y cuales son los valores que se persiguen. La arquitectura es pensamiento. Y éste se practica en silencio pero también es fruto del diálogo, del intercambio. 

El pensamiento no es renuncia. La palabra latina facere (hacer) tiene la misma etimología que la palabra griega thema (tema) que se traduce por entrega, colocación (de un objeto, por ejemplo, como los cimientos o fundaciones de un edificio: lo que da sentido y solidez a lo que se asienta sobre esta base. El tema es lo que ocupa una reflexión.

Hacerse preguntas es la más noble actividad: dudar, analizar, preguntar, saberse frágil, confiando sin embargo en n la riqueza y fuerza del intercambio de puntos de vista. 

La respuesta ante la urgencia es la meditación, la meditada reflexión. No hay tiempo que perder, posiblemente se aduzca. Pero el tiempo reflexivo no es tiempo perdido. Evita lo irreparable. Una actitud serena debe imperar. Y no son las asignaturas que invitan al hacer práctico las más adecuadas al recogimiento que se debería "practicar". Ante el caos, el silencio. Ante el desorden, el orden de las ideas. 


Para M.R.V, F.S.-B. y J.J.F