Celda, 1993
Casa-mujer, 2001
Selección de casas-mujer, años cuarenta
Louise Bourgeois, escultora norteamericana de origen francés, ha fallecido a los noventa y nueve años.
Ha trabajado casi hasta el último día. Su obra empezó a ser conocida a finales de los años cuarenta del siglo pasado.
Una parte de sus dibujos y esculturas tratan el tema de la casa-mujer: la casa equiparada con un cuerpo femenino, pero también el cuerpo femenino asociado, y prisionero, del espacio doméstico.
La equiparación entre la casa y el cuerpo no es nueva. Se remonta a los albores de la historia. El palacio Enki el dios mesopotámico de la arquitectura tenía el nombre de su madre (Nammu o Abzu), una diosa-madre de las aguas primigenias, y estaba situado dentro del vientre de la madre.
Pero Bourgeois introduce una nota inquietante: el cuerpo de la mujer se metamorfosea en el volumen de una vivienda (o viceversa): según cómo se interprete, el cuerpo se petrifica, o la casa se humaniza. Contrastan violentamente las formas geométricas de la casa con los volúmenes proeminentes, abultados, redondeados del cuerpo, a veces grávido. El edificio ocupa el lugar de la cabeza. El resto del cuerpo, y en particular el vientre, es plenamente humano, como si las funciones o pulsiones animales y humanas no se vieran coartadas: mas la testa se ha convertido en un hogar o, muy posiblemente, yazca encerrada en una casa convertida en mazmorra.
Las casas que Bourgeois representa son, a menudo, esbeltas torres de planta cuadrada, dotadas de brazos y piernas humanos que gesticulan sin orden ni concierto. Torres antiguas, semejantes a bastiones de defensa construidos con sólidos sillares. La torre puede ser vista, simplísticamente, como un símbolo fálico, pero es sobre todo el tipo de edificio en el que tantas heroínas han sido encerradas (como Dánae o Bárbara) para evitar que dieran a luz (a un salvador). La torre, habitualmente, en un elemento de unión entre el cielo y la tierra, y que evoca plásticamente la elevación, pero se convierte aquí en una celda, que aprisiona el cuerpo, como si se tratara de un espacio subterráneo del que solo sobresalen manos y piernas que piden, quizá, ayuda.
Casas para clanes familiares, cubiertas a veces con un tejado a dos aguas, dibujadas como los hogares que dibujan los niños. Las estancias son cajones vacíos, y las ventanas, marcos alrededor de un cristal, en los que se asoman, no se sabe si para reir o para pedir ayuda, los rostros de todos los miembros de la familia: rostros de seres petrificados.
Una duda, sin embargo,: la obra de Bourgeois, que ha despertado tanta admiración tardía, ¿no está sobrevalorada?; Bourgeois quizá sea la mejor escultora contemporánea; o la única. Sus últimas esculturas eran catafalcos aparatosos, enormes jaulas que dejaban, extrañamente, indiferente. Escenografías abarrocadas, conceptistas, más que obras con la intensidad de las piezas de la post-guerra.
Declaraciones como las del director del Centro de Arte Reina Sofía (Madrid), que sostiene, cansina o tópicamente, que la obra de Bourgeois reacciona ante "el mundo del logos heterosexual y represivo" no sé si ayudan. Es muy posible que Bourgeois hubiera reaccionado ante la represión, sexuada o no, ante todo tipo de represiones, externas e interiores. Convertir la casa -el espacio tópicamente femenino, abierto a todos, un lugar de acogida y de recogimiento-, en una torre de defensa, que rechaza cualquier contacto humano, crea fronteras, levanta muros sin ventanas o con simples oberturas carcelarias: quizá la gran aportación plástica y reflexiva sobre lo que es la arquitectura de Bourgeois.
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