¿Qué juzgamos cuando observamos uno obra de arquitectura del pasado? Un sueño; una imagen mental; una imagen obra de nuestra imaginación. El edificio ya no existe. Contemplamos una ruina: algunas columnas, un basamento, muros que apenas sobresalen de la tierra. En la mayoría de los casos, la tercera dimensión es casi inexistente. El tejado ha desaparecido; la misma planta, incluso, no es reconocible. La articulación de los espacios no se percibe siempre. Vemos una ruina pero juzgamos un edificio. Nuestra reflexión no se atiene a lo que percibimos -no se trata de pensar (en) una ruina cuando se piensa (en) una obra arquitectónica-, ni a la que creemos percibir, sino a lo que nos imaginamos.
Es cierto que esta imagen mental está azuzada por las ruinas que observamos, pero la reconstrucción imaginativa -que da pie a nuestra reflexión- se basa tanto en lo que vemos -unas pocas columnas, unos muros desvencijados sugieren un volumen completo- como en lo que sabemos y en lo que suponemos. Juzgamos lo que vemos con los ojos del alma. El juicio parte de una imagen recreada, es decir de una imagen imaginada, controlada por nuestra mente. Nuestra mente juzga su propia elaboración; se juzga a sí misma. Valoramos no lo que tenemos delante sino lo que somos capaces de idear.
La arquitectura del pasado -que constituye la historia- no existe salvo en nuestra imaginación. Teorizamos sobre una obra impalpable; una creación o recreación nuestra inmaterial. Las ruinas no pueden ser valoradas -salvo cuando las valoramos como ruinas- como obras de arquitectura: manifiestan carencias, vacíos, roturas. Ni siquiera acogen vidas -a menos que hayan sido utilizadas como soportes de construcciones como ocurría en el foro de Roma en la Edad Media, o las ruinas de Palmira antes de los años 60. Algunas estructuras romanas de Barcelona "estructuras" construcciones enteras muy posteriores. Las ruinas tan solo manifiestas la resistencia "ética" de la arquitectura a su liquidación. Son una última imagen antes de su desaparición. La ruina nos habla de la capacidad de la arquitectura por conformar tenazmente un espacio habitable, pero también de sus limitaciones, de la imposiblidad de resistir a los envites del tiempo.
Una ruina es al mismo tiempo una muestra de dignidad y la asunción de una derrota -lo que no es incompatible con la dignidad; más bien es una muestra que la dignidad implica la asunción del tiempo. Juzgar una obra del pasado implica valorar nuestros sueños, nuestra capacidad imaginativa, nuestro deseo por preservar imaginativamente el pasado, nuestra necesidad de este pasado, recreado, inventado, de algún modo, a fin que podamos proyectar nuestros deseos, que podamos proyectarnos, para escapar a los estrechos límites temporales. Imaginar el pasado, como si éste estuviera presente, manifiesta nuestra capacidad -y nuestra necesidad- por escapar al tiempo. No juzgamos la arquitectura; nos juzgamos. Gracias a la arquitectura que ya no existe, percibimos nuestra fuerza y nuestra fragilidad.
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¿Porqué una imagen? se publicó en este Blog el pasado 9 de diciembre de 2016, es la respuesta a esta entrada del 14 de diciembre. Tener imágenes de seres o estructuras del pasado, nos ayuda a "imaginar", "juzgar", e imaginar y juzgar son formas de "conocimiento". ¿Qué seríamos sin imágenes?
ResponderEliminarTiene razón. No seríamos nada. Las imágenes nos ayudan a entender, aceptar, soportar la realidad. Una imagen es la realidad transfigurada, la realidad realzada por la imaginación. Sin imágenes no hay perspectiva, estaríamos atados a lo inmediato y contingente, no podríamos proyectarnos.
ResponderEliminarMuchas gracias por el agudo comentario