Fotos: Tocho, junio de 2015
Les mesures de l´homme es una exposición maravillosa.
Dedicada a la carrera y obra del arquitecto Le Corbusier, presenta a un artista, un músico, un místico y un humanista.
¿Imagen falsa? Sin duda, pero por eso mismo, la muestra es maravillosa. Un hermoso cuento.
Cuadros y dibujos -la mediocridad de una gran parte de sus cuadros y esculturas se disimula insertando obras de Ozenfant y Léger, sin distinguirlas visualmente-, fotografías, maquetas originales de yeso o de madera, películas y libros ofrecen la visión que Le Corbusier quería dar de su obra y de sí mismo. No se exponen ningún plano (solo perspectivas coloreadas, y collages, sobriamente enmarcados) , ni tampoco imágenes de las obras hoy en día.
La exposición se asemeja a las que el MACBA y hoy en día el Centro Reina Sofía de Madrid presentan: muestras de arte contemporáneo, escasos textos, pulcra, casi clínica o monacal, ideal, muestra de materiales frágiles -dibujos, fotografías, pequeñas proyecciones, bocetos, hojas impresas sueltas-, como testimonios de un tiempo feliz rescatados del olvido, fragmentos con los que se reconstruye una historia hermosa y descompuesta.
Le Corbusier aparece casi como una figura crística: en un documental de los años cincuenta, se le muestra dibujando en la terraza de la Unidad de Habitación de Marsella (el descomunal bloque de pisos de hormigón), mientras los niños que juegan alborotados en este espacio, acuden presurosos a recogerse a sus pies. La voz en off cuenta cómo el arquitecto solo quiso la felicidad de aquéllos.
¿Los proyectos con los que pretendía arrasar ciudades enteras -París, Barcelona, Argel, etc.? Ausentes. Por el contrario, su última obra, una iglesia, un tronco de cono que se alza y se abre hacia el cielo, merece una sala. Le Corbusier navega por el siglo, inmune a las contingencias históricas. Se trata de un visionario, que trabaja casi siempre solo, proyectando jardines, casas y ciudades ideales, y que busca transmutar la materia -"lo indecible de la materia", explica un texto-, que convierten los edificios en instrumentos de música inefable.
Al final de su vida, retirado en una solitaria cabaña en la Costa Azul, con unos pocos amigos, desapareció, como si hubiera desvanecido.
La última imagen: Le Corbusier, desnudo -casi metafísicamente-, pintando. La cartela indica que trabajaba en un pueblo del sur de Francia. La realidad era más prosaica: estaba destruyendo la villa de su enemiga Eileen Gray. Mas, ¿por qué contar miserias?