sábado, 27 de marzo de 2010
Bagdad, cara B: 26 de marzo de 2010
Mujeres chiítas enlutadas en el santuario de Kerbala, al sur de Bagdad
Obscenidad: detalle del fresco del techo de la sala central del palacio de Sadam Husein eb Babilonia
Sala central del palacio de Sadam Husein en Babilonia, construido en pleno embargo (por arquitectos obligados, so pena de ejecución, de levantarlo)
Cuadro en el anexo del servicio del palacio de Sadam Husein en Babilonia
Estancias de la vivienda del personal del palacio de Sadam Husein en Babilonia
Ante el Museo de Bagdad
Edificio administrativo otomano bombardeado y rematado por un suicida-bomba
La calle de Rasheed, otrora semejante a la calle de Rívoli de París
Mercado callejero de pescado
Ministerio de justicia destruido por un suicida-bomba el miércoles negro del pasado agosto
Un cansancio espeso cae tras la salida de Bagdad. Cuesta respirar. Atosiga.
Al alivio por ya no ver más a una ciudad y un país tan devastados, se suman la tristeza por todas esas personas, amigos y conocidos (arquitectos, profesores, estudiantes, etc., como nosotros), que tuvieron una ciudad impecable hasta la primera guerra del golfo -Bagdad no fue físicamente tocada por la guerra entre Irak e Irán-, y que se quedan y se quedarán allí, sabedoras que no verán el renacer de Bagdad, sino que solo sus hijos -o sus nietos- podrán disfrutarlo, que aceptan su suerte no sin luchar por cambiarla; y la angustia ante la devastación -con las imágenes en la cabeza de cómo era Bagdad hace treinta años-, frente al inmenso trabajo de reconstrucción física y moral; ¿por dónde empezar?: ¿por las infraestructuras, la recogida de basuras, el tratamiento de las aguas, la luz, la rehabilitación, la reconstrucción de las casas, el ordenamiento del espacio público, el cableado? Si solo se pudieran retirar los muros de hormigón que trocean la ciudad y parten barrios y familias. Porque todo está por relevantar.
Congresistas iraquíes exiliados que no habían vuelto a Bagdad en treinta o más años sollozaban a volver a ver su ciudad, el estado en qué ha quedado. Una pena inmensa en la sala y las cenas, que trataban de disipar.
La calle Rasheed: hasta los años ochenta, un largo y ordenado paseo porticado, planificado entre 1910 y 1920, bordeado por casas de tres plantas de los años veinte y treinta, y excelentes ejemplos de arquitectura de los cincuenta, armoniosamente compuestas, la gran arteria comercial y festiva de Bagdad, cerca del río, punteada de plazas circulares; hoy, un amasijo de ruinas, cables, hierros retorcidos y oxidados que asoman de las paredes o los ornamentos de hormigón reventados, basura y comercios ambulantes o misérimos, bajo pisos destruidos ocupados por familias que huyeron a Bagdad de la guerra en el sur del país, o que han sido expulsadas de otros barrios, ya que van imperando la limpieza religiosa.
Nadie puede dormir la última noche en Bagdad.
Nosotros nos vamos.
Pero es posible ver a un padre reir a carcajadas, sentado en el borde polvoriento de una calzada hundida, ante las diabluras de unos niños en plena calle, en medio de la grisura. Sorprende y admira el optimismo, las ganas de vivir (y la ingenuidad, posiblemente) de los jóvenes, que salen de noche (aunque nunca más tarde de las doce) para encontrarse en calles y algunos bares, prefiriendo correr el peligro de morir (las bombas lapa proliferan y antes de subir a un coche es imprescindible echar un vistazo a los bajos), o ser secuestrados, a vivir siempre encerrados en casa, es decir, a morir enterrados.
Cuesta ver el interés de lo que nos rodea, de lo que tenemos durante los primeros días fuera de Bagdad.
Bagdad, cara A (marzo de 2010)
Fragmento de muro exterior de templo sumerio (alto aprox: 2 m), Museo Nacional de Irak. Recientemente reinstalado
Patio del Museo de Bagdad
Vivienda unifamiliar de los años veinte, frente al Palacio del Gogernador otomano, cerca del Tigris.
