domingo, 24 de enero de 2010

La muerte del arquitecto (Freddie Francis & Ken Wiederhorn: Dark Tower, 1987), o antes de que Vicky y Cristina aterrizaran en Barcelona








La película entera, por capítulos en:

http://www.youtube.com/results?search_query=dark+tower+%281987%29&search_type=&aq=f

El por el aquel entonces (1987) director de fotografía de David Lynch, Freddie Francis, llegó a Barcelona, junto a su querida Jenny Agutter, para filmar Dark Tower: la historia de un arquitecto asesinado en so obra magna, una torre descomunal de vidrios negros cuyo espiritu posee el edificio y se venga, uno a uno, de sus asesinos.

La dark tower en cuestión era una de las torres de los edificios Trade de J.A. Coderch; aunque también salían las torres negras de la Caixa, situadas frente a las anteriores, también de Coderch. No creo que el tan comentado carácter de este arquitecto inspirara la película.

Sin embargo, las escenas de interiores se llevaron a cabo en un edificio cercano, que fue el hotel Hilton y hoy es el Hospital de Barcelona, el cual, durante unos años, estuvo vacío y abandonado.

La entrada se adecentó y se convirtió en el hall de unas grandes oficinas. Se construyó al fondo de la planta baja un decorado que representaba un ascensor. Éste no tenía techo, lo que permitía la filmación desde arriba.

Los extras estábamos aparcados en una zona aislada de la planta baja. Teníamos bocadillos de jamón y fantas, lejos, sin embargo del lujoso "cátering" de las estrellas. No podíamos salir de la habitación durante todo el día, por si el director decidía alterar el plan de trabajo y requerirnos. Tenía un humor de perros. Salvo para Jennifer.

Momento de gloria: ataviado con un abrigo y un sombrero, portando un maletín, entrando a todo prisa, junto con otros "hombres de negocios" en la Torre Negra, camino del ascensor; justo después de apretar el mando de la última planta, me volvía hacia el exterior y forzaba las puertas abiertas para dejar paso a una apresurada y elegante ejecutiva (Jeniffer Agutter) que llegaba tarde y corría por la entrada, mientras le decía las inmortales palabras: Come on!

Repetimos la escena durante horas: todos los ejecutivos mañaneros llegábamos demasiado pronto, o las puertas (manipuladas con unas cuerdas desde arriba) no se abrían, o entrábamos todos en tropel en el ascensor, convertido en el camerino de los hermanos Marx, o alguien tropezaba, o hablaba demasiado pronto antes de que la actriz llegara, o la cámara no rodaba, o un extra, que ya no se aguantaba, se iba al lavabo en medio de la toma, etc.

Como fui un extra con derecho a palabra (chapurreaba inglés) cobré cinco mil pesetas.

Aquí acabó mi carrera hacia Hollywood.

Por ahora.


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