lunes, 16 de septiembre de 2013

La ciudad (la "polis") en la Grecia antigua

La definición de la ciudad o ciudad-estado (polis) que Aristóteles, en La política,  ofrece es clara: una polis es un espacio donde todo y todos están a la vista de todos: "la importancia óptima de una polis se alcanza cuando la mayoría se basta a sí misma y cada uno puede vivir a la vista de los demás."
Se trata de una comunidad. En ésta la vista alcanza a ver o vislumbrar a todos cuanto la componen. Una polis no es tanto un conjunto de edificios cuanto de ciudadanos -en la polis no se cuentan a esclavos, niños y mujeres; tampoco a extranjeros. En cuanto al estatuto de los metecos (griegos -ciudadanos- de otra polis, de paso por una ciudad) es ambiguo.

Para un griego antiguo, solo cuenta el mundo visible; el invisible es inquietante, o terrible, y no es apreciado. Los dioses son invisibles, y por eso se les teme; cuando una divinidad quiere ser escuchada por un humano, se hace visible bajo la forma de un conocido. Así, al menos, acontece en los textos de Homero.
El universo visible es el mundo de los vivientes. Un ser vivo se distingue de un muerto (y de una persona que duerme, que es parecida a un cadáver) porque tiene los ojos abiertos y ve. El órgano de la vista alcanza todo lo que tiene que ser tenido en consideración, lo que afecta para bien a la vida de cada uno. Lo y los que se pueden ser son aquello y aquéllos con los que uno tiene que relacionarse; es decir, con los que se puede formar una comunidad.
Esta comunidad  tiene sentido, es posible, porque los ciudadanos pueden verse las caras. Lo que piensan se trasluce en su mirada. De un golpe de vista pueden reconocerse, y sentirse partícipes de una misma comunidad.
La necesaria visibilidad de lo vital implicaba que las ciudades eran el espacio más adecuado para la vida: Tenían que ser, como así eran, en efecto, ciudades de tamaño medio. Las propiedades aisladas, y las ciudades desmesuradas, como Babilonia, eran proscritas o temidas: en el campo, no se alcanzan a ver las granjas de los alrededores. El hábitat denso era el más favorable a la concepción de la vida griega. Los eremitas, los solitarios, no tenían cabida en el imaginario griego.

La importancia de la visibilidad, la exposición a la vista de todos de cada uno de los miembros de una colectividad se traduce espacialmente. Aunque no ocurriera en las ciudades de la Grecia continental, que, puesto que  derivaban de poblados neolíticos o de la Edad de bronce, poseían una trama de calles laberíntica, semejante a la que tendrá la ciudad romana, árabe y medieval en Europa, las colonias griegas, fundadas en las costas occidentales mediterráneas, se planificaban a partir de una trama regular de calles ortogonales que delimitaban parcelas rectangulares o cuadradas. De este modo, nada interrumpía el rayo que emanaba del ojo, o que, comunicado por las cosas y las personas expuestas a la vista, alcanzaba el ojo de quien miraba. Rayo y calle poseían una misma estructura geométrica. Las calles eran conductos por los que se circulaba cómodamente y sin perderse, y canales que conducían los rayos oculares. Rápida, rectamente.

