domingo, 26 de mayo de 2024

Sociedad (Participación)

 Los estudiantes de arquitectura, los arquitectos están preparados debidamente para edificar. Sabemos de materiales, construcción, estructuras, instalaciones, desde los cimientos hasta la coronación de la obra. Sabemos proyectar, ubicar la obra en el territorio y el volumen en el espacio. La obra responde a los requerimientos técnicos, formales, legales. 

Mas, ¿sabemos porqué construimos, qué nos empuja y alienta a edificar?

La arquitectura es el termómetro que mide el sentido de una sociedad. Gracias a la arquitectura una sociedad se relaciona con el mundo, incide en él, le afecta para bien o para mal, se adapta a aquél y lo adapta a la vez a las necesidades de la colectividad. Éste se crea, se constituye y se asienta gracias a la intervención, la mano del hombre sobre el espacio. Acciones, intervenciones son necesarias funcional y simbólicamente para que los seres humanos se sientan a gusto, se asienten sólida, seguramente y asientan en la elección y disposición del lugar que se han dado para vivir. Las intervenciones humanas en el territorio ayudan a configurar y consolidar las interacciones humanas, a constituir una sociedad. Ésta existe y perdura gracias a la relación que mantiene con el mundo, mediada por las acciones creativas que disponen el mundo y nos predisponen a querer asentarnos y sentirnos hijos de dicho lugar. 

La arquitectura marca el territorio , señala nuestra presencia y nuestra aceptación del lugar que hemos hallado y que nos hemos dado. Señala que hemos encontrado dónde morar para siempre o por un periodo más largo que el de nuestra vida.

La arquitectura mide, pauta, expresa y condiciona nuestra relación con el espacio visible e invisible. Lanza una señal que hemos llegado para quedarnos, que ya no vamos a la deriva sin saber hacia dónde y con qué fin. Pone fin a la búsqueda, a la incertidumbre. Manifiesta que hemos hallado un hogar, donde fundar un hogar para nosotros, los antepasados y los que nos sucederán. Ya no tenemos que abandonar a los que no pueden seguir, a los que ya no están. Tampoco ya no huimos de los demás ni de nosotros mismos. Edificar requiere confianza en nosotros, en la presencia de los demás, en la coexistencia, y en la seguridad que hemos dado con el lugar que nos acoge y que nos corresponde, sellando un pacto con el mundo, con los poderes visibles e invisibles. Empieza entonces la edificación de un hogar común, que manifiesta y constituye acuerdos a los que llegamos y en los que confiamos, pues ya no sentimos la necesidad de estar siempre a la deriva, huyendo, perseguidos o persiguiendo un sueño que nunca se materializa. 

La arquitectura es la visualización de un sueño (un proyecto de vida) en el espacio, una vida con y entre los demás, en la que se conjuga lo público y lo privado, las relaciones con los vivos y con los muertos, los mortales y los inmorales.

Quizá debiéramos, antes de estudiar cómo se construye -y para que la edificación tenga sentido- saber porqué construimos, porqué la construcción es necesaria para constituirnos como seres humanos , seres sociales, dispuestos a compartir e intercambiar valores, bienes e ideas con los que se instaura una vida armónica, lúcida y asumida. La arquitectura es lo que nos hace humanos: indica que estamos a bien con el mundo, señala la asuncion del mundo y de nuestra vida, y el abandono de falsas esperanzas. Nos sentimos suficiente seguros de nosotros y de lo que nos aguarda, para asentarnos y descansar confiados en lo que vendrá.

  Societas, en latín, significa asociación, colaboración, unión. Implica compartir y vivir confiadamente, una vida en común, entre iguales. Conlleva el establecimiento de alianzas, y permite “tener” compañía, es decir, evita la soledad, el ensimismamiento, el rechazo del otro -por temor o incomprensión : la vida social derriba barrera. La sociedad está constituida de ligámenes entre nosotros, de redes de complicidad con los demás y con el mundo. Redes que tejemos, y que las obras (donde viviremos comunitariamente, compartiendo espacios) simbolizan.

 Sociología e historia (el sociólogo Marc Bloch, en el siglo XIX, consideraba que eran ciencias hermanas, casi indistinguibles) deberían ser los pilares sobre los que instituir los conocimientos básicos para edificar con pleno sentido.

viernes, 24 de mayo de 2024

Falta (o tribunal)

 El mes de mayo llega al final. Anuncia el temible mes de junio académico, lo precede y lo introduce. Es el tiempo en que los estudiantes presentan trabajos finales de curso, de grado, tesinas, proyectos finales de carrera y se enfrentan a exámenes finales escritos u orales.

