lunes, 10 de junio de 2019

CRISTINA DE PIZÁN (1364-1430): LA CIUDAD DE LAS DAMAS (1405)





Casada a los quince años, viuda a los veinticinco, con cuatro hijos, Cristina de Pizán, veneciana, emigrada a la corte francesa después que su padre, un astrólogo -que había decido educar en las letras a su hija, algo insólito a finales de la Edad Media-, hubiera aceptado un puesto en la corte de Francia,  escribió, apenas en el Renacimiento que despuntaba, una obra sorprendente, La ciudad de las damas. Cristina de Pizán cuenta un sueño, una tarde ensimismada, encerrada en su habitación: la visita de tres diosas deslumbrantes, Fortaleza, Rectitud y Justicia, con el encargo de poner coto a su desolación, la fundación y construcción de una ciudad, de y para mujeres, en la que no hallarían los obstáculos que las costumbres, convenciones y una estrecha moral imponían a las mujeres, una ciudad que sería la antítesis de la Ciudad de Dios de San Agustín concebida por y para varones.
Inspirándose en mitos clásicos, conocidos por lo menos a través de Bocaccio y de Virgilio, Cristina de Pizan describe una ciudad ideal en la que el acto de construir se convierte en un gesto moral que tiene como fin la edificación de las personas a través de la construcción de un espacio protector y de encuentro.
Hoy, en las escuelas de arquitectura, nos hemos olvidado a veces de este espléndido texto, perfectamente legible, que no ha perdido su vigencia: sigue siendo la descripción de un sueño inalcanzable. 


IV Cómo la Dama habló a Cristina de la Ciudad que debía construir y de cómo su misión era ayudarla a levantar las murallas y a cerrar el recinto de la ciudadela:

Así, querida hija, sobre ti entre todas las mujeres recae el privilegio de edificar y levantar la Ciudad de las Damas. Para llevar a cabo esta obra, como de una fuente clara, sacarás agua viva de nosotras tres. Te proveeremos de materiales más duros y resistentes que bloques de mármol macizos que esperan a estar sellados. Así alcanzará tu Ciudad una belleza sin par que perdurará eternamente. "Has leído ciertamente cómo el rey Tragos fundó la gran ciudad de Troya con la ayuda de Apelo, Minerva y Neptuno, a los que los antiguos tomaban por dioses, y cómo, asimismo, el rey Cadmos fundó la ciudad de Tebas por orden divina. Con el paso del tiempo, sin embargo, aquellas ciudades se hundieron en ruinas. Pero yo, la verdadera Sibila, te anuncio que la Ciudad que fundarás con nuestra ayuda nunca volverá a la nada sino que siempre permanecerá floreciente; pese a la envidia de sus enemigos, resistirá muchos asaltos, sin ser jamás tomada o vencida. "Como te ha enseñado el estudio de la historia, el reino de Amazonia, creado hace tiempo por iniciativa de muchas y muy valientes mujeres que despreciaban la condición de esclavas, permaneció bajo el imperio sucesivo de distintas reinas, damas elegidas por su sabiduría, para que su buen gobierno conservara al Estado todo su poder. En la época de su reinado conquistaron gran parte de Oriente y sembraron el pánico en las tierras colindantes, haciendo temblar hasta a los habitantes de Grecia, que eran entonces la flor de las naciones. Pese a tanta fuerza, aquel imperio, el reino de las amazonas -como ocurre con todo poder- acabó por desmoronarse, de tal suerte que hoy sólo su nombre sobrevive en la memoria. Los cimientos y edificios de la Ciudad que has de construir y construirás serán mucho más fuertes. De común acuerdo las tres hemos decidido que yo te proporcione un mortero resistente e incorruptible, para que eches sólidos cimientos y levantes todo alrededor altas y fuertes murallas con anchas y hermosas torres, poderosos baluartes con sus fosos naturales y artificiales, como conviene a una plaza tan bien defendida. Bajo nuestro consejo cavarás hondos cimientos para que estén seguros y elevarás luego las murallas hasta tal altura que jamás ningún adversario las haga peligrar. Acabo de explicarte, hija mía, las razones de nuestra venida, y para dar más peso a mis palabras, quiero revelarte ahora mi nombre. Con sólo oírlo, y si quieres seguir mis consejos, sabrás que tienes en mí una fiel guía para acabar tu obra sin equivocarte. Razón me llaman. Puedes felicitarte por estar en tan buenas manos. Esto es todo por ahora.


