... (o A-cero, en el IVAM, y van...)
Érase una vez un museo de arte moderno español, el primero y durante mucho tiempo el mejor. Era el final de los años ochenta. Estaba en Valencia. Se llamaba el Instituto Valenciano de Arte Moderno.
Tuvo que pagar un peaje local, incorporando la obra de algún pintor decimonónico provinciano, pero el resto de la colección fue considerada modélica.
El museo no disponía de ninguna colección. Las grandes obras del siglo XX valían fortunas, sobre todo en los prósperos años ochenta. Sin embargo, una inteligente política de compras de obras hasta entonces juzgadas menores, o de estilos o movimientos que habían sido dejado de lado (fotografía de vanguardia, Constructivismo ruso, cartelismo también ruso, etc.), y de acercamiento a legados como el del escultor Julio González, permitió que este museo destacara internacionalmente tanto por su personalidad como por la bondad y la agudeza de su colección permanente y sus exposiciones temporales.
El Museo de Arte Moderno Centro de Arte Reina Sofía, en Madrid, y el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona no existían aún, al igual que el sinfín de museos y centros de arte contemporáneo provinciales.
Pasó el tiempo; se sucedieron directores, con más o menos fortuna, y el IVAM, lentamente, se fue apagando.
Pero llegó un día en que una funcionaria de la Generalidad Valenciana, con excelentes relaciones personales tanto con el Partido Popular como con el Partido Socialista, quiso ser consejera valenciana de Cultura. Había organizado las bienales de arte contemporáneo más caras y ruinosas de la historia, por lo que poseía méritos para el cargo.
No lo consiguió; se la recompensó, sin embargo, con la dirección del IVAM.
Desde entonces, este Museo entró en otra dimensión. Marciana.
Obtuvo este año todas las ayudas del Gobierno central -tan cariñoso con el gobierno autonómico valenciano-, mientras otros museos, como el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, se quedaba a pan y agua. Es lógico: no se le habría ocurrido organizar una exposición tan acerada.
Pues hoy, en efecto, el IVAM presenta una exposición antológica de un estudio de arquitectura esencial español: A-cero, cuya obra y cuyos postulados son tan afines a las preocupaciones arquitectónicas, urbanísticas y sociales de estos años. Se trata de la primera muestra de este grupo, responsable de obras livianas, modestas, comedidas, que responden a lo que hoy se necesita y a los temas que inquietan, en plena sintonía con la tan económica, discreta e imprescindible Ciudad de las Artes y las Ciencias valencianas, de Calatrava.
Nadie se hubiera imaginado que a un centro de arte contemporáneo se le hubiera ocurrido organizar una muestra antológica de A-cero, pero eso es lo que tienen los centros de vanguardia: siempre sorprenden, y se adelantan a los tiempos venideros.
Ahora que el urbanismo de Barcelona está en manos del responsable valenciano del sutil proyecto del nuevo frente marítimo de Barcelona, confío en que esta exposición colosal se muestre también aquí.
Ya estamos preparados.
y curados (de lo que sea).
lunes, 7 de mayo de 2012
domingo, 6 de mayo de 2012
El templo mesopotámico y el templo griego.
Los templos son, en casi todas las culturas, un mundo aparte. Forman parte del mundo visible, pero reproducen, ya sea el empíreo -son la morada de las divinidades-, ya sea el cosmos.
En ocasiones, su planta reproduce el transcurso de algún cuerpo sideral que es la manifestación visible de alguna divinidad.
La orientación de los templos antiguos ha dado lugar a especulaciones a menudo esotéricas -y gratuitas. Sin embargo, los templos suelen disponerse en función de algunos planetas, estrellas o constelaciones particularmente luminosos: Venus (confundida con las estrellas matutina y vespertina), la estrella polar (o la constelación del Carro, también conocida como la Osa Mayor), las Pléyades, en el Cinturión de Orión, han solido ser los puntos celestiales que han ayudado a ordenar el espacio sagrado, por su fácil localización, o su posición invariable.