La evaluación de un trabajo escrito o defendido verbalmente suele señalar las carencias de aquél: lo que le “falta”. Se destaca negativamente lo que carece. No se juzga lo que se tiene, el trabajo tan como se presenta, sino lo que debería tener. Se juzga comparándolo con un trabajo, un escrito ideal, y se señalan sus deficiencias, sus faltas. De buenas a primeras, se indica que el trabajo no responde a un modelo asumido. Juzgamos en función de lo que esperamos, a lo que se debería hacer, a un modelo conocido, y  no atendemos a lo que se ha realizado.

Dicha manera de avaluar es comprensible. Partimos de lo que sabemos, de criterios que conocemos y caracterizamos como faltas todos los puntos en los que el trabajo no coincide con una trama o plantilla establecida. La corrección se convierte en un chequeo: ¿”abstract”? ¿Palabras clave? Metodología? ¿Fuentes? El trabajo ¿presenta o incluye  estos aportados? ¿Falta alguno?

La palabra falta, en latín, no designa una ausencia o un error, sino una actitud o intención. Falta significa engaño. Un engaño es efectivo, logra confundir a la víctima si esquiva lo previsible o evidente. Si la toma por sorpresa. Una falta es un intencionado desvío de la norma, presentado como si se respetara la convención. Un hecho, un dicho falsos (la falsedad y la falta son sinónimos) son enunciados o mostrados como si fueran verdaderos y atendieran a lo esperable, como si no se apartaran de lo que se supone o se prevé. El engaño es eficaz si se lleva a cabo según procedimientos conocidos. Por el contrario, una verdad que se desmarca de la opinión general aparece a menudo como una falsedad.

Destacar lo que le falta a un ejercicio -para ser considerado modélico, es decir predecible- implica por parte del evaluador suspicacia. Sospecha de lo que juzga. Juzga con prejuicios. Está alerta, tenso, no sea que se le engañe. Presta atención no a lo que se dice o se muestra, sino a lo que no se dice. Más que lo que se ofrece, se calibra lo que se supone se esconde. 

La palabra tribunal pertenece al vocabulario académico y judicial. Político, igualmente. En efecto, tribunal, en Roma, era el nombre que recibía el lugar desde el que los tribunos arengaban o se dirigían a la plebe, al común de los mortales. Un tribunal era una tarima, necesariamente elevada, gracias a las cual los tribunos, que formaban una tribu (una palabra emparentada con tribunal y que designa a un colectivo con una sola voz, del que no se toleran voces discordantes), se ubicaban por encima de los demás. Un tribunal es un espacio acotado, es decir escindido, defendido, desde el que se dirige el y al mundo. 

El tribunal, decimos, parte del presupuesto que quien es evaluado está en falta, esconde sus faltas o fallos (de conocimiento), desvía la atención sobre lo que no sabe y, en suma, pretende confundir sobre lo que ha hecho y no ha hecho. ¿Ha cometido una falta? La pregunta no se plantea. Se parte del presupuesto que dicha falta existe, que el examinado va a faltar al tribunal.

¿Se puede evaluar sin prejuicios? ¿Podemos valorar lo que se nos muestra, y no lo que esperábamos que se nos mostrara? 

Sin embargo, un examen o un trabajo “canónico”, en el que no se echa nada en falta, no nos parece sorprendente. No destaca. Tampoco recibe una “buena” nota. 

Un examen revela los fallos, las faltas de quien se examina. Pero también del examinador. Dice tanto de quien se somete (término militar) a la evaluación como del que juzga. Los profesores nos descubrimos cuando nos confrontamos a los estudiantes. Y, quizá, en secreto nos avergonzamos de las decisiones que tomamos. El examen lo pasan ambas partes. Pero solo una recibe una sanción.

Seguramente es inevitable y humano. Previsible. ¿Justo? Quizá mejor no plantearlos. Es el tiempo de las evaluaciones, y los evaluadores, los “enjuiciadores” o los justicieros acaso, no podemos ponernos en tela de juicio. Tiempo habrá, tiempo que nunca llegará.


martes, 21 de mayo de 2024

Estudiante aplicado








Fotos: Tocho, archivo de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura de Madrid, mayo de 2024

Programas de las diferentes asignaturas que se explican en la Escuela Especial de Arquitectura (1855). Madrid, Imprenta del Colegio de Sordo-mudos y de ciegos

Agradecimientos a Susana Feito, directora de la biblioteca de dicho centro 


“Arco de cicloide, segmento de cicloide -  volumen de revolución engendrado por una superficie plana comprendida entre dos curvas, girando al rededor de un eje - segmento esférico - elipsoide - Movimiento de un punto material sobre la cicloide - Bóveda esférica trasdosada - Nicho esférico y bóvedas de hemiciclo - Bóveda vaida con arcos torales - Bóveda elíptica de revolución alrededor de un eje horizontal -  Bóveda en forma de elipsoide de tres ejes. Juntas determinadas  por medio de las líneas de curvatura, etc.”