Doble cúpula de la casa del gobernador otomano (s. XIX)
Casa del gobernador otomano (s. XIX)
Estancia principal de la vivienda del gobernador otomano (s. XIX)
Cúpula de la entrada del edicio administrativo otomano (s. XVIII)
Café Shabandar (principios del s. XX)
Café Shabandar
Patio del edificio de la administración otomana (s. XIX)
Ribera del Tigris en el centro de la ciudad
Pintura (años cincuenta) en el café literario Al Mada
Café literario Al Mada
Mercadillo de libreros de viejo en la calle Al Moutanabi (destruida por un suicida bomba hace tres años, y recién reconstruida)
Bazar
Bazar de los artesanos del cobre
Universidad de Bagdad (madrassa Mustansiriya) (s. XIII), la primera del mundo, en la que destacaba la enseñanza de la matemática.
Patio central de la Universidad de Bagdad (Mustansiriya) (s. XIII)
Dormitorio de estudiante en la Universidad de Bagdad (Mustansiriya) (s. XIII)
Universidad de Bagdad (Mustansiriya) (s. XIII)
Casa de juncos, propia del delta del Tigris y el Eúfrates, según una tipología y una técnica que se remonta a Sumer, hace seis mil años).
Fiesta en un parque cabe la orilla del Tigris
Fiesta en la terraza de un restaurante en la orilla del Tigris
Recitado de poesía en la terraza de un restaurante cerca del Tigris
Crónica de Bagdad: 25 de marzo de 2010
Hasta hace un año, las ejecuciones eran constantes. El refinamiento en las torturas y la desfiguración de los cadáveres inimaginable. El traductor árabe-español perdió a su tío. Fue decapitado. Los cuerpos mutilados, cuando eran devueltos a las familias, podían tener el vientre cebado de explosivos que estallaban durante el velatorio.
La protección con la que viajamos hacia el sur de Bagdad era abrumadora: diez tanquetas y tanques, doscientos cuerpos de seguridad iraquíes (policías y militares del Ministerio del Interior), unas seiscientas armas. Y, aún así, por razones no comunicadas (pero que tuvieron que ver con la seguridad), no pudimos llegar a la fortaleza pre-islámica de Al Ukhaider ni entrar en el segundo santuario de Kerbala, tras esperar, ya de noche, en medio del nerviosismo del ejército.
Bagdad-Babilonia: 30 km. Tardamos tres horas. Los controles en la carretera, sobre todo en los límites entre provincias (y ayer recorrimos tres) son extenuantes. Pueden durar unas dos horas.
Los ochenta quilómetros entre Bagdad y Kerbala los recorrimos en siete horas.
La región es desoladora. La tierra polvoriente, removida por tanques y atentados. Basura, agua estancada (agravada por los gélidos diluvios tormentosos que asolan estos días Bagdad y la región del sur), una tupida telaraña de cables conectados a generadores, casas a medio hacer, o a medio destruir (de las que solo queda un piso); un país desestructurado, devastado, donde todo está por (re)hacer. El regimen de Sadam Husein engendró miseria física y moral; el embargo (como medio alternativo a la guerra), que apoyamos en Occidente, asoló todo la sociedad -salvo el presidente y su entorno, que mandó construir setenta y ocho palacios: los de Babilonia son grotescos (inmensos, siniestros) , decorados con muebles ejecutados (en el sentido literal) en Valencia-. La guerra que Irak declaró a Irán causó dos millones de muertos en un frente que, durante ocho años, no se movió: toda una generación se perdió. La invasión norteamericana ha creado o favorecido una clase política corrupta, a la que, quizá, el posible nuevo presidente Al-Allawi, que ayer ganó las elecciones -algunas pocas personas, en medio de una noche desértica (como cualquier noche en Bagdad) barrida por aguaceros, se atrevían, subidos a coches que no cesaban de pitar, de celebrar una víctoria pírrica - ponga coto, o al menos asi lo esperan profesores y arquitectos iraquíes.
Vuelve el integrismo (que Sadam Husein, en los años noventa, queriendo congraciarse a los extremistas religiosos, ya cultivó). Pretenden que el parlamento apruebe una ley que impida que las mujeres viajen solas (salvo en viajes institucionales), que un hombre familiar (padre, hermano, hijo o tío -pero no sobrino) las acompañe.
Entre los años cincuenta y ochenta, Irak fue absolutamente laíco; las mujeres, con los mismos derechos que los hombres; la mayoría de los estudiantes eran mujeres. Hoy, en Kerbala están obligadas a llevar el chador, y algunas, debido a la influencia iraní a causa de los contactos entre ambos gobiernos, caminan tanteando enteramente cubiertas, la cara incluida, por un sudario negro.
