viernes, 5 de mayo de 2017
Elegancia
La prensa -y las redes sociales- lo han proclamado. El mejor vestido de la reciente gala en el Museo
Metropolitano de Arte (Met) de Nueva York, portado por la modelo Belle Hadid, era del sastre Alexander Wang.
Los comentarios no van descaminados. Se adapta "como un guante" al cuerpo perfecto de la modelo. Destaca las largas piernas, juega con la curva de la espalda, acentúa los zapatos de tacón vertiginosos, y la malla con el que está tejido evoca una cárcel que invita a liberar a la prisionera.
Seductor, turbador, incluso, sí es el traje.
¿Elegante?
La elegancia es un calificativo propio del lenguaje artístico del siglo diecinueve y, por tanto, trasnochado, denostado, olvidado o irrelevante, sin duda.
Pero no por eso menos presente.
La elegancia es la "virtud" -un término entre la estética y la ética- de, en este caso, un traje (de Balenciaga, por ejemplo) que se descubre perfecto sin que se sepa porqué lo es. Se intuye, se percibe que no le falta ni le sobra nada, pero no se alcanza a descubrir qué lo hace perfecto, qué tiene que produce una impresión de perfección. La mano, los logros pasan desapercibidos. Seguramente el juego de volúmenes, las proporciones, la calidad de los tejidos y el saber nada juegan un papel decisivo, mas todos los materiales y todas las "artes" -corte, costura, etc.- no son perceptibles.
La elegancia es el arte de la ocultación. La mano se esconde para revelar lo que hace. Sabemos que la "ciencia" y el oficio, las buenas y las malas artes han sido puestos al servicio de la obra. Pero no los descubrimos, ni pensamos en aquéllos, ante un objeto de arte -un traje- que, literalmente, parece una aparición- carnal, material- y, sin embargo, desmaterializada, luminosa. No se le ven las "costuras" -Proust opinaba que el arte político (que para él era un ejemplo de mal arte, era como un traje en el que se exhibe la etiqueta con el precio -que insiste en lo "costoso", lo "laborioso" del traje)-. El traje envuelve y potencia las cualidades del cuerpo, y esconde sus imperfecciones. Pero esas funciones no son perceptibles. El traje no parece servir para nada más que para estar ante nosotros, mostrarse tranquilamente, para estar -como si siempre hubiera estado allí, sin que por eso aminore el efecto de sorpresa, de deslumbramiuento que su aparición o su presencia causa.
La elegancia es fruto del borrado de pistas. El origen, la causa, la función, la razón de la existencia de un traje desaparecen. O son irrelevantes y olvidables. El traje no busca sorprender. Y sin embargo sorprende. Sorprende que no hubiera estado allí anteriormente, que no hubiera existido desde siempre, que se hubiera podido estar sin él. La elegancia es lo opuesto de la ostentación. La elegancia es la "virtud" del arte -una creación artificiosa que aparece como una obra "natural", no fruto del esfuerzo y el cálculo, sino de la libertad.
¿Acaso se aplican estas nociones al -y sin embargo fascinante y, al mismo tiempo abochornante- traje de Wang? ¿Acaso en un buen símbolo del arte actual?
BLONDIE: LONG TIME (2017)
La canción -cuyo título no evoca la ciudad ni el espacio habitado, sino el tiempo en que se vivió-, en verdad, recuerda la avenida Bowery en Manhattan (Nueva York), en uno de cuyos locales, el CBGB -hoy desmantelado y remontado en un museo-, el grupo Blondie empezó a actuar a finales de los 70.
Tocho vivió un mes en Bowery a principios de los 90 (antes de desplazarse unas cuantas calles más al norte). El piso pertenecía a la fotógrafa Nam Goldin -que vivía en Boston- y lo había alquilado al pintor Gino Rubert quien lo realquilaba. En un piso superior vivía el pintor Perico Pastor.
Bowery es el nombre que adquiera la tercera avenida en el sur de Manhattan. Hoy es la sede de la torre del New Museum of Contemporary Art, obra de los arquitectos Sanaa, y de algunos de los restaurantes y de las tiendas de moda más recomendadas de Nueva York.
El piso que Nam Goldin utilizaba de almacén (la artista, conocida por su álbum de fotografías -hoy mítico-, la Balada de la Dependencia Sexual, tomadas precisamente en este piso, entre amantes drogodependientes y alcohólicos, era ya una celebridad y había mejorado sus condiciones de vida) se hallaba -o se halla, el bloque es hoy irreconocible, inidentificable- precisamente casi en frente de este museo. Cerca se hallaba el CBGB, ya muy decadente -sus lavabos, cubiertos de grafittis, eran casi una "institución" (precisamente por eso se han transportando a un museo cuando el local fue cerrado y desmantelado a finales de los 90)-, un local del ejército de Salvación, y al lado, un solar vacío entre paredes medianeras ennegrecidas, del que, por la noche, salían desmesuradas ratas en batallón que saltaban sobre los mugrientos colchones tirados en la acera, ocupados por sin-hogar, y se colaban entre los traficantes de droga arrestados, manos en mano, de cara a la pared ante la policía y los potentes focos que deslumbraban.
