Estatua de Cibeles hallada cerca de Reus
Cuenta la leyenda que Roma fue fundada por descendientes de Eneas, príncipe troyano, encargado por la diosa Venus de reconstruir la ciudad allende los mares. Roma tenía pues estrechas relaciones con Troya.
Cerca de Troya se hallaba el monte Ida que acogía uno de los dos santuarios dedicados a la diosa oriental Cibeles más importante. Dado que existía otra montaña, llamada Ida, en Creta, en la que Zeus nació, Rea, su madre, que moraba en aquélla, fue equiparada con Cibeles, asimilada así a una diosa griega.
En tanto que diosa de la naturaleza salvaje, Cibeles se acompañaba habitualmente de leones. Pero, las palomas y los cisnes, asociados a Afrodita (Venus) y a Apolo, también formaban parte de su séquito. Las aves eran mensajeras de los dioses. Transmitían lo que el cielo dictaba, o dibujaban signos en el cielo cuando volaban en bandada, que los sacerdotes (los augures etruscos y romanos) descifraban porque eran signos celestiales que comunicaban gráfica y enigmáticamente lo que los dioses, en particular Apolo, había decidido acerca de la suerte de los humanos.
Es así como Cibeles vino a ser considerada una diosa dotada de poderes oraculares.
Apolo hablaba a través de las sacerdotisas que atendían sus templos. Eran las sibilas. Cada gran santuario apolíneo poseía una sibila. Una de las más importantes moraba en el santuario de Cumas, en la Magna Grecia (cerca de Neapolis o Nápoles, hoy, en la costa itálica).
Cuando Eneas, llegado a Italia, quiso conocer el destino de la ciudad de Roma que aún no existía, se adentro en el Hades (los Infiernos) a fin que las almas de los muertos le informen. La Sibila le acompañaba. Dos palomas los guiaban.
Las palomas también estaban asociadas a la Sibila, en tanto que portadoras de mensajes que solo la Sibila podía traducir verbalmente.
La dinastía imperial juliana, descendiente de Julio Cesar, tenía una fuerte relación con Venus. De hecho, descendía de la diosa, considerada como la madre de Eneas y la abuela de Iulio o Julio (también llamado Ascanio), hijo de Eneas.
Augusto, sucesor de Julio César, y primer emperador (o segundo César) -aunque mantuvo la ficción de la República, tocada de muerte ya por Julio César- promovió el culto de Cibeles en Roma, atendiendo con sumo cuidado su templo en el Palatino. En las ciudades y colonias que fundó o engrandeció en la Península ibérica, como Barcino y Tarraco, se construyeron templos dedicados al emperador, así como santuarios dedicados a Cibeles.
Cibeles estaba unida a su hijo y esposo Atis. Éste, en verdad, era un humano (un pastor), por lo que se castró incapaz de atender a la diosa, y murió. El árbol bajo el se emasculó era un almendro, de amarga nuez, y del contacto de la sangre con la tierra brotó un árbol de granadas, de pulpa roja como la sangre y granos translúcidos como almas. Atis no murió para siempre. Cibeles lo enterró bajo un pino y lo resucitó. Pero nacía y moría anualmente, activando con su vida el ciclo de la vida natural, y asegurando a sus fieles una vida futura siempre que le imitaran: que se castraran o se laceraran el cuerpo a sin que el vertido de sangre los purificara, y que la pérdida de los órganos sexuales les apartara del mundo material, en pos de la elevación espiritual, perdida la capacidad de engendrar materialmente.
Atis era una divinidad ligada a los cultos funerarios, por las esperanzas que brindaba. En Tarraco, en particular, su culto se divulgó, siempre en un contexto funerario.
Gracias a su asociación con Cibeles, la vida que prometía era gloriosa. Cibeles era una diosa-madre que controlaba los mecanismos que regían la vida del cosmos y de los humanos.
Cuando la caída de los dioses paganos y la destrucción de sus templos, a finales del siglo cuarto después de Cristo, Cibeles y Atis, al igual que otras divinidades, se apagaron. O mutaron. Se unieron a los nuevos poderes sobrenaturales, tanto dioses como seres celestiales y mediadores cristianos (santos, ángeles, etc.).
Barcelona dio culto a una santa, Eulalia, y la convirtió en su patrona. Eulalia significa La que bien habla. Eulalia fue decapitada. Del cuello cercenado, se alzó una paloma, que era tanto su alma (su psique) cuanto la portadora de sus palabras. Gracias a la paloma, las palabras de Eulalia se adentraban en el futuro y auguraban lo que describían.
Eulalia fue equiparada con una Sibila.
La catedral de Barcelona, dedicada a Eulalia, se alzó sobre un santuario dedicado a Cibeles (y quizá a Atis). Un relieve dedicado a Atis, y una escultura de Cibeles, halladas en Barcelona, atestiguan el culto que se rendía a estos dioses paganos que aseguraban una vida mejor tras la muerte (aunque, sin duda, no la inmortalidad que si aportaba Eulalia).
A Atis se le honraba mediante una procesión que consistía en el paseo de un tronco de pino, cortado de un bosque de pinos sagrado, que evocaban la muerte del dios. El pino, cuyas agujas, con las que los fieles se mutilaban, no morían simbolizada a Atis que renacía. El pino es un árbol de hoja perenne.
Cibeles era representada por una piedra negra anicónica, similar a la kaaba de la Meca. En ocasiones, sin embargo, cuando se la evocaba naturalísticamente, el rostro era tallado en una piedra negra, convirtiendo a Cibeles en una virgen negra (su esposo era un eunuco).
Las vírgenes negras, las vírgenes del pino, los santuarios del pino, y la tradición infantil de golpear un tronco para que suelte los bienes (dulces, caramelos) -conocida como Caga tió- que encierra, derivan seguramente del culto a Atis y Cibeles, que tanto prendieron en Cataluña y en Barcelona en particular, que posee una catedral cuyo claustro acoge a ocas vivas, un recuerdo de las aves asociadas a Eulalia y a Cibeles.