jueves, 22 de septiembre de 2011

Viaje a Oriente


Muchos relatos míticos cuentan viajes iniciáticos. Los protagonistas, héroes o personajes legendarios, parten en busca de sí mismos siguiendo indicaciones oraculares. Tienen que romper con su  entorno. De hecho, si vuelven, el  orden cambiará. Se ponen, son puestos a prueba. Deben sortear una serie de obstáculos, a fin de demostrar y demostrarse su valía. Parten sin saber si regresaran; parten hacia lugares jamás hollados, defendidos por monstruos ávidos de sangre (can cerberos, ogros, o caníbales que se desdoblan) y barreras jamás superadas.
El viaje al más allá (en lo más alto, o lo más profundo del orbe) era el último viaje que se podía llevar a cabo. Regresan, si retornan, transformados, física y espiritualmente, preparados para emprender una nueva y última vida.

Así acontece en el Poema de Gilgameš: narra el viaje hacia los confines del mundo que el rey de Uruk, Gilgameš, y su fiel escudero, Enkidu, emprenden, en busca de lo que constituye la condición humana, del lugar que ocupan en el mundo y en relación con los seres superiores.
Este viaje, que Enkidu no supera, y Gilgamesh concluye, tras sobreponerse a la pérdida de Enkidu, aceptando la condición mortal del hombre, tuvo una influencia decisiva en narraciones míticas y populares posteriores. Algunos de los viajes que los cuentos de Las mil y una noches narran se basan en las exploraciones de Gilgameš.

Ya desde la tardo-antigüedad (s. IV dC), existieron personas en Occidente, como Egeria, una dama de la provincia romana de Gallaecia (Galicia), que emprendieron un viaje a Oriente, cargado de dificultades. Buscaban la tierra prometida, promesas de felicidad o vida plena.  El judío Benjamín de Tudela, en el siglo XII, abandonó la Península ibérica para recorrer lo que parecían tierras limítrofes, antes de que Marco Polo empujara la última frontera (que Alejandro Magno, desde Macedonia, ya había cruzado en el s. IV aC).

Los viajes hacia donde despuntaba el sol, aunque no exentos de peligros, debido a las tribus del sur de Mesopotamia, hostiles a los viajeros acusados, no sin razón, de ávidos, y al control que el sultán otomano ejercicia sobre la parte árabe del imperio, ya no fueron tan excepcionales a partir del siglo XVII. Alimentaron las primeras misiones arqueológicas en el Próximo Oriente desde la primera mitad del s. XIX: hombres y mujeres partían para explorar, obtener bienes, ganancias y poder, pero también por el placer de viajar y de olvidarse de dónde venían.   

1 comentario:

  1. Si escribes más sobre viajes allende las fronteras, lo leeré con fruición. Abrazos desde Helsinki

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