Muchos iraquíes son lúcidos. Saben que en treinta años el país no se recuperará. Son conscientes que no verán los frutos de sus esfuerzos, vanos a menudo, y de resultados inciertos. Pero muchos, toda y esta lucidez, trabajan intensamente para que las generaciones futuras recuperen lo que sus abuelos tuvieron.
Y ayer por la noche, las desiertas calles de Bagdad lavadas por las lluvias, que entreaparecían ( mientras circulábamos a toda velocidad a las diez y media de la noche), entre las pocas luces encendidas, los reflejos en las aceras mojadas y la vegetación renacida, brillante por las aguas -Bagdad es un polvoso palmeral-, se asemejaban a un deslumbrante espejismo.
Esta mañana, una intensa tormenta barrió Bagdad.
(Agradecimientos a Francisco Elías, Antonio Zavala y Teresa Esquivías y, siempre, a Ignacio Rúperez, por su ayuda, entrega y entusiasmo)
martes, 23 de marzo de 2010
Crónica de Bagdad: 22, 23 y 24 de marzo de 2010
El gobierno norteamericano invierte ingentes cantidades de dinero, es decir lo entrega a empresas como Halliburton las cuales, temerosas del país, subcontratan a otras que, a su vez, delegan en unas terceras, no sin antes retener todas una comisión. Al final del proceso, la compañía que emprende el trabajo suele disponer de una décima parte del presupuesto, totalmente insuficiente para llevar a cabo la restauración de las infraestructuras mínimas necesarias.
Pese a las dificultades, el congreso se inauguró con pompa y circunstancia el 22 de marzo. El número de políticos y religiosos superaba cualquier precisión, así como los guardias de seguridad, secretos(vestidos de negro y cuya arma formaba un bulto proeminente en el costado) o no, y los militares norteamericanos, armados hasta los dientes, debido a la presencia del embajador y de un agregado. Los móviles tuvieron que ser apagados. Todos los asistentes cacheados. La cobertura telefónica interrumpida.
El himno nacional fue interpretado dos veces con el público de pie. Se cantó una sura del Corán con todos nosotros aún más erguidos (o postrados). Se decía que el primer ministro asistiría, pese a ir perdiendo las elecciones en favor del candidato del extincto partido baaz, Al Malawi (considerado por muchos iraquiés más honesto y menos pro-americano). Las entradas y salidas de la policía secreta, los controles y el nerviosismo general, algo anunciaban. Cuando entramos en la sala de conferencias, tapizada de rojo y decorada con motivos taurinos (el antiguo hotel Meliá, hoy Al-Mansoor acoge la conferencia), Al Maliki, rodeado de una nube de guardias, cortesanos y periodistas, estaba sentado en un sofá carmesí, no lejos de un imán. Abrió la sesión, seguido del alcalde de Bagdad: ambos cantaron las excelencias del nuevo Irak y el horror del partido baaz, lo que posiblemente tuviera una doble lectura.
