El artista mexicano José Dávila (1974) ha centrado su obra en una reflexión sobre la arquitectura (un arte o técnica que empezó estudiando).
La arquitrectura es, para Dávila, construcción. Siente fascinación por los materiales. Los bloques de piedra o de hormigón, los ladrillos hechos a mano, los andamios amontonados , en los que percibe la materia bruta, y su patina,forman ya volúmenes emplazados que anuncian los bloques que vendrán. Dávila manifiesta un gusto casi enfermizo por las unidades materiales, como si constituyeran un mundo, y una promesa de cobijo.
La arquitrectura es, para Dávila, construcción. Siente fascinación por los materiales. Los bloques de piedra o de hormigón, los ladrillos hechos a mano, los andamios amontonados , en los que percibe la materia bruta, y su patina,forman ya volúmenes emplazados que anuncian los bloques que vendrán. Dávila manifiesta un gusto casi enfermizo por las unidades materiales, como si constituyeran un mundo, y una promesa de cobijo.
Por eso, las maquetas de arquitectura que modela -sobre todo si representan edificios racionalistas en los que las líneas y los vanos desmaterializados, ubicados en ninguna parte-, exhiben el peso y el tacto de la materia, como si las formas no pudieran desprenderse de la impureza y la resistencia de aquélla.
Algunas de estas piezas son autorretratos. El artista se muestra a través de su obra. Solo existe, solo merece atención, gracias a lo que construye.
Sin embargo, Dávila sabe que la arquitectura es un sueño. Existe una falla entre la realidad y su imagen. La falta de arraigo de la arquitectura se manifiesta por su capacidad de instalarse en cualquier sitio, como el lugar no importara. Los materiales que Dávila emplea incluyen telas forradas de aluminio que no solo cubren sino que exponen, uniendo entes reales y reflejos, imágenes del espacio y las formas circundantes. Los muros y los pilares, que constituyen la armazón de la construcción, se desdibujan: pierden la solidez, la capacidad de asentar y levantar volúmenes. Tiras de neones siluetan los vanos, pero los límites que dibujan no coinciden con el de los muros; algunas columnas, por otra parte, no pueden soportar nada pese a ser indistinguibles de otras que sí son estructurales.
De este modo, el hábitat se revela frágil. Es más un sueño que un espacio existente. Los materiales son cálidos y sólidos, mas cuando se unen pierden una parte de su eficacia. Son lo único real; pero no consiguen crear hábitats. Lo que levantan son decorados. Se diría que fuera imposible construir. Una de las obras de Dávila más conocidas, de 2005, consiste en un andamio adosado a un edificio clásico existente. La estructura temporal está recubierta por telas plastificadas de colores. Cualquiera puede ascender y circular por el andamio. Incluso cobijarse. El color proporciona una ilusión de vida, mas el andamio sugiere un edificio con patologías, o abandonado, que ha perdido -o no ha alcanzado- la plenitud, como si un sueño, nuevamente, no se hubiere podido concretar. La solidez del edificio construido queda en entredicho.
Una fotografía parece resumir el ideario arquitectónico de Dávila: muestra un edificio hundido: los muros inferiores no han podido con el peso de la construcción sacudida, y hundida, por un terremoto. Quedan las trazas del edificio, y una frágil ilusión de habitabilidad. La fotografía se titula: Creación (o construcción).
Lo que se edifica se hunde, o lo único que se pueden levantar son fracasos.
El orgullo del arquitecto, émulo de dios, herido de muerte. Al arquitecto solo le quedan sueños rotos, y el refugio que los materiales le proporcionan, como si pudieran devolverle a la realidad.
Otra imagen muestra un edificio volado por dinamita, convertido en una nube. Dávila sugiera que el edificio ha alcanzado al fin lo que es: polvo, una masa inaprensible.
Una serie de fotografías está dedicada a obras maestras de la arquitectura clásica y contemporánea: se titula" edificios que se tienen que ver". No se ve nada, sin embargo. Dávila ha recortado la silueta del edificio. Solo queda el vacío, la huella de lo que fue. Mas, extrañamente, el edificio esperado se destaca sobremanera. Su ausencia lo pone en evidencia. Nunca se ha podido calibrar qué volumen, qué prestancia poseía, salvo en estas imágenes en las que ha sido borrado. Como si, por tanto, la verdadera arquitectura no estuviera ante los ojos, sino en la imaginación.
Algunas de estas piezas son autorretratos. El artista se muestra a través de su obra. Solo existe, solo merece atención, gracias a lo que construye.
Sin embargo, Dávila sabe que la arquitectura es un sueño. Existe una falla entre la realidad y su imagen. La falta de arraigo de la arquitectura se manifiesta por su capacidad de instalarse en cualquier sitio, como el lugar no importara. Los materiales que Dávila emplea incluyen telas forradas de aluminio que no solo cubren sino que exponen, uniendo entes reales y reflejos, imágenes del espacio y las formas circundantes. Los muros y los pilares, que constituyen la armazón de la construcción, se desdibujan: pierden la solidez, la capacidad de asentar y levantar volúmenes. Tiras de neones siluetan los vanos, pero los límites que dibujan no coinciden con el de los muros; algunas columnas, por otra parte, no pueden soportar nada pese a ser indistinguibles de otras que sí son estructurales.
De este modo, el hábitat se revela frágil. Es más un sueño que un espacio existente. Los materiales son cálidos y sólidos, mas cuando se unen pierden una parte de su eficacia. Son lo único real; pero no consiguen crear hábitats. Lo que levantan son decorados. Se diría que fuera imposible construir. Una de las obras de Dávila más conocidas, de 2005, consiste en un andamio adosado a un edificio clásico existente. La estructura temporal está recubierta por telas plastificadas de colores. Cualquiera puede ascender y circular por el andamio. Incluso cobijarse. El color proporciona una ilusión de vida, mas el andamio sugiere un edificio con patologías, o abandonado, que ha perdido -o no ha alcanzado- la plenitud, como si un sueño, nuevamente, no se hubiere podido concretar. La solidez del edificio construido queda en entredicho.
Una fotografía parece resumir el ideario arquitectónico de Dávila: muestra un edificio hundido: los muros inferiores no han podido con el peso de la construcción sacudida, y hundida, por un terremoto. Quedan las trazas del edificio, y una frágil ilusión de habitabilidad. La fotografía se titula: Creación (o construcción).
Lo que se edifica se hunde, o lo único que se pueden levantar son fracasos.
El orgullo del arquitecto, émulo de dios, herido de muerte. Al arquitecto solo le quedan sueños rotos, y el refugio que los materiales le proporcionan, como si pudieran devolverle a la realidad.
Otra imagen muestra un edificio volado por dinamita, convertido en una nube. Dávila sugiera que el edificio ha alcanzado al fin lo que es: polvo, una masa inaprensible.
Una serie de fotografías está dedicada a obras maestras de la arquitectura clásica y contemporánea: se titula" edificios que se tienen que ver". No se ve nada, sin embargo. Dávila ha recortado la silueta del edificio. Solo queda el vacío, la huella de lo que fue. Mas, extrañamente, el edificio esperado se destaca sobremanera. Su ausencia lo pone en evidencia. Nunca se ha podido calibrar qué volumen, qué prestancia poseía, salvo en estas imágenes en las que ha sido borrado. Como si, por tanto, la verdadera arquitectura no estuviera ante los ojos, sino en la imaginación.