Los taxistas se resistían a pararse en esta calle.
El piso era un "loft" oscuro, sin ventilación -las únicas ventanas que daban a una escalera de incendios en un patinejo, no se abrían-, de suelo negruzco y pegajoso, con una cabina de ducha y un váter rodeado de sábanas en la entrada, un gato medio muerto de hambre que cazaba ratones, un colchón en el suelo lleno de pulgas, un sofá, abandonado en la calle, en el que era difícil sentarse debido a la suciedad y levantarse a causa de la mugre, y una cama cuyas sábanas fueron blancas en otra vida. El calor -era agosto- era insoportable. Del techo colgaban innumerables tiras matamoscas que hubieran seguido cumpliendo su función si se hubieran cambiado.
Éste es el ambiente que Blondie -cuya cantante, Debbie Harry tiene hoy setenta y un años- que, nostálgicamente, recrea, en unos años, los 70, que debieran ser aún más sombríos -pero quizá no tan decadentes- como los de trece años más tarde.
I've been running circles
Around a night that never ends
I've been chasing heartache
In a city and a friend
I've been with you so long
Even seen you lose it
But, who cares?
Racing down the Bowery
On a crowded afternoon
Droping from The Davenport
In your insecure typhoon
Can you even want me
Or this just a way to keep you safe?
Around a night that never ends
I've been chasing heartache
In a city and a friend
I've been with you so long
Even seen you lose it
But, who cares?
Racing down the Bowery
On a crowded afternoon
Droping from The Davenport
In your insecure typhoon
Can you even want me
Or this just a way to keep you safe?
Take me, then lose me
Then tell them I'm yours
Are you happy?
Then tell them I'm yours
Are you happy?
miércoles, 3 de mayo de 2017
ANNE-MARIE FILAIRE (1961): ZONAS DE SEGURIDAD TEMPORAL (2004-2017)
Anne-Marie Filaire es una fotógrafa francesa, que expone hoy en el MUCEM de Marsella -museo que le edita una completa publicación-, que, durante los últimos veinte años, ha fotografiado campamentos de refugiados y estructuras de separación -construidas para proporcionar la seguridad de quienes están encerrados o separados, pero que contribuyen a la desagregación social por la violenta partición que ejercen- en el Próximo Oriente.
Las fotografías, en blanco y negro, solo muestran construcciones sin personas. Las vistas consisten en la suma de fotografías -dando como resultado una imagen dentada que se estira desmesuradamente, casi sin principio ni final, como si acogiera todo el muro que representa- , cuyos perfiles irregulares evocan bien la destrucción que esos muros, esos arrasamientos de terrenos, esas torres de vigía, causan en el paisaje desolado, desierto, pero marcado, rayado por los bull-dozers, y en las comunidades. Dominan las líneas horizontales que aún achatan más lo que los muros simbolizan.
martes, 2 de mayo de 2017
A la luz de las estrellas
Un mediático y estrellado cocinero ha manifestado su disgusto por las críticas recibidas a un comentario suyo justificando que jóvenes cocineros, formados en las mejores escuelas de hostelería del mundo, trabajen gratis en restaurantes de "alta cocina" -que cobran entre 200 y 300 euros por comensal-, aduciendo que más que preparar los platos que el cocinero no realiza (porque suele tener varios restaurantes en diversas ciudades)- se están preparando allí dónde el cocinero estrella cocinó un día, respirando el aire no de las campanas extractoras sino de las "creaciones" culinarias.
Razones no le faltan por enfadarse. Iba a ser la cocina el único ámbito donde se trabaja gratis.
Los estudiantes graduados de arquitectura, y los jóvenes (es decir, menores de cincuenta años) arquitectos, hoy con un máster, que trabajan en los estudios de arquitectura también estrellados, cobran entre un euro y setenta céntimos y seis euros la hora, aunque a menudo no cobran o -innovadoramente- pagan por trabajar. La razón es sencilla. Trabajan cerca del arquitecto estrella y eso no tiene precio. Preparar cafés, cortar y doblar planos, o realizar maquetas son tareas por lo que cualquiera pagaría, ya que están próximos a las ideas brillantes que rondan. Quien no daría un duro por semejante ocasión.