El patrimonio urbano de Irak está en grave peligro; eso es lo que, al menos, se desprende de las dos primeras sesiones. La modernización del país, en manos de políticos incultos y corruptos, empresas constructoras (apoyadas por empresas norteamericanas -mas la culpa no recae solo en la presencia norteamericana), e ingenieros promueven la destrucción de barrios enteros antiguos degradados, pero vitales, con el apoyo de técnicos sinceros que consideran que el estado de miseria y degradación en el que se encuentran obliga, no a una restauración (nostálgica o no), sino a una tábula rasa y una reconstrucción con formas, técnicas y materiales enteramente nuevos (inaplicables en un clima como el iraquí), salpicados de referencias decorativas islámicas. Un concurso internacional de arquitectura para la revitalización del barrio histórico de Khadimya, fallado ayer, escogió (con la oposición del... jurado) un proyecto de un arquitecto de los Emiratos Árabes (no se sabe -o sí se sabe- con qué altas conexiones) que promueve el arrasamiento del noventa y cinco por ciento del barrio en favor de una imagen dubaití. Paralelalemente, unos proyectos de una promotora inglesa que construye "paraisos" "disneyanos" en los Emiratos, y que se ofrece para rehabilitar todo Iraq, ha hecho soñar a más de uno. La destrucción del país, con vistas a su modernización, convertido en un doble de los Emiratos, iniciada en los años ochenta por Sadam Husein, está a punto de alcanzar su velocidad de crucero. Los centros históricos de Nardief, Kerbala y Samarra han sido destruido (o les falta poco) para construir bloques con muros cortinas y torres de vidrio en medio de inmensos espacios vacíos pavimentados de mármol (que pueden alcanzar ochenta grados en verano). Pero muchos quieren olvidar una imagen degradada que les recuerda los peores años de la guerra y sueñan con Dubai. Se dice que allí sí se vive bien -y con seguridad, en barrios rodeados de muros electrificados, y dotados de pistas de tenis y campos de golf (en un pais que alcanza cincuenta grados en julio y agosto), y "malls": la palabra mágica. "Malls"-
El encuentro, el choque entre iraquíes exiliados que regresan, siquiera por unos días, y quienes se han quedado, es amargo. Los primeros, ausentes desde hace décadas -debido a la persecución de Sadam Husein-, han perdido cualquier contacto con el Irak actual, y quienes no emigraron, desconectados del mundo durante casi tres décadas (desde la guerra entre Irán e Irak) manejan criterios y poseen una visión del mundo anclada en los años setenta u ochenta. Son ya dos mundos, de quienes viven en el siglo XXI y pretenden imponer su visión o su puño, y de quienes se sienten apartados pese a haber resistido cuatro guerras, entre ellas, una civil que no cesa.
Pero el congreso se divierte. Por la noche, cenamos en terrazas exteriores al lado del río, paseamos por parques y bailamos en medio de música zíngara atronadora, escuchamos a un vate recitar versos en los que solo entendemos la palabra grave de Bagdad, o asistimos a inocentes juegos de magia. Para muchos iraquíes son las primeras fiestas en al menos dos años. Y, a ratos, nos olvidamos que un triple círculo de ciento cuarenta soldados armados nos rodean. Tanquetas con metralletas abren y cierran la comitiva y solo podemos salir del hotel, donde ha lugar el congreso, con guardias armados. O no salir.
Los niveles de seguridad han aumentado enloquecidamente con respecto a estos dos últimos años, a medida que el ejército norteametricano se retira y la gente desconfía del ejército iraquí. Tanques y tanquetas cortan las calles. Los muros de hormigón, que empezaron a desmontarse, han regresado; y su número ha aumentado. Los controles, sobre todo de día, forman colas que bloquean las calles durante horas. No se puede circular a pie. Convoyes -como el nuestro- siguen cruzando la ciudad, saltándose semáforos, a tanta velocidad que, al caer la noche, los choques contra bloques de hormigón se evitan con frenadas durante las que las camionetas parecen que van a volcar. Por la noche, no se puede dormir por el ruido de los helicópteros (lo que no ocurría anteriormente) que vuelan muy bajo, mientras las sirenas -como ahora- no cesan de sonar.
La visita de Bagdad, hoy jueves 24 de marzo, se ha desarrollado entre medidas de seguridad inimaginables: cinco tanquetas, doscientos militares (de tres cuerpos que dependen del Ministerio del Interior, entre las que destacan las "Special Forces" -son iraquíes- cuyo emblema es una calavera con un casco militar) que formaban pasillos por entre los que los congresistas extranjeros e iraquíes circulábamos, así como entre alambradas dispuestas para la ocasión en las calles más anchas, e imposibilidad absoluta de salir de un perímetro sellado. Muchos de los monumentos se abrían (solo para nosotros) por primera vez en seis años.
El personal de la embajada norteamericana ni siquiera fue autorizado por su gobierno a sumarse a la visita.
La violencia es ahora más soterrada. El odio ha dado paso a asesinatos secretos dentro de las familias. Hoy, la directora general del patrimonio enterraba a su primo asesinado hace unos días. Las divisiones entre sunitas y chiitas se han acentuado. Los muertos ya solo se cuentan cuando superan la decena. La gente vive encerrada sin salir de sus barrios. Por eso, los suicidas se inmolan en las mezquitas el viernes ya que es el único día y el único lugar donde confluyen los habitantes de barrios diversos. Los judíos están perseguidos por el mismo gobierno. Se tienen que hacer pasar por zoroastrianos.
Solo salen de noche.
