Casada a los quince años, viuda a los veinticinco, con cuatro hijos, Cristina de Pizán, veneciana, emigrada a la corte francesa después que su padre, un astrólogo -que había decido educar en las letras a su hija, algo insólito a finales de la Edad Media-, hubiera aceptado un puesto en la corte de Francia, escribió, apenas en el Renacimiento que despuntaba, una obra sorprendente, La ciudad de las damas. Cristina de Pizán cuenta un sueño, una tarde ensimismada, encerrada en su habitación: la visita de tres diosas deslumbrantes, Fortaleza, Rectitud y Justicia, con el encargo de poner coto a su desolación, la fundación y construcción de una ciudad, de y para mujeres, en la que no hallarían los obstáculos que las costumbres, convenciones y una estrecha moral imponían a las mujeres, una ciudad que sería la antítesis de la Ciudad de Dios de San Agustín concebida por y para varones.
Inspirándose en mitos clásicos, conocidos por lo menos a través de Bocaccio y de Virgilio, Cristina de Pizan describe una ciudad ideal en la que el acto de construir se convierte en un gesto moral que tiene como fin la edificación de las personas a través de la construcción de un espacio protector y de encuentro.
Hoy, en las escuelas de arquitectura, nos hemos olvidado a veces de este espléndido texto, perfectamente legible, que no ha perdido su vigencia: sigue siendo la descripción de un sueño inalcanzable.
IV Cómo la
Dama habló a Cristina de la Ciudad que debía construir y de cómo su misión era
ayudarla a levantar las murallas y a cerrar el recinto de la ciudadela:
Así,
querida hija, sobre ti entre todas las mujeres recae el privilegio de edificar
y levantar la Ciudad de las Damas. Para llevar a cabo esta obra, como de una
fuente clara, sacarás agua viva de nosotras tres. Te proveeremos de materiales
más duros y resistentes que bloques de mármol macizos que esperan a estar sellados.
Así alcanzará tu Ciudad una belleza sin par que perdurará eternamente.
"Has leído ciertamente cómo el rey Tragos fundó la gran ciudad de Troya
con la ayuda de Apelo, Minerva y Neptuno, a los que los antiguos tomaban por
dioses, y cómo, asimismo, el rey Cadmos fundó la ciudad de Tebas por orden
divina. Con el paso del tiempo, sin embargo, aquellas ciudades se hundieron en
ruinas. Pero yo, la verdadera Sibila, te anuncio que la Ciudad que fundarás con
nuestra ayuda nunca volverá a la nada sino que siempre permanecerá floreciente;
pese a la envidia de sus enemigos, resistirá muchos asaltos, sin ser jamás
tomada o vencida. "Como te ha enseñado el estudio de la historia, el reino
de Amazonia, creado hace tiempo por iniciativa de muchas y muy valientes mujeres
que despreciaban la condición de esclavas, permaneció bajo el imperio sucesivo
de distintas reinas, damas elegidas por su sabiduría, para que su buen gobierno
conservara al Estado todo su poder. En la época de su reinado conquistaron gran
parte de Oriente y sembraron el pánico en las tierras colindantes, haciendo
temblar hasta a los habitantes de Grecia, que eran entonces la flor de las
naciones. Pese a tanta fuerza, aquel imperio, el reino de las amazonas -como
ocurre con todo poder- acabó por desmoronarse, de tal suerte que hoy sólo su
nombre sobrevive en la memoria. Los cimientos y edificios de la Ciudad que has
de construir y construirás serán mucho más fuertes. De común acuerdo las tres
hemos decidido que yo te proporcione un mortero resistente e incorruptible,
para que eches sólidos cimientos y levantes todo alrededor altas y fuertes
murallas con anchas y hermosas torres, poderosos baluartes con sus fosos
naturales y artificiales, como conviene a una plaza tan bien defendida. Bajo
nuestro consejo cavarás hondos cimientos para que estén seguros y elevarás
luego las murallas hasta tal altura que jamás ningún adversario las haga
peligrar. Acabo de explicarte, hija mía, las razones de nuestra venida, y para
dar más peso a mis palabras, quiero revelarte ahora mi nombre. Con sólo oírlo,
y si quieres seguir mis consejos, sabrás que tienes en mí una fiel guía para
acabar tu obra sin equivocarte. Razón me llaman. Puedes felicitarte por estar
en tan buenas manos. Esto es todo por ahora.