Los puntos cardinales también han constituido polos recurrentes: las fachadas o caras de los templos griegos se orientaban según aquéllos; la fachada principal miraba al este, de modo que la luz naciente iluminara la faz de la estatua de culto cuando las puertas del templo eran abiertas: la divinidad entraba en contacto consigo misma; por el contrario, los templos cristianos, que también se han dispuesto según los puntos cardinales, miran al oeste, a fin que la luz matutina, que entra por las vidrieras del coro, iluminara la cara de los fieles cuando se desplazaban por la nave central en dirección al altar. El templo cristiano es la morada del hombre, mientras que el templo pagano acoge a la divinidad, y el ser humano -salvo reyes y sacerdotes- tiene vetada la entrada.
El templo mesopotámico también atendía a los puntos cardinales. Sin embargo, presenta una diferencia esencial con el griego -o el cristiano-. Lo que mira a los puntos cardinales no son las fachadas, sino las esquinas.
Así como el templo griego se subordina a los puntos cardinales y, por tanto, el templo se inserta en el cosmos, del que puede ser una réplica, el templo mesopotámico apunta a aquéllos: los señala, los destaca. Las esquinas son como puntos de flecha que indican los puntos cardinales: los hacen visibles, los crean. El templo entonces no se amolda al cosmos: lo instituye.
En efecto, el cosmos mesopotámico es rectangular o cuadrado. Presenta cuatro esquinas. La bóveda celestial es de planta cuadrada y se apoya sobre cuatro columnas. El espacio, por tanto, necesita cuatro puntos para organizarse. Éstos son marcados, y fundados, por el templo. El templo no es (una imagen) del cosmos, sino el origen de éste.
El templo sumerio es comparado con una red tendida en el territorio. Los males, los que piensan mal, los que quieren el mal son apresados por esta arma, una tela perfectamente urdida que mantiene a salvo el espacio y le impide caer o regresar al caos originario. Sin el templo, pues, el mundo -organizado- no existiría. Aquél es el mecanismo que lo determina, lo organiza y lo preserva. La relación entre el cosmos y el templo se invierte: lo primero es el templo; solo entonces el cosmos puede concebirse y existir.
En ocasiones, su planta reproduce el transcurso de algún cuerpo sideral que es la manifestación visible de alguna divinidad.
La orientación de los templos antiguos ha dado lugar a especulaciones a menudo esotéricas -y gratuitas. Sin embargo, los templos suelen disponerse en función de algunos planetas, estrellas o constelaciones particularmente luminosos: Venus (confundida con las estrellas matutina y vespertina), la estrella polar (o la constelación del Carro, también conocida como la Osa Mayor), las Pléyades, en el Cinturión de Orión, han solido ser los puntos celestiales que han ayudado a ordenar el espacio sagrado, por su fácil localización, o su posición invariable.
Los puntos cardinales también han constituido polos recurrentes: las fachadas o caras de los templos griegos se orientaban según aquéllos; la fachada principal miraba al este, de modo que la luz naciente iluminara la faz de la estatua de culto cuando las puertas del templo eran abiertas: la divinidad entraba en contacto consigo misma; por el contrario, los templos cristianos, que también se han dispuesto según los puntos cardinales, miran al oeste, a fin que la luz matutina, que entra por las vidrieras del coro, iluminara la cara de los fieles cuando se desplazaban por la nave central en dirección al altar. El templo cristiano es la morada del hombre, mientras que el templo pagano acoge a la divinidad, y el ser humano -salvo reyes y sacerdotes- tiene vetada la entrada.
El templo mesopotámico también atendía a los puntos cardinales. Sin embargo, presenta una diferencia esencial con el griego -o el cristiano-. Lo que mira a los puntos cardinales no son las fachadas, sino las esquinas.
Así como el templo griego se subordina a los puntos cardinales y, por tanto, el templo se inserta en el cosmos, del que puede ser una réplica, el templo mesopotámico apunta a aquéllos: los señala, los destaca. Las esquinas son como puntos de flecha que indican los puntos cardinales: los hacen visibles, los crean. El templo entonces no se amolda al cosmos: lo instituye.
En efecto, el cosmos mesopotámico es rectangular o cuadrado. Presenta cuatro esquinas. La bóveda celestial es de planta cuadrada y se apoya sobre cuatro columnas. El espacio, por tanto, necesita cuatro puntos para organizarse. Éstos son marcados, y fundados, por el templo. El templo no es (una imagen) del cosmos, sino el origen de éste.