Y, sin embargo, desde hace un mes, comercios han abiertos en un tramo de la calle Mansoor -entre éstos, Zara (en verdad, un comercio autorizado a vender algunos productos de Zara traídos de una tienda oficial en el Kurdistán iraquí)-, y algunas personas callejean de noche, bajo la sola iluminación de los escaparates, dando la impresión de un bulevar animado -que solo podemos ver desde los 4x4 que circulan a toda velocidad precedidos por el hulular de las sirenas de las tanquetas que abren el convoi-, queriendo olvidar el mortífero atentado de hace un par de semanas contra una institución oficial en esta misma calle.
Y, sin embargo, Bagdad vive. La callejuela de los libreros de viejo, esencial en el Próximo Oriente, destruida por un suicida-bomba hace tres años, ha sido reconstruida, aunque hoy se venden más productos chinos baratos -que están acabando con la artesanía iraquí (u ocupan su lugar)- que libros de viejo.
Vive y trata de vivir, asediada por tantos mercaderes (locales y extranjeros) dispuestos, unos a olvidar lo que han vivido, y otros a recuperar a toda costa el puesto del que disfrutaron.
Irak y, en particular Bagdad, reciben ayuda extranjera, tanto en formación (en todos los sectores estratégidos norteamericanos, aún presentes, forman a los nuevos ejecutivos y los militares iraquíes) cuanto en fondos.
España aporta unas doscientocincuenta becas para licenciados que quieren seguir másters y doctorados en España. El ayuntamiento de Barcelona (gracias a la generosidad de Manel Vila) se mostró dispuesto a ayudar en todo lo posible a la municipalidad bagdadí pero hoy (quizá debido a la desbandada política ante el previsible resultado de las próximas elecciones municipales), es la ciudad de Córdoba (y quizá de Madrid) la(s) que está(n) más presta(s) a ayudar a unas instituciones públicas de Bagdad agradecidas, que han sido capaces, pese a las dificultades de comunicación (teléfonos que no funcionan, y un correo electrónico exasperantemente lento y con constantes interrupciones), de organizar el congreso mejor y más inteligentemente organizado, más vivo y animado, de los que todos hemos asistido.
Si le dejan, Baghdad volverá a ser, un día, la gran capital del Próximo Oriente. Si le dejan, y no la dejamos (a su suerte).
(Agradecimientos a Francisco Elías de Tejada, Antonio González-Zavala, Teresa Esquivías y, siempre, a Ignacio Rupérez, por su ayuda, entrega, consejos y entusiasmo)
domingo, 21 de marzo de 2010
Crónica de Bagdad: 21 de marzo de 2010
Bajo un cielo límpido y frío -que sorprende tras las áridas recientes tormentas de polvo-, contemplamos toda la ciudad de Bagdad desde la terraza, en la onceava planta del hotel Al-Mansoor, y los disparos fosforecentes -un fogonazo naranja, como gotas de zumo de naranja vertidas en el agua-, seguidos de una nubecilla blanca, de uno de los helicópteros militares que sobrevuelan un barrio de casas bajas, al norte, no lejos de donde nos hallamos.
Fotografiamos el Ministerio de Planificación Urbana, de Gio Ponti, situado al sur, justo enfrente del hotel, a las puertas de la Zona Verde, cuidando parapetearnos, ya que guardias norteamericanos allí asentados no cesan de escudriñar con potentísimos catalejos todo lo que puede ocurrir fuera de esta Zona, y mandan de inmediato soldados a que detengan a quienquiera fotografíe la Zona Verde, incluso desde lejos.
El congreso empieza mañana. Hoy es festivo: una importante fiesta kurda (que tiene lugar durante el equinocio) asumida como propia por todo Irak (cuyo presidente es kurdo).
El director de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Bagdad nos invita a almorzar a su hogar, no lejos del hotel, en un barrio construido a principios de los años ochenta por orden de Sadam Hussein: altos bloques de pisos de piezas de hormigón prefabricadas -que se degradan por errores de diseño y se recalientan-, proyectados por una constructora norteamericana, a lo largo de una avenida demasiado ancha, bajo un sol que en pocas semanas se volverá inclemente.
Nos cuentan cómo Sadam Hussein ordenaba detener (y hacer desaparecer) a familiares hasta de cuatro grado de cualquier prisionero político, por lo que nadie se atrevía a suplicar la devolución de los cuerpos de los ajusticiados -para poder enterrarlos-, a fin de no darse a conocer. Labios siempre sellados por el miedo.
