martes, 8 de diciembre de 2015
NEIL PACKER (1961): HOMER: THE ILIAD & THE ODYSSEY (2012, 2015)
Los libros en papel no se venden; la cultura clásica cae en el olvido; los jóvenes no leen. Sin embargo, en 2015, aún se publican libros sobre mitología y textos griegos como la Ilíada y la Odisea, de Homero, ilustrados para niños, tan hermosos como éstos, que traduce bien la inmisericorde, agotadora y clínica violencia en la Ilíada, y la turbadora magia (negra) de la realidad, aun poblada de monstruos y hechiceras, de la Odisea.
Véase la página web de este ilustrador británico educado en Libia.
RICHARD WENTWORTH (1947): MAKING DO AND GETTING BY (HACIENDO Y SOBREVIVIENDO, 1973-2007)
Algunos críticos sostienen, con razón, que el mejor libro de arquitectura -al que cabría añadir Wellcome de José Hevia y Gustavo Gili- publicado en 2015 es la monografía dedicada a una serie de cien fotografías, tomadas durante más de treinta años en diferentes ciudades del mundo, del escultor británico Richard Wentworth.
Las imágenes son urbanas. Retratan pequeños objetos de deshecho que resisten, se resisten a desaparecer. Su resistencia se manifiesta porque no se hallan donde deberían ni cumplen con la función a la que están destinados. Llaman la atención por su audacia. A veces han encontrado una segunda vida, una nueva razón de existir. Parecen haber llegado de no sé sabe dónde, de qué cubo de basura o un contenedor de residuos y ruinas, y se pasean a la luz del día, sin hostilidad, pero sin bajar la cabeza.
Son objetos abandonados en la calle. Pero no se van ni se esconden. Arrugados despojados se insertan donde no se les espera, se aferran a la vida. Vasos de plástico usados, una ropa indefinible, indistinguible, a los que una verja presta ayuda y los expone a la altura de la vista, y los dota de un inesperado cuerpo.
Worthworth descubre lo que existe pero no vemos o no queremos ver. El libro no denuncia ni hace apología de los residuos sino que se fija en lo que está aquí y ahora, conviviendo entre nosotros, y que merece que le dejemos paso, le hagamos un sitio. Lo que ya no tenía un lugar encuentra donde asentarse, consciente de que estaría condenado a volver a desaparecer si Wentworth no lo hubiera rescatado.
lunes, 7 de diciembre de 2015
Arte y dinero
Se subastaba una obra recién descubierta. Un anticuario muy conocido puso en venta una pieza excepcional, por su tamaño, forma, estado de conservación y época, de la que solo se conocen unos pocos ejemplares en el mundo, todos en grandes museos nacionales e internacionales. El precio de salida superaba varias decenas de millones de euros, un precio inaudito, un récord mundial jamas alcanzado.
A poco, varios estudiosos mostraron que se trataba de un falso. La prueba era contundente. Dos museos poseían copias idénticas, algo imposible en un original supuestamente hecho a mano. Se trataba, en este caso, de una pieza procedente del mismo molde que las dos antes citadas.
Un gran museo organizó una pequeña exposición con solo dos piezas: la obra que iba a subastarse junto con la que el museo poseía. Ambas eran copias. Pero la muestra tenía como finalidad demostrar, por el contrario, la excepcionalidad y singularidad de la pieza que rivalizaba solo con una obra maestra de un museo mundial (que normalmente no la expone pues sabe que se trata de un falso).
Pese a las protestas de los estudiosos, dicho museo emitió un certificado de autenticidad.
La obra pudo venderse con todas las garantías. No levantó duda alguna.
El precio superó todas las expectativas.
La pieza fue adquirida por un multimillonario, conocido por su afición a construirse réplicas de construcciones del pasado.
Poco tiempo después, se anunciaba una deslumbrante y carísima remodelación del museo. La financiación fue privada en gran parte. Un multimillonario pagó todos los trabajos.
Los responsables del museo reconocieron que la autentificación se llevó a cabo por presiones políticas del más alto nivel. ¿Cómo se podía dejar pasar semejante ocasión?
Una historia verídica. Es imposible imaginarse semejante trama.
A poco, varios estudiosos mostraron que se trataba de un falso. La prueba era contundente. Dos museos poseían copias idénticas, algo imposible en un original supuestamente hecho a mano. Se trataba, en este caso, de una pieza procedente del mismo molde que las dos antes citadas.
Un gran museo organizó una pequeña exposición con solo dos piezas: la obra que iba a subastarse junto con la que el museo poseía. Ambas eran copias. Pero la muestra tenía como finalidad demostrar, por el contrario, la excepcionalidad y singularidad de la pieza que rivalizaba solo con una obra maestra de un museo mundial (que normalmente no la expone pues sabe que se trata de un falso).
Pese a las protestas de los estudiosos, dicho museo emitió un certificado de autenticidad.
La obra pudo venderse con todas las garantías. No levantó duda alguna.
El precio superó todas las expectativas.
La pieza fue adquirida por un multimillonario, conocido por su afición a construirse réplicas de construcciones del pasado.
Poco tiempo después, se anunciaba una deslumbrante y carísima remodelación del museo. La financiación fue privada en gran parte. Un multimillonario pagó todos los trabajos.
Los responsables del museo reconocieron que la autentificación se llevó a cabo por presiones políticas del más alto nivel. ¿Cómo se podía dejar pasar semejante ocasión?
Una historia verídica. Es imposible imaginarse semejante trama.
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El sueño de una sombra,
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