El templo sumerio es comparado con una red tendida en el territorio. Los males, los que piensan mal, los que quieren el mal son apresados por esta arma, una tela perfectamente urdida que mantiene a salvo el espacio y le impide caer o regresar al caos originario. Sin el templo, pues, el mundo -organizado- no existiría. Aquél es el mecanismo que lo determina, lo organiza y lo preserva. La relación entre el cosmos y el templo se invierte: lo primero es el templo; solo entonces el cosmos puede concebirse y existir.
sábado, 5 de mayo de 2012
Ciudadano Sócrates (Steve Martin -1945-: Death of Socrates -La muerte de Sócrates-, 1980)
Dedicado a Gregorio Luri (www.cafedeocata.blogspot.com), quién más he pensado (en) la muerte de Sócrates.
El vídeo no incluye las últimas palabras de Sócrates Martin:
"His followers ask Plato (Werner Klemperer) "What did he say? What were his last words?" and a confused Plato tells them "He said... Rosebud.""
(Los discípulos preguntaron a Platón: "¿qué ha dicho? ¿Cuáles fueron sus últimas palabras?", y un confuso y confundido Platón les respondió: "Ha dicho.... Rosebud").
viernes, 4 de mayo de 2012
El mito hoy: Cibeles, o el retorno de la barbarie
Cibeles es un diosa majestuosa. Su llegada es anunciada por el gélido viento que corta la altiplanicie anatólica. Se desplaza, en pleno invierno, sobre la tierra helada, subida a un aparatoso carro tirado por leones, cuyos rugidos causan tempestades.
Los leones, y todas fieras en general, le obedecen, empero: Cibeles es la ponia theron, la Señora de las bestias. Las fieras se amansan, o atacan según las órdenes que edicta. A su paso, la naturaleza se hiela de terror; y desfallece, lo que favorece, paradójicamente, su renacer.
Todos los hombres temían a Cibeles, aunque sabían que su vida dependía de ella. De algún modo, se trataba de una diosa-madre, que poseía las claves de la vida y de la muerte. Nadie se habría atrevido a mirarle a cara, y menos de subir a su carro. al contrario, el mundo se encogía ante su desfile siempre imprevisible.
La presencia de la diosa era necesaria para la supervivencia de la ciudad. El mundo salvaje, expulsado de la ciudad, mas expectante y siempre al acecho, era controlado por Cibeles. Reducía los peligros y permitía que la vida ciudadana, la vida culta pudiera tener lugar en la ciudad.
La naturaleza y los humanos sentían respeto ante la diosa, pues sabían que su vida dependía de la buena voluntad de aquélla. La barbarie, expulsada de la ciudad, quedaba circunscrita al ámbito de Cibeles, y desactivada.
Hoy, hasta los leones giran la cabeza ante lo acontece -si bien los colmillos se perfilan en las fauces entreabiertas.Un hombre, que debe creerse un dios, se ha subido a lomos de la diosa, le golpea la cabeza, le ha atado un trapo en el cuelo a modo de pañuelo o de babero, y gesticula y aulla como un primate. Se le ha subido la fama, y el desprecio por lo público. La boca, las mandíbulas desencajadas hasta descubrir toda la lengua, parecen una alegoría del grito primigenio. No es un humano, aún. Vestido con un calzón corto y una camiseta sin mangas, el pelo hirsuto, abre la boca y enseña los dientes y la glotis, mientras alza la mano en un gesto que parece una amenaza o un insulto. A su alrededor, vuelan papeles, como si los hubiera perdido. Se atreve incluso, no solo a subir sobre el monumento que es Cibeles, sino hasta colocarse sobre ella, como si Cibeles fuera suya, su perro faldero. Impasible ante el bien público que Cibeles brinda, ante el símbolo de lo público que Cibeles encarna, el energúmeno brinda y brinca, comportándose como si de un bien suyo se tratara, con el que puede hacer lo que quiere, sin que nadie se inmute.
No sabe, sin embargo, que la inmensa Cibeles es rencorosa; la diosa es implacable, y su venganza devastadora. La tierra acaba yerma, y la vida, segada de cuajo.
Nadie querría estar allí cuando Cibeles se dé la vuelta, mire fijamente, y sepa lo que tiene que hacer.
¡Ay de aquél que saque a Cibeles de sus casillas...!
jueves, 3 de mayo de 2012
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