La administración pública también ofrece trabajos ejemplares. La universidad pública española ofrece contratos de profesor asociado -tras superar un concurso y estar en posesión de un máster- de una hora por semana. El contrato conlleva una hora de clase o de prácticas, el tiempo de preparación de aquélla (en general, unas cinco horas de preparación por hora impartida), correcciones semanales de prácticas de entre cuarenta a ochenta estudiantes (unas nueve horas semanales) -amén de correcciones de exámenes parciales y, quizá, finales-, entre una y dos horas de atención al estudiante, y otras dos de tareas administrativas (asistencia a reuniones semanales, etc.). En total: diecinueve horas semanales, es decir, 85 horas al mes, por un total de setenta y ocho euros con treinta y siete céntimos. Menos de un euro a la hora. Y tienen que dar gracias al cielo por haber sido escogidos.
Por tanto, pelar patatas a la luz de un cocinero estrellado es como llegar y besar el santo.
Es que nos quejamos por nada.
Razones no le faltan por enfadarse. Iba a ser la cocina el único ámbito donde se trabaja gratis.
Los estudiantes graduados de arquitectura, y los jóvenes (es decir, menores de cincuenta años) arquitectos, hoy con un máster, que trabajan en los estudios de arquitectura también estrellados, cobran entre un euro y setenta céntimos y seis euros la hora, aunque a menudo no cobran o -innovadoramente- pagan por trabajar. La razón es sencilla. Trabajan cerca del arquitecto estrella y eso no tiene precio. Preparar cafés, cortar y doblar planos, o realizar maquetas son tareas por lo que cualquiera pagaría, ya que están próximos a las ideas brillantes que rondan. Quien no daría un duro por semejante ocasión.
La administración pública también ofrece trabajos ejemplares. La universidad pública española ofrece contratos de profesor asociado -tras superar un concurso y estar en posesión de un máster- de una hora por semana. El contrato conlleva una hora de clase o de prácticas, el tiempo de preparación de aquélla (en general, unas cinco horas de preparación por hora impartida), correcciones semanales de prácticas de entre cuarenta a ochenta estudiantes (unas nueve horas semanales) -amén de correcciones de exámenes parciales y, quizá, finales-, entre una y dos horas de atención al estudiante, y otras dos de tareas administrativas (asistencia a reuniones semanales, etc.). En total: diecinueve horas semanales, es decir, 85 horas al mes, por un total de setenta y ocho euros con treinta y siete céntimos. Menos de un euro a la hora. Y tienen que dar gracias al cielo por haber sido escogidos.
Por tanto, pelar patatas a la luz de un cocinero estrellado es como llegar y besar el santo.
Es que nos quejamos por nada.
lunes, 1 de mayo de 2017
Dimensión poética
Están los pisos baratos; esos que siempre están vendidos cuando uno llama apenas ha visto en anuncio. Están al alcance de cualquiera y aceptan a cualquiera. No son nada exclusivos, no distinguen a los compradores. Abren la puerta al primero que llega. Las fotos son feas, el texto escaso, y una franja inclinada, que dice VENDIDO, pegada o sellada, cruza la imagen -y sella el destino- de un bloque que pocas alegrías promete. Solo sirven para que cualquiera se instale.
Y, luego, están los otros. No son pisos, no son cosas -dispuestas a ser habitadas sin más-, son entes vivos. Brindan abrazos, experiencias. Mantienen una relación interpersonal. Nos aman. No están libres para los que llaman a la puerta sin haber sido escogidos. Tienen historia. No sirven solo para vivir -como si fueran vulgares apartamentos- sino para revivir. Uno recuerda el tiempo de los cuentos, y se siente renacer. Retrotraen a una época pasada, y gloriosa, del Modernismo Catalán- cómo no-. Son modernos -tienen un "presente atrayente", no pensemos que son antiguallas-, sin duda, pero tienen "armonía", no los confundamos con las estrecheces, los desajustes y los quiebros de los pisos de protección oficial y de la modernidad. No tienen medidas, sino dimensiones "poéticas". Son tan "holgados" como brazos "amorosos". No se compran para alojarse -eso lo hacen los pobres, si pueden, cuando pueden- sino para sentir "energías positivas". Uno no descansa, sino que vibra. Sus terrazas ofrecen tales "veladas", de noche y hasta la mañana, que no es necesario recluirse en ellos.
¡Ah, la poesía!
A eso se le llama, hoy, un "relato", una "narrativa" -coaching, sin duda-. Sin eso, no somos nada.
PS: Anuncios de pisos "exclusivos" en la prensa escrita del 30 de abril de 2017. Un día antes del primero de mayo.
MEG FLEMING & JARVIS (PETER JARVIS): READY, SET, BUILD (2017)
Libro infantil ilustrado en verso sobre cómo idear, proyectar y construir uno mismo una casa
Sobre el excelente ilustrador véase su página web
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