Platón (en el diálogo Protágoras) había comentado que una comunidad (una polis) tenía que ser un lugar donde cualquier ciudadano pudiera expresar su "punto de vista", es decir, su opinión sobre los temas que afectaban la vida de la ciudad o, mejor dicho, de los ciudadanos: "si se tiene que deliberar acerca de un tema que exige sabiduría política (...), se escucha la opinión de todos, pues se considera que cada uno tiene que poseer una parcela de esa virtud; sino, la polis no existiría". La política era el arte de debatir sobre la vida en común. Los debates tenían lugar en asambleas -las que regían la organización cívica. Se trataba de organizaciones donde los ciudadanos (libres) hablaban y escuchaban. La palabra emitida y percibida definía, por tanto, a una comunidad. Ésta era un espacio donde se podía hablar -discutir- sin gritar; es decir, donde los ciudadanos estaban a una distancia tal que se podían mirar y escuchar.
El espacio propio de la palabra, en Atenas, era el Pnyx. Éste se ubicaba en las estribaciones del acrópolis, al pie del Partenón. Se trataba de un espacio descubierto. Comprendía gradas adosadas contra la ladera, dispuestas en semi-círculo, como en un teatro. Se dialogaba a plena luz del día, en el exterior, ante cualquier ciudadano que quisiera asistir a las reuniones. Nada se escondía. Esta puesta en escena de los debates políticos -que concernían el bien común, en los que se sometía a la opinión de los miembros de la asamblea en qué consistía dicho bien- se reflejaba en las representaciones teatrales. Éstas formaban parte de los rituales en honor de Dioniso. El texto de las tragedias analizaba la suerte de los héroes, y la bondad de sus acciones, consideradas modélicas -que servían tanto de modelo cuanto de espejo de la vida política urbana. Mas el quehacer de los héroes -como las crueles o sórdidas acciones de Agamenón y Clitemnestra, la venganza de Medea, los crímenes de Edipo, etc.- no se exaltaba: se exponía y se discutía. Quien interrogaba a los héroes era el coro. Éste representaba a la ciudad. La discusión que se establecía seguía el modelo de los debates políticos y judiciales. Se estudiaba la virtud del comportamiento heroico. El coro, que juzgaba lo que los héroes emprendía, estaba constituido, muy a menudo, por mujeres. Éstas no tenían voz en la ciudad. No podían participar en las asambleas públicas; no les estaba permitido tener una vida pública. No formaban parte de la comunidad; pero sí del coro. Eso no disminuía el valor de lo que el coro enunciaba; es cierto que el coro no podía torcer el hado, ni tenía el poder de influir en las decisiones de los héroes; pero sus opiniones reflejaban lo que los ciudadanos pensaban. De este modo, el teatro, a través de la presencia activa del coro, daba voz a los que no tenían voz ni voto: las mujeres, De algún modo, éstas expresaban sus opiniones políticas -sus opiniones sobre los modelos de actuación de la ciudad- a través del coro, esencial en la representación teatral. Sin éste, las acciones de los héroes no habrían tenido eco alguno; no habrían llegado a los ciudadanos.  
La voz, y no solo la vista, era, por tanto, lo que trazaba los límites y la trama urbana. Ésta se tenía que disponer de tal manera que las noticias, los edictos pudieran circular fácilmente; donde cualquier decisión pudiera ser escuchada y leída.
En verdad, toda vez que la cultura de la Grecia antigua, toda y la importancia de la escritura -la mayoría de los ciudadanos sabían leer y escribir-, era una cultura oral, la perfecta audición era un requisito para una buena comunidad.  La ciudad, así, actuaba como caja de resonancia. Amplificaba lo que se decía, y ofrecía, al mismo tiempo, una perfecta visibilidad de los actos o los gestos realizados. Todo acontecía a la vista de todos. Todo se decía en voz alta. No cabían, en principio, el secretismo, las reuniones a escondidas, propias de regímenes personalizados (monárquicos, imperiales, dictatoriales), como ocurría en el Egipto faraónico y en las monarquías e imperios mesopotámicos. Ni siquiera en las monarquías helenísticas se perdió del todo la importancia de poder expresarse claramente, diciendo y mostrando lo que uno pensaba. Libertad que solo cabía en la ciudad, el seno de una comunidad comedida.
Un ser humano era un ciudadano. Fuera de la ciudad solo cabían salvajes, incivilizados, bárbaros. El ser humano, esto es, el ser cívico, era el que tenía todo a la vista, el que gozaba del espectáculo de las cosas y las gentes, con las que podía interactuar y dialogar. La ciudad constituía el marco que permitía estas relaciones entre iguales. Éstos tenían que aprender a escucharse y a mostrase. Tal como eran, poniendo sobre la mesa lo que pensaban. Pues eran lo que pensaban. Los gestos y la voz los delataban: expresaban lo que, o cómo eran.  Y podían ser ellos mismos solo en la ciudad. La ciudad, como escribió Aristóteles, los hacía. Es decir, les permitía relacionarse sin matarse, los permitía comportarse, o ser, humanos.
¿Qué ha quedado de estas consideraciones?

8 comentarios:

  1. La imposibilidad de gestionar 7000 millones de miradas, 7000 millones de voces.

    Saludos.

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  2. Se ha escrito, en efecto, que el modelo político griego solo podía aplicarse en comunidades pequeñas.
    Ciertamente.
    De todos modos, la polis -la ciudad y los alrededores- de Atenas, a finales del siglo V, llegaría a tener unos doscientos mil habitantes. No todos eran ciudadanos por lo que todos no podían asistir a las asambleas. Pero se ha calculado que, sin megafonía (¡!), unas seis mil personas podías asistir a la Ecclesia, en el Pnyx, y que esta cantidad dobló a principios del s. IV, con la ampliación de las gradas.
    Seis o doce mil personas debatiendo.... ¿Cómo lo hacían?

