En cuento la ceremonia concluye, los fieles dan la espalda al altar y se dirigen hacia la salida; la comunidad se dispersa. En algunas circunstancias, algunas religiones, como el chiísmo cuando se refiere al culto a los mártires en determinados santuarios, obligan a que el fiel se retire caminando de espaldas, sin dejar de mirar a la tumba o el cenotafio.
Esta despedida fallida, el súbito desinterés del hombre que deja de tener en consideración a la divinidad, es precisamente contra lo que Wright luchó al proyectar el Templo de la Unidad en Chicago.
Wright era un devoto miembro de la Congregación Unitaria Universalista, nacida, a finales del siglo XVIII, de la disgregación de cultos protestantes. Dicha congregación (el término "iglesia", aunque se emplee, no es adecuado) no es cristiana (católica ni protestante). Constituye, en verdad, una nueva religión. Religión insólita: filosófica más que teológica, se aproxima a la masonería, si no fuera porque su ingreso no exige ningún adoctrinamiento, ningún rito iniciático. Los Uninistas Universalistas creen en una divinidad abstracta. Las ceremonias consisten en cánticos y en la lectura comentada de textos cristianos, islámicos, budistas, y de pensadores de todos los tiempos. Acepta a ateos, teístas y paganos, y no exluye a nadie. Entre los textos más célebres se halla un himno que canta el derribo de los muros entre los humanos.
Cuando el joven Wright, en tanto que miembro de la comunidad, recibió el encargo de construir un nuevo templo en sustitución de uno anterior, en forma de iglesia gótica, incendiado por un rayo, quiso logar la traducción en piedra del ideario unionista, la plasmación o fijación de una ceremonia.
El templo de la unidad consiste en dos edificios, cúbico y paralelepipédico, de distintas alturas, unidos por un bloque aún más bajo. El primero es la Casa de la Divinidad (cualquier divinidad). El segundo, la casa de la comunidad. Entre éstas, un pasillo angosto, oscuro y bajo de techo, casi opresivo (como todos los pasillos en la obra de Wright, zonas de tránsito, túneles que tienen que ser recorridos en pos de la luz, pero que nunca pueden erigirse en estancias).
La Casa del Dios es un cubo luminioso. Frente al púlpito se disponen dos pisos de balcones en los que se situan tres filas de bancos corridos muy sencillos. Todos miran hacia el púlpito, más bajo, en contacto con la tierra, ya que solo el fiel tiene el derecho de elevarse. La salida se realiza en dirección al muro del púlpito, en cuyos extremos se disponen las puertas. El fiel, al retirase, avanza hacia el orador. La palabra le acompaña.
Cuando abandona la Casa de la Divinidad, entra en el pasillo. Éste no desemboca al exterior, sino que conduce a la casa de la comunidad. Aunque más baja que el Templo, se organiza del mismo modo. No existe diferencia alguna entre ambas casas. Son el destino de la comunidad. Cuando la ceremonia propiamente religiosa o filosófica concluye, la comunidad sigue encontrándose en la casa civil, en la que se halla una sala de reunión y aulas de estudio.
El Templo de la Unidad es una casa comunitaria. Atiende a todas las creencias, unidas por la música, la geometría y la palabra: es decir, los atributos de la divinidad que canta, inspira y ordena el mundo para los humanos. Las imágenes, partidistas, estrán proscritas. El Templo aúna rasgos de arquitecturas japonesa, precolombina, asiria, hebrea, cristiana (la planta en cruz griega de la Casa de la Divinidad), islámica (dicha casa también se inspira de las plantas centrales de las mezquitas otomanas) romana (la basílica de la comunidad), etc. Ambas casas son receptáculos de luz. Ventanas y vidrieras dejan entran la luz, tan solo fultrada por los tonos blanquecinos y verdosos de las vidrieras. El azul, excesivamente cristiano, está proscrito, en favor del verde terrenal (y paradisíaco, de origen persa).
La única ornamentación son una red ordenada de sencillas molduras (listones) de robre dispueastas como la urdimbre de un tejido que recorre y une o unifica todo el edificio (ambos bloques). Wright sabía que Atenea era la diosa de los constructores y de las tejedoras. Su busto presidía su primer estudio en Chicago, cerca del Templo. El interior es un universo femenino, una casa familiar, en la que se exhiben los lazos comunitarios entre las familias que componen la congregación. La divinidad, abstracta a la que se rinde culto se acerca más a una figura femenina que a un astero dios patricio.
La elación con el mundo femenino se acentua por el hecho que la congregación comulga con flores. Cada año, cada miembro planta una flor o recoge una de los ramos que se componen. Inmensos maceteros elevados señalan la entrada, tanto de la Casa de la divinidad cuanto de la comunidad.
El célebre Templo de la Unidad (Unity Temple) es una gozosa celebración de la fuerza de una comunidad, abierta a quien quiera entrar, y un espacio de encuentro no sectario. Su situación en una encrucijada simboliza bien la convergencia de caminos hacia este espacio de encuentro.
El Templo de la Unidad es una reflexión sobre lo que una comunidad es, traducida a piedra (hormigón), son las palabras de la propia comunidad transcritas en la materia, edificadas.
Recuerdo que, a finales de los años setenta del siglo pasado, Rafael Moneo -por el aquel entonces catedrático de Proyectos en la Escuela de Arquitectura de Barcelona - y sus profesores ayudantes, nos impusieron, como primer ejercicio de la asignatura del primer curso de Proyectos, la realización de una perspectiva axonométrica del Templo de La Unidad, a partir de unas pocos fotocopias de una planta y una sección. Un arduo, arisco ejercicio formal. ¿La mejor manera de entender la razón o el sentido del hábitat?