V Cómo la
segunda Dama reveló a Cristina su nombre y estado y le habló de la ayuda que le
habría de prestar para construir la Ciudad de las Damas:
Apenas
acababa de terminar su discurso aquella Dama, cuando, sin dejarme tiempo para
intervenir, la segunda Dama se dirigió a mí en estos términos: -Me llamo
Derechura'. Mi morada es más celeste que terrenal y en mí resplandece la luz de
la bondad divina, de la que yo soy mensajera. Vivo entre los justos, a quienes
exhorto a hacer el bien, a devolver a cada uno lo que le pertenece, a decir la
verdad y a luchar por ella, a defender el derecho de los pobres e inocentes, a
no usurpar e! bien ajeno, a hacer justicia a los que acusan en falso. Soy el
escudo de los que sirven a Dios; a éstos defiendo; soy su baluarte contra la
fuerza y el poder injusto; soy su abogada en el cielo, donde intervengo para
que queden premiados sus esfuerzos y hechos valiosos; por mediación mía, Dios
revela sus secretos a quienes ama. A modo de cetro llevo en la diestra esta
vara resplandeciente que delimita como una recta regla el bien y el mal, lo
justo y lo injusto; quien la siga no se extraviará. Los justos se alían bajo el
mando de este bastón de paz que golpea a la injusticia. ¿Qué más puedo decirte?
Con esta regla, que tiene muchas virtudes, pueden trazarse los límites de
cualquier cosa. Te será muy útil para medir los edificios de la Ciudad que
debes construir. La necesitarás para levantar los grandes templos, diseñar y
construir calles y plazas, palacios, casas y alhóndigas, y para ayudarte con
todo lo necesario para poblar una ciudad. Para esto he venido, éste es mi
papel. Si el diámetro y circunferencia de las murallas te parecen grandes, no
debes preocuparte, porque con la ayuda de Dios y la nuestra terminarás su construcción
ciñendo y colmando el lugar con hermosas mansiones y magníficas casas
palaciegas. Ningún espacio quedará sin edificar.
VI Cómo la
tercera Dama reveló a Cristina quién era, cuál era su papel, cómo la ayudaría a
terminar los tejados de las torres y palacios, y cómo había de traer a la Reina
con su séquito de nobles damas:
Tomó luego
la tercera Dama la palabra: -Querida Cristina, soy Justicia, hija predilecta de
Dios, de cuya esencia procedo. El cielo es mi morada, así como la tierra y el
infierno: en el cielo, para mayor gloria de las santas almas; en la tierra,
para distribuir a cada uno la medida del bien o del mal que se merece; en el
infierno, para castigo de pecadores. Ni amigos ni enemigos tengo, por lo que
jamás cedo; ni me vence la piedad ni me mueve la crueldad. Mi única obligación
es juzgar, distribuir y devolver a cada uno según su mérito. Sostengo el orden
en cada estado y nada puede durar sin mí. Estoy en Dios y Dios está en mí,
porque somos por así decir una sola cosa. Quien siga mi certera vía no podrá
errar. A los hombres y mujeres de sano espíritu enseño primero a conocerse y a
comportarse con los demás como consigo mismos, a distribuir sus bienes sin
favoritismos, a decir la verdad, huyendo y odiando la mentira, y a rechazar
todo vicio. »Esta copa de oro fino que ves en mi mano diestra, medida de buen
tamaño, me la ha dado Dios para devolver a cada uno lo debido. Lleva grabada la
flor de lis de la Trinidad y se ajusta a cada caso sin que nadie pueda quejarse
de lo que le atribuyo. Los hombres de este mundo tienen otras medidas, que
dicen basadas en la mía, a modo de patrón, pero se equivocan; pese a invocarme
en sus pleitos, utilizan una medida que, siendo demasiado generosa para unos y
escasa para otros, nunca es Justa. »Largo rato podría entretenerte sobre las
particularidades de mi cargo pero te diré, para abreviar, que gozo de una
situación especial entre las virtudes: todas convergen hacia mí, las tres somos
por así decir una sola: lo que propone la primera, la segunda dispone y aplica,
y yo, la tercera, lo llevo a perfecto término. Por ello, las tres hemos
acordado que yo venga en tu ayuda para terminar tu Ciudad. Será responsabilidad
mía rematar con oro fino y pulido los tejados de las torres, mansiones y casas
palaciegas. Terminada la Ciudad, la poblaré para ti con mujeres ilustres y
traeré una gran reina a quien las demás damas rendirán homenaje y pleitesía.
Con tu ayuda quedará la Ciudad cerrada con fortificaciones y pesadas puertas
que bajaré del cielo. Después pondré las llaves en tu mano.
(Traducción: María-José Lemarchand, ed. Siruela, Madrid, 2000)