Fotos: Tocho, julio de 2015
Ya fuera porque entró en el Opus Dei, y salió al cabo de unos años (por lo que tanto los defensores como los opositores de la arquitectura moderna, por razones opuestas, lo denostaron), ya fuera porque no siguió la canónica línea de Le Corbusier, optando más bien por la arquitectura de Asplund -Coderch, sin embargo, no sufrió por apartarse de la ortodoxia, pese a sus mediocres últimas obras, como las negras torres de La Caixa, o la Escuela de Arquitectura de Barcelona-, o porque se habló mucho del derribo de su último -y estrafalario, desde luego distinto del resto de su obra- edificio en forma de pagoda china, lo cierto es que Miguel Fisac es quizá el mejor arquitecto español del siglo XX y, sin embargo, ninguna obra suya está incluida en el catálogo de la muestra Los Brillantes 50. 35 proyectos de arquitectura racionalista española, organizada por Fomento en 2010-2013, que sí mostraba la obra -¿racionalista?- de Carlos Pfeifer, o de Josep Pratmarsó, cuyas villas no sé si revelan una "sensibilización por la cuestión social y el problema de la vivienda", y ha caído en un cierto olvido, al menos fuera de Madrid.
El Seminario de los Padres Dominicos, hoy medio vacío, aunque cuidado -pese a una restauración un tanto desafortunada que reemplazo delgados marcos metálicos por gruesas y vulgares piezas de aluminio a fin de doblar los cristales que cierran el patio ajardinado-, comprende varios cuerpos rectangulares alargados, unidos por pasadizos cubiertos, en los que, en los años cincuenta y sesenta, se alojaban estudiantes de filosofía (¿tomista?), novicios, monjes, y profesores, junto con quince monjas que atendían la cocina y la limpieza (eran otros tiempos). En esta trama se incrusta la mejor iglesia moderna española (de San Pedro Mártir) junto a un altísimo campanario compuesto por una escalera entre vigas coronada por una nube metálica que anticipa en cuarenta años la que corona la Fundación Antoni Tàpies de Barcelona: dos altos muros curvos de ladrillo -es inútil buscar metáforas cruciformes o antropomórficas que poco aportan- enmarcan el altar en el punto más constreñido del espacio. Una inmensa -y previsible- vidriera de temática religiosa, empalidece ante un lucernario oblongo compuesto por innumerables óculos, y un muro curvo de ladrillo en el que se incrusta una trama de pequeños rectángulos de vidrios monocromos (ideados, al parecer, por Ana María Badell, mujer del arquitecto). La oposición entre la "carne" -el rehundido de las juntas destaca el grosor material de los ladrillos- y la luz es evidente y sin embargo sutil. Una franja luminosa también impide la unión entre los muros ciegos y el techo que aparece aun más alto y lejano. Se trata de un espacio en el que uno se encuentra "bien", y en silencio.
Merece una visita -o una estancia-.
Tres obras de Miguel Fisac destacarán en la exposición De obra. Cerámica y arquitectura, en el Mediterráneo, del mundo antiguo a nuestros días, que el Museo del Diseño, en Barcelona, prepara para septiembre de 2016
Ladrillo ideado por Miguel Fisac, con el fin de evitar marcar la junta, y evacuar el agua, por una de las caras inclinada, y la forma de goterón de uno de los cantos.