V Cómo la segunda Dama reveló a Cristina su nombre y estado y le habló de la ayuda que le habría de prestar para construir la Ciudad de las Damas:

Apenas acababa de terminar su discurso aquella Dama, cuando, sin dejarme tiempo para intervenir, la segunda Dama se dirigió a mí en estos términos: -Me llamo Derechura'. Mi morada es más celeste que terrenal y en mí resplandece la luz de la bondad divina, de la que yo soy mensajera. Vivo entre los justos, a quienes exhorto a hacer el bien, a devolver a cada uno lo que le pertenece, a decir la verdad y a luchar por ella, a defender el derecho de los pobres e inocentes, a no usurpar e! bien ajeno, a hacer justicia a los que acusan en falso. Soy el escudo de los que sirven a Dios; a éstos defiendo; soy su baluarte contra la fuerza y el poder injusto; soy su abogada en el cielo, donde intervengo para que queden premiados sus esfuerzos y hechos valiosos; por mediación mía, Dios revela sus secretos a quienes ama. A modo de cetro llevo en la diestra esta vara resplandeciente que delimita como una recta regla el bien y el mal, lo justo y lo injusto; quien la siga no se extraviará. Los justos se alían bajo el mando de este bastón de paz que golpea a la injusticia. ¿Qué más puedo decirte? Con esta regla, que tiene muchas virtudes, pueden trazarse los límites de cualquier cosa. Te será muy útil para medir los edificios de la Ciudad que debes construir. La necesitarás para levantar los grandes templos, diseñar y construir calles y plazas, palacios, casas y alhóndigas, y para ayudarte con todo lo necesario para poblar una ciudad. Para esto he venido, éste es mi papel. Si el diámetro y circunferencia de las murallas te parecen grandes, no debes preocuparte, porque con la ayuda de Dios y la nuestra terminarás su construcción ciñendo y colmando el lugar con hermosas mansiones y magníficas casas palaciegas. Ningún espacio quedará sin edificar.


VI Cómo la tercera Dama reveló a Cristina quién era, cuál era su papel, cómo la ayudaría a terminar los tejados de las torres y palacios, y cómo había de traer a la Reina con su séquito de nobles damas:

Tomó luego la tercera Dama la palabra: -Querida Cristina, soy Justicia, hija predilecta de Dios, de cuya esencia procedo. El cielo es mi morada, así como la tierra y el infierno: en el cielo, para mayor gloria de las santas almas; en la tierra, para distribuir a cada uno la medida del bien o del mal que se merece; en el infierno, para castigo de pecadores. Ni amigos ni enemigos tengo, por lo que jamás cedo; ni me vence la piedad ni me mueve la crueldad. Mi única obligación es juzgar, distribuir y devolver a cada uno según su mérito. Sostengo el orden en cada estado y nada puede durar sin mí. Estoy en Dios y Dios está en mí, porque somos por así decir una sola cosa. Quien siga mi certera vía no podrá errar. A los hombres y mujeres de sano espíritu enseño primero a conocerse y a comportarse con los demás como consigo mismos, a distribuir sus bienes sin favoritismos, a decir la verdad, huyendo y odiando la mentira, y a rechazar todo vicio. »Esta copa de oro fino que ves en mi mano diestra, medida de buen tamaño, me la ha dado Dios para devolver a cada uno lo debido. Lleva grabada la flor de lis de la Trinidad y se ajusta a cada caso sin que nadie pueda quejarse de lo que le atribuyo. Los hombres de este mundo tienen otras medidas, que dicen basadas en la mía, a modo de patrón, pero se equivocan; pese a invocarme en sus pleitos, utilizan una medida que, siendo demasiado generosa para unos y escasa para otros, nunca es Justa. »Largo rato podría entretenerte sobre las particularidades de mi cargo pero te diré, para abreviar, que gozo de una situación especial entre las virtudes: todas convergen hacia mí, las tres somos por así decir una sola: lo que propone la primera, la segunda dispone y aplica, y yo, la tercera, lo llevo a perfecto término. Por ello, las tres hemos acordado que yo venga en tu ayuda para terminar tu Ciudad. Será responsabilidad mía rematar con oro fino y pulido los tejados de las torres, mansiones y casas palaciegas. Terminada la Ciudad, la poblaré para ti con mujeres ilustres y traeré una gran reina a quien las demás damas rendirán homenaje y pleitesía. Con tu ayuda quedará la Ciudad cerrada con fortificaciones y pesadas puertas que bajaré del cielo. Después pondré las llaves en tu mano.



(Traducción: María-José Lemarchand, ed. Siruela, Madrid, 2000)

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