Esta compleja, enigmática descripción de formas geométricas y de su trazado, no apta para quien no sea un diestro geómetra, no pertenecen a ningún proyecto de algún arquitecto que haya recurrido a formas de trazado complejo, como, por ejemplo, Antonio Gaudí.

El texto citado forma parte, una mínima parte tan solo, escogida al azar, de los largos y detallados enunciados de distintos apartados de la sesentena de lecciones de la asignatura de geometría del plan de estudios de arquitectura  que un estudiante debía seguir en los cursos introductorios en España en 1855.

La carrera de arquitectura comprendía tres fases: una primera que el estudiante debía llevar a cabo por su cuenta, adiestrándose en dibujo, lenguas (francés e italiano)  -y en gramática, se recomendaba-, en centros homologados o en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid, un requisito obligatorio para acceder a los cuatro años de cursos comunes de bellas artes, junto con estudiantes de pintura y escultura. Dichos cursos formativos comunes culminaban con un difícil examen de acceso a los tres o cuatro años de asignaturas específicas de arquitectura. 

Los estudios, tras la preparación por libre, duraban ocho o nueve años, y tenían lugar, antes de 1875, fecha de la creación de la Escuela de Arquitectura de Barcelona, primeramente en la Real Academia de Bellas Artes, hasta 1844 y, posteriormente, ya como Escuela Especial de Arquitectura, en el antiguo Colegio Imperial jesuitico de Madrid, aún bajo la tutela de la Real Academia. Hasta 1875, todos los arquitectos se habían formado en Madrid.

La Escuela de Arquitectura de Barcelona no tenía un plan de estudios propio, sino que  debía seguir los de la escuela de Madrid, q cuyo centro los estudiantes tenían que desplazarse para pasar el examen de ingreso.

Un estudiante como Gaudí se formó en Barcelona, con el plan de estudios antes citado, que comprendía las clases de Geometría  mencionadas -de un nivel difícilmente alcanzable o imaginable hoy.

No todos los arquitectos decimonónicos españoles alcanzaron la excelencia en geometría, ni decidieron optar por las formas y métodos impartidos en dichas clases, en detrimento de las lecciones Vitrubianas.

 Pero si pensamos que, amén de la excelencia en geometría, los futuros estudiantes debían superar las completas clases de historia de las religiones y de historia del arte, que incluían el conocimiento de la arquitectura del pasado y del presente de todas las culturas mundiales, salvo las africanas, sin duda poco conocidas en 1855, y las de mesopotamia del sur, aún no descubiertas, podremos tener un panorama de la formación amplia, detallada, exhaustiva, que iba de la geometría a la teología, de los arquitectos españoles del siglo XIX, que podría dar razón o fe de las aparentes innovaciones formales y constructivas de un arquitecto, seguramente aplicado y sobresaliente, como Gaudí, posiblemente fiel seguidor de las enseñanzas que debía seguir y superar todo estudiante que aspirara a ser arquitecto, un ejemplo de las bondades y los excesos de dichos estudios.


Para Ll.G.-M. y P.G.-A., continuadores de las enseñanzas de Juan Bautista Peyronnet (catedrático de Estereotomía a mitad del siglo XIX, restaurador de la catedral de Palma y de la Puerta del Sol en Madrid), quienes tienen la misión de guiar a los estudiantes por sendas tan arduas y fascinantes

lunes, 20 de mayo de 2024

MAISARA BAROUD (1976): LA DESTRUCCIÓN DE LA CIUDAD, o AÚN ESTOY VIVO (EN LAS RIBERAS DE ASIRIA, 2023-2024)

 


































Maisara Baroud es un dibujante gazaití. Su casa y su estudio han sido destruidos; ha perdido series enteras de dibujos. Suele dibujar series. 

 Malvive hoy en Rafah, tras haberse desplazado por toda la franja de Gaza. Cuesta encontrar papel, pluma y tinta.

Y, sin embargo, dibuja cada día una lámina que publica en una cuenta de una red social.

Cuerpos y casas se funden como un puzzle o un juego (la palabra resuena irónicamente en este contexto) de construcción desordenado, con piezas maltrechas o que se han perdido. La destrucción de las ciudades, a menudo, corona la matanza de los cuerpos, entre los que se infiltran los escombros.

