jueves, 17 de agosto de 2023

El alma y el ánimo (anima y animus)

 ¡Ánimo! una interjección habitual cuando queremos dar coraje a una persona para que se esfuerce y logre su objetivo, sin renunciar a nada, sin dejarse ir ni abandonar(se) a medio camino. El desánimo, en cambio, implica la consideración que el objetivo es imposible de alcanzar, por excesivos impedimentos, o la impresión que éstos superarán las capacidades de la persona. El desánimo linda con el decaimiento. El ánimo, en cambio, conlleva un crecimiento, el do de pecho.

La palabra ánimo está obviamente emparentada con alma o ánima (dos palabras sinónimas, si bien ánima evoca más bien a un espectro, al alma, diríamos, de una persona fallecida, que puede ocasionalmente aparecerse ante un familiar).

Dichas palabras, ánimo y ánima, remontan a la antigua Roma. En efecto, en la concepción romana de la persona, ésta estaba constituida por una anima y un animus. Anima era la vitalidad, lo que concedía vitalidad al ser. Todos los seres vivos, humanos y animales, poseían anima, es decir, un soplo de vida que se manifestaba en la capacidad de moverse. Estar animado, aun hoy en día, implica tener ganas de hacer cosas, de estar activo, de "moverse" y no "derrumbarse" o encerrarse, quieto. Una persona animada o animosa, decimos, no puede estar quieta. Y no puede, cierto, porque la anima le impele a "activarse". Al morir, la anima desaparece, se esfuma, y el cuerpo se aquieta, y se desmorona, para siempre.  

El animus romano, por el contrario, solo pertenece a los humanos o, mejor dicho, a los varones, pues las mujeres, los niños, los esclavos, los bárbaros, poseen un animus, pero muy amortiguado o aletargado. Animus es la voluntad. Se trata de una cualidad no física, como la anima, sino moral. Podríamos traducir animus por grandeza de ánimo. El animus ofrece grandeza y apertura de miras. Es propio de seres libres y de alta estatura moral. El animus impele a actuar "bien", a calibrar las bondades, los fines y las consecuencias de la acción que la anima empuja a llevar a cabo "sin pensar". El animus concede perspectiva, lucidez -desde la "altura" moral-, y empeño en las actividades, incluso, o sobre todo, en las que implican esfuerzo y capacidad de resistencia.  Animus se podría casi comparar con la sublimidad, este sentimiento definido en el siglo XVIII y que se manifiesta por la conciencia de ser moralmente superior a elementos dotados de fuerza bruta pero incapaces de tomar conciencia de lo que hacen.

Tanto la anima como el animus implican la unión de lo corporal y lo "espiritual". Solo fue cuando el cristianismo y la diferenciación y la separación entre el cuerpo y el alma -a la manera platónica- que el cuerpo se convirtió en una fuerza ciega del que, o de la que, el alma quería alejarse.  


Nota: animus y anima no son la versión masculina y femenina de un mismo concepto,  no están asignados a uno y otro sexo, ni designan el “lado femenino o masculino “ de hombres y mujeres. 

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