Y nos cuentan también cómo los soldados norteamericanos, tras entrar, en dos días distintos, en Bagdad, incitaron a los iraquíes a que vaciaran o saquearan bibliotecas, archivos y la filmoteca -que lo perdió todo-, explicándoles que, habiendo caído Sadam Husein, todo lo allí atesorado era por fin del pueblo, era suyo. Una parte de lo robado ha acabado en colecciones norteamericanas; cuentan cómo Irak fue vencido, no por haber sido conquistado, sino por la destrucción de su pasado.
Fuera hace aún más frío.
sábado, 20 de marzo de 2010
Crónica de Bagdad: 20 de marzo de 2010
Centro de la ciudad de Bagdad, marzo de 2010
A las siete y media de la mañana, el aeropuerto estaba tomado por una invasión de cuerpos de seguridad privados norteamericanos, anabolizados dobles de Bruce Willis.
Bagdad sigue partida por muros de hormigón, y la circulación, siempre en coche, interrumpida sin cesar por controles más largos que el año pasado, ya que los soldados temerosos buscan materiales explosivos debajo de los coches, con detectores de fabricación china de manejo muy impreciso.
Es la tercera visita a Bagdad en dos años, y nunca como ahora el ejército -en parte aún norteamericano- había sido tan visible, estado tan presente. La ciudad estaba salpicada de tanquetas y recorrida por camionetas atestadas de soldados armados hasta los dientes. Los helicópteros militares vuelan cada vez más bajo, y el ritmo endiablado y el bramido ensordecedor que los envuelve interrumpe a cada momento las conversaciones.
Hace mucho frío -sopla un viento que en España diríamos que viene del norte- pero el día es luminoso y seco. La primavera despunta y Bagdad está salpicada de flores diminutas que crecen por entre las grietas del hormigón o del asfalto labrado.
Aunque el congreso sobre rehabilitación de los centros históricos de Irak (que motiva esta visita) comienza el lunes en el hotel Al-Mansoor (donde todos los asistentes se alojan) -que aún guarda las huellas en la fachada del último atentado-, la mayoría de los ponentes iraquíes en el exilio han llegado.
Un grupo de arquitectos y promotores invitaban hoy a comer en el palmeral de su estudio (una villa de los años setenta rodeada de jardines), al borde del Tigris.
La mayoría de los arquitectos iraquíes en el exilio hace casi veinte años que no han regresado a Bagdad. Se reencuentran con antiguas alumnas, hoy madres de familia o incluso abuelas. Familias rotas se vuelven a ver por vez primera desde la guerra entre Irak e Irán. Hermanos separados, tíos y sobrinos que no se habían vuelto a ver, amigos que solo tenían noticias mutuas por teléfono se abrazan casi con desesperación. Han perdido a hermanos mayores colgados (por el simple hecho de haber grabado con un radiocasette una ceremonia en una mezquita, considerado un gesto pro-iraní), a benjamines torturados hasta la muerte, a padres o hermanos asesinados, a familiares gaseados por el régimen de Sadam Hussein en los años ochenta o noventa. Algunos han fallecido en la cárcel. Hablan a borbotones y un tanto desorientados y el llanto les impide seguir. Se excusan y tratan de sonreir.
Se nos muestra un ambicioso proyecto de rehabilitación de la larga calle porticada de Rashid (que cruza toda la ciudad, paralelamente al río), abierta, a imitación de la calle de Rivolí de París, entre 1910 y 1920, y hoy destrozada por las bombas de los suicidas y sobre todo por propietarios ávidos o incultos que, con la complicidad comprada de funcionarios, echan abajo espléndidos edificios catalogados con delicadas fachadas de madera labrada, para levantar bloques con muros cortina baratos de colores chillones vendidos por China.
La calle es hoy en eje informe y devastado, en el que cada día desaparece un elemento notable que alimenta la memoria de los bagdadís.
El proyecto de rehabilitación es valiente y respetuoso; pero los asistentes saben que, en la Bagdad de hoy, no podrá llevarse a cabo. Y, sin embargo, no cesan de luchar por recuperar la ciudad, sabiendo que se trata de un esfuerzo incierto, posiblemente inútil.
En Barcelona, caen cuatro copos y nos manifestamos porque se nos mojan los pies.