viernes, 2 de septiembre de 2011

EL TEMPLO SUMERIO


Al igual que cualquier templo de una religión antigua politeísta, el templo es la casa de la divinidad. En sumerio, casa y templo se decían de la misma manera (é). El carácter doméstico del templo se expresaba a través de la fachada: en algunos templos, un recubrimiento de delgados coloreados hincados en los muros exteriores e interiores, cuyas cabezas coloreadas componían frisos con motivos geométricos, recordaban los de las esteras o las alfombras de las estancias.


Según los mitos, los templos terrenales estaban construidos a imitación de templos celestiales. Los templos en la tierra acogían a las divinidades cuando descendían del cielo.

Se dedicaban himnos a templos como si fueran divinidades. Eran organismos vivientes, comparados, por ejemplo, a toros, fenómenos naturales que infundían temor, montañas que llegaban al cielo, bases del universo, o columnas que unían el cielo y la tierra.

En esta morada, los humanos, salvo sacerdotes y reyes, tenían vetada la entrada. La divinidad estaba presente a través de la estatua de culto. La divinidad, invisible, animaba su efigie terrenal: el clero la contemplaba en el centro de la capilla central; la alimentaba mediante sacrificios vegetales y animales, la cuidaba, la vestía cada día. Cada mañana, despertaba a la estatua y le abría los ojos. En días señalados, la divinidad, a través de su estatua, era sacada en procesión y conducida al encuentro de otras divinidades con las que mantenía contacto, cuyas estatuas moraban en otros templos.

El templo, ya en tiempos históricos, consistía en un recinto de ciertas proporciones situado en un extremo de la ciudad (se supone que la ciudad prehistórica del quinto milenio aC, como Uruk, poseía templos, pero nada, ningún texto –la escritura aún no existía-, permite identificarlos). De este modo, marcaba distancias con el mundo profano.

Contrariamente al templo egipcio o griego, el templo sumerio no posee un tipo propio. La planta en T, consistente en dos estancias alargadas –colocadas perpendicularmente, y unidas por el extremo de una y el punto medio de la otra-, característica de la arquitectura sumeria, es común a todo tipo de edificios, sagrados o no, públicos y privados. Sin embargo, se han encontrado algunos templos, de planta cuadrada o rectangular, rodeados por dos muros concéntricos de planta ovalada contra los que se apoyan algunas dependencias secundarias (como el templo de Khafadye, 2700-2400 aC), que podrían ser considerados como edificios sagrados que solo existían en Sumeria. No todos los templos, empero, respondían a esta tipología.

Una muralla aislaba el templo de las casas. En el interior del recinto, se ubicaban el templo propiamente dicho, y las dependencias: casas para los sacerdotes y las sacerdotisas (se ha hablado de la existencia de “conventos”), archivos, escuelas en las que se enseñaba el dificilísimo arte de la escritura, graneros y almacenes para los bienes del santuario, y las ofrendas ritualmente entregadas a la divinidad, talleres artesanales en los que se manufacturaban vestidos y joyas para la estatua de culto, y utensilios y recipientes para las ofrendas, etc. Algunas zonas, como estanques que simbolizaban las aguas primordiales de las que la vida había surgidos, contribuían a que el santuario fuera una réplica del universo.

Los templos solían estar orientados según los puntos cardinales. En los mitos, los templos apuntaban hacia determinadas constelaciones, manifestaciones siderales de las divinidades.

Finalmente, a partir de finales del segundo milenio aC, la parte más visible del conjunto, desde toda la ciudad, era la alta pirámide escalonada del zigurat, compuesta de siete niveles que recordaban los siete niveles del empíreo, en cuya cumbre se supone se hallaba una capilla en la que se detenía la divinidad cuando descendía a la tierra.

Una mítica cumbre montañosa salvó a la humanidad: apenas sobresalía de las aguas que cubrían la tierra castigada por el diluvio, y detuvo el curso errático del arca en la que se habían refugiado Utnapistim (el Noé sumerio) y representantes de todos los seres vivientes, permitiéndoles que descendieran para repoblar la tierra. La cumbre redentora recibía el nombre de zigurat.

Por tanto, el zigurat recordaba los peligros de los diluvios, pero también infundía confianza: los hombres, refugiados en lo alto podrían sobrevivir. Por eso, la imagen de las cumbres era ambivalente. Evocaba el mundo de los bárbaros, pero también recordaba que los humanos habían sobrevivido al cataclismo gracias a la presencia de un alto risco.

Se ha discutido mucho acerca de la importancia y el número de los templos en las ciudades sumerias. Nada permite distinguir un templo de un palacio, una casa noble, o un edificio público como un local asambleario (en el que se reunían los ancianos o los grupos de poder o de gobierno para debatir acerca del gobierno real).

Las primeras misiones arqueológicas, a finales del siglo XIX, se centraron en las partes altas de la ciudad, esperando encontrar tesoros ya que se suponía que palacios y templos se hallarían, como en Grecia, en “acrópolis”. Se descubrieron, en efecto un gran número de edificios de gran tamaño. Casi todos fueron interpretados como templos, por lo que se pensó que las ciudades estaban gobernadas por una extensa clase sacerdotal. Hoy, esta visión se ha matizado; se reconoce la importancia no solo del rey y de posibles asambleas ciudadanas, sino también de clases nobles y medias, no siempre asociadas al poder. Por este motivo, la importancia concedida al templo en la vida urbana se ha relativizado.

No obstante, en el imaginario sumerio, toda la ciudad pertenece a una divinidad, y esta mora en un templo. Éste, además, posee terrenos en las afueras, en los que se cultivan alimentos para la divinidad y los sacerdotes, y pastan rebaños de los que proceden las reses sacrificadas. Un numeroso personal atiende a esas tierras y sirve al templo (a la divinidad).



FRAGMENTO DE HIMNOS DEDICADOS A TEMPLOS.

Los himnos a templos fueron compilados, y algunos compuestos, por Enheduanna (2285-2250 aC), sacerdotisa del dios lunar Nanna, hija del emperador acadio Sargon I (2334-2279 aC). Se trata posiblemente del primer autor, y el primer poeta, conocido de la historia.

“O lugar primordial, profunda montaña artísticamente modelada, santuario, lugar terrorífico situado en un prado, una pesadilla cuyos elevados caminos nadie puede sondear, templo de la ciudad de Gisbanda, argolla, red trenzada, grillete del inmenso inframundo del que nadie puede escapar, tu fachada se alza, proeminente como una trampa, tu interior es donde el sol se alza, dotado con bienes que se extienden. Tu señor es el señor que tiende la mano pura, el sagrado del cielo, con lujuriosa y abundante melena hasta los hombros, dios Ningiszida. Ningiszida ha levantado una morada en tu santuario, oh Gisbinda, y ha tomado aposento sobre tu tarima.”


Versión de un texto para la exposición Antes del diluvio. Cuando la tierra era un Edén (Sumeria, 3500-2100 aC), que Caixaforum prepara, para Barcelona y Madrid, desde finales del 2012 hasta mediados de 2013.
Copyright: Fundación la Caixa

Templo oval de Khafadye
Reconstrucción: 404Arquitectos (Luis Amorós y Miguel Orellana), 2010-2011
Documentación: Eric Rusiñol
Copyright: Fundación La Caixa

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