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  3. Es increíble la organización de las polis. Ante todo humanidad y respeto por todo lo debatido. Escuchar a la persona que quiere exponer sus opiniones. ¿Puede que se haya dejado y olvidado el eslabón civilizado ya en tiempos griegos?

    ¿Quizá el Pnyx estaría construido con alguna técnica de construcción permitiendo a las voces emitidas -sin gritar- acoplarse en el centro y ser oídas por todo el recinto independientemente del aforo. ¿El recinto estaría orientado de tal manera que el eco jugara un papel importante?



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  4. Excelente observación. No sé si se ha estudiado la acústica del Pnyx. Hoy se conserva el lugar en parte. Creo que mira a noreste. Excelente orientación, por cierto.
    Desconozco si existía un sistema que neutralizaba el eco y aumentaba la voz. los estudiosos se preguntan, en efecto, sobre cómo debía funcionar la asamblea los días en que seis mil asistentes estaban presentes. Era, desde necesario,poder escuchar lo que cada orador sostenía. También se admiran de la supuesta necesaria disciplina.

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    1. Quizá, era necesario conocer primero el terreno para luego construir un gran espacio de intercambios orales -como era el Pnyx- de manera que el entorno y lo creado se fusionaban conjuntamente con los oradores y viceversa. Me fascina también esta necesaria disciplina que en muchos ámbitos actuales se ha perdido. Los cimientos de la civilización occidental muestran -con lo descubierto- evidencias de un comportamiento humano ante todo. Quizá el testimonio dejado y hallado sirve ahora para recordar, en estos tiempos, que debemos escucharnos, apoyarnos en unión pacífica con todos los pueblos para buscar soluciones a los problemas, no taparlos.

      Muchas gracias,

      Esther

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  5. Desconozco cómo se escogió el lugar del Pnyx. ¿Acaso una tradición religiosa, el recurso a alguna voz divina? ¿Razones prácticas o prosaicas?
    Desde luego, su ubicación, a media altura entre el ágora y el acrópolis es sugerente, sobre todo cuando el Pnyx pasó de ser un lugar de debate político y legal, para quedar como el lugar donde se impartía la justicia.

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  6. Podría ser que el Pnyx imitara un lugar sagrado donde los dioses se comunicaban entre sí para organizar la vida y sus creaciones y por eso los hombres en algún momento -sobretodo los sacerdotes- fuesen enseñados para orientar las construcciones. Conocer la técnica de amplificación de las voces es toda una proeza y poder oír la magnitud de las palabras da mucho respeto y cercanía a las personas. Nadie se dispersa mientras uno habla. Sería interesante hacer estudios acústicos como trabajo de campo.

    La concepción de la ciudad griega como espacio ideal es muy curiosa también. Toda la organización es ejemplar pero la intimidad entre las personas debió ser mínima. Fuera de la Polis, ¿la nada? el miedo a lo desconocido, la soledad a veces necesaria para establecer contacto con uno mismo y conocerse. Es pues, el exterior de la Polis donde se experimentaba una libertad real?

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  7. En efecto, la noción de intimidad era extraña a la mentalidad griega. Todo era público. Lo íntimo tenía que ver con lo femenino, es decir, lo proscrito. El hombre "de bien" está siempre expuesto (a la contemplación de los demás). Actuaba y se comportaba a la vista de todos.
    Desde luego, parece que fuera de la ciudad no había vida humana; solo animal o bárbara. En ser humano era quien era capaz de dialogar, por lo que se necesitaba un espacio de encuentro: el ágora.
    No sé si el Pnyx recordaba un lugar de encuentro entre dioses. Es cierto que los dioses "santificaban" las decisiones humanas y que, incluso el ágora acogía a templos, pero parece que los mundos humano y divino evolucionaban en paralelo, sin que hubieran excesivas interferencias. Interferencias que, por otra parte, los humanos evitaban gracias a los rituales que tenían como fin contentar a los dioses e impedirles tener que inmiscuirse en los asuntos humanos, casi siempre con funestas consecuencias (aunque la oportuna intervención de Atenea, la diosa de la ciudad de Atenas, por otra parte, desactivó la sed de venganza de las Euménides, poniendo a salvo a los humanos).

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