El Museo de Palestina en los Estados Unidos expone hoy la serie de dibujos Aún estoy vivo, que sigue creciendo, en una muestra, Extranjeros en su tierra natal, un palacio veneciano en el marco de la bienal de Venecia.


https://www.palestinemuseum.us/events/2024/foreigners-in-their-homeland


En el palacio Mora 

….y a las siete semanas (Pentecostés)

 Lunes, 20 de mayo de 2024

Judios y cristianos celebran la fiesta de Pentecostés o, con precisión, los efectos, al día siguiente, de dicha fiesta, que acontece siempre  en domingo, siete semanas (siete por siete días, un redoble mágico del mágico número siete) después de la resurrección del dios cristiano, abandonando su naturaleza humana -los humanos no resucitamos- en favor de la divina, y de su ascensión deslumbrante. 

Dicha fiesta sella el inicio de las cosechas. Una fiesta agraria inevitablemente religiosa que designa no solo la próxima abundancia alimenticia sino también espiritual: la fiesta también celebra la mítica entrega de las tablas de la ley por parte de la divinidad a su mediador (Moisés, en este caso),  en lo alto del monte Sinaí, que sellan la buena relación entre la divinidad protectora y sus protectores que le devuelven el favor mediante el culto extático.

La fiesta, por tanto, celebra la intercesión divina.

El cristianismo ofrece una interpretación de dicha festividad judía. Cincuenta días más tarde de la ascensión del dios cristiano, desaparecido así de la tierra, se renueva su presencia, latente, esta vez, con la bajada de llamas sobre la testa de sus fieles que de pronto, iluminados, ensanchan su punto de vista: ven más y mejor, ven lo que no se ve, ven lo invisible, acceden, por tanto, a contemplar el invisible, ls divinidad incorpórea, y a dialogar con ella; se vuelven seres espirituales, casi desencarnados, superadas las limitaciones físicas que nos convierten en seres mortales.

Lo que acontece durante la celebración es el descenso, en forma de fuego de una entidad ambigua, que es a la vez una parte de la divinidad, su hálito o soplo (llamado Espíritu Santo), y es una divinidad distinta de la divinidad, llamada Paracleto, que, en griego, significa Mediador, y que toma posesión de los mortales para interceder ante la divinidad invisible, y acercarles a ella, de modo a que relación entre mortales e inmortales sea más estrecha.

El efecto de dicha posesión es singular: poseídos por el espíritu o paracleto, los mortales adquieren el don de las lenguas y pueden así no solo hablar con todo el orbe, sino con la misma divinidad considerada el Verbo y caracterizada precisamente por su voz capaz de alumbrar a todos los seres, tan solo llamándolos, nombrándolos, durante los siete días la la creación, periodo que la pentecostés rememora.

La multiplicidad de las lenguas, la capacidad de hablar con todos, invierte la condena bíblica tras la fracasada construcción de la Torre de Babel, una escalera que se adentras más allá de las nubes, capaz de poner la divinidad al alcance de los humanos. 

La multiplicación de las lenguas, en Babel, es percibida como un castigo divino, pues impide que los constructores de la Torre puedan entenderse y ponerse de acuerdo para proseguir la obra. Hasta entonces, en efecto, solo se hablaba una lengua.

La fiesta de Pentecostés pone remedio a esta condena. La multiplicidad de lenguas ya no es un obstáculo para la comunicación sino un acicate. Sabiendo todas las lenguas, la humanidad puede entenderse y entender a la divinidad. Sella por tanto el reencuentro entre ésta y los humanos, acuerdo que la torre de Babel había fracturado. Devuelve las buenas palabras, el diálogo entre mortales e inmorales.

Un diálogo que la historia ha revelado ser en vano, aunque la esperanza, para algunos, no se pierde. Sin comunicación, sin entendimiento el conflicto es inevitable: significa la incomprensión del otro y por tanto instaura la suspicacia y una actitud a la defensiva o una disposición al ataque.

Quizá hoy dicha fiesta, real o ilusoria, sea más necesaria que nunca. O quizá debamos olvidarnos del sueño de aspirar a comunicar con lo alto para tratar de dialogar con quienes están al lado nuestro. Un esfuerzo que la Pentecostés también simboliza.






domingo, 19 de mayo de 2024

MICHEL BOSCHET (1927-2010) & ANDRÉ MARTIN (1925-1994): DEMAIN, PARIS (MAÑANA, PARÍS, 1959)

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FRÉDÉRIC HAINAUT (1972): LE MARCHEUR (EL CAMINANTE, 2018)

Le Marcheur from Camera-etc on Vimeo.


Premio al mejor cortometraje de animación francófono -hablado en inglés, pero dirigido por un cineasta valón- en el Festival Internacional de Animación de Clermont-Ferrand (el más importante del mundo) en 2018.