Parece que no podemos vivir, hoy, sin "followers", "seguidores" virtuales de lo que publicamos sobre nuestras actividades (emprendidas para ser divulgadas).
Los "followers" no son un "invento" moderno. "Seguidores" -de figuras públicas- existen desde siempre. Mas, se conocían, en la antigüedad, "followers" que, aún sin internet, respondían casi exactamente al perfil del "follower" actual.
Se trataba de los hequetai, unas figuras, de la Edad de Bronce, existentes en la sociedad micénica, en la segunda mitad del segundo milenio aC.
Los hequetai eran reyes "provinciales" o de "distrito", sometidos al wanax o basileus, el gran rey, sin duda asentado en Micenas, la gran capital de la Grecia del segundo milenio aC.
Hequetai es un nombre plural en griego muy arcaico. En griego clásico se decía epetai, que se traduce por seguidores -también por servidores. Este sustantivo, epetes o epetas, está relacionado con el verbo epoo. Epoo significa unirse a (en francés existe el verbo s´attacher à, que implica una relación de dependencia, pero afectiva: quién se "ata" a otra persona no lo hace forzado, reducido, sino voluntariamente. Uno se ata a quien admira, a quien tomo como modelo -de vida).
Epoo, que a veces se traduce por seguir los pasos, no implica necesariamente una relación de dependencia sino de complicidad, de igualdad. Implica también la existencia de cierta distancia, contrariamente a lo que pudiéramos pensar de alguien que sigue a otro. En efecto, epoo significa también seguir con el pensamiento, es decir comprender -simpatizar, aceptar. El seguimiento, en este caso, no es ciego, sino que se ejerce lúcidamente sabiendo porque se sigue, y sin ser siempre un seguidor: siguiendo solo aquellos aspectos o preceptos que se asumen y se valoran.
Los seguidores, en la Grecia antigua, no tenían orejeras. Reflexionaban sobre los modelos que escogían. Y seguían siempre desde cierta distancia (irónica: eirooneia: disimulo; se sigue como si no se siguiera, haciendo ver que no se sigue, con la capacidad de reírse de quien se sigue, y de abandonarlo a su suerte en cualquier momento), a fin de no cometer los mismos errores que las personas que seguían. Los seguidores se formaban.
¿Followers? Sí, pero no al Instante(gram); sino, tras debida reflexión.
¿Twitt, twitt?: no, eso no.
domingo, 26 de enero de 2020
sábado, 25 de enero de 2020
(Tras ) la tempestad
Quizá porque los esquifos eran frágiles, las casas inseguras y los muelles y barreras de corto alcance, pero los antiguos padecieron tempestades que habrían hecho empalidecer las que sufrimos, al menos según lo que cuentan las crónicas. Sin embargo, supieron cómo enfrentarse a ellas.
Cuando la Primera Guerra Púnica, el general L. Cornelio Escipión (s. III aC) se las vio con una tempestad en alta mar, cabe las costas de Cerdeña, que hundió unas quinientas naves, la casi totalidad de la flota romana. Fue entonces cuando Escipión prometió a Tempestad un templo en Roma si le permitía guarecerse en un puerto -y ganar la perdida batalla. La tempestad cesó.
Apenas de regreso a Roma, Escipión cumplió la promesa. Edificó un templo a Tempestad en las afueras de Roma, en la vía Appia, no lejos del Campo de Marte y de donde, siglos más tarde, se edificarían las termas de Caracalla. El templo ha desaparecido, pero se conserva la cripta inserta en en una villa romana privada aún en pie.
Los romanos eran, más que religiosos, supersticiosos. Rendían culto a miles de dioses. Cada elemento de la ciudad y del campo, por ínfimo que fuera, estaba al cuidado de un espíritu al que había que honrar cuando se pasaba cerca. No se salía de casa como lo hacemos hoy, apresuradamente, las llaves en la mano y la chaqueta a medio vestir. Antes de pisar la calle, se tenía que rendir culto al dios de la puerta, del pomo, de la cerradura, de la llave...., so pena de enfurecer a una fuerzas de las que poco se sabía.
Los dioses romanos no tenían historia. Nada se sabía de sus vidas, contrariamente a los dioses de otras culturas antiguas. No tenían personalidad alguna. Tan solo estaban unidos a un objeto que protegían, pudiendo impedir que cumpliera la función a la que estaba destinado si la oración y el ritual no había sido convenientemente recitado y practicado.
Sin embargo, es posible que Tempestad no fuera solo el genio de un violento fenómeno atmosférico. Tempestad quizá fuera la versión latina de un dios etrusco, a su vez originario del Próximo Oriente, un dios hitita, Tarhun, dios protector de la ciudad de Troya -de la que Roma se decía heredera.
Virgilio describió en la Eneida el culto a Tempestad: cuando ésta (se trataba de una diosa) se acercaba, el capitán del barco de Eneas zarandeado sacrificó una cordera y, coronado con hojas de olivo, echó vino clarete (transparente, según Virgilio) a las aguas, junto con las visceras del animal. Y las aguas se aquietaron.
Si aún perduraran esas creencias y esos ritos, quizá....
Sic transit Gloria....
Cuando la Primera Guerra Púnica, el general L. Cornelio Escipión (s. III aC) se las vio con una tempestad en alta mar, cabe las costas de Cerdeña, que hundió unas quinientas naves, la casi totalidad de la flota romana. Fue entonces cuando Escipión prometió a Tempestad un templo en Roma si le permitía guarecerse en un puerto -y ganar la perdida batalla. La tempestad cesó.
Apenas de regreso a Roma, Escipión cumplió la promesa. Edificó un templo a Tempestad en las afueras de Roma, en la vía Appia, no lejos del Campo de Marte y de donde, siglos más tarde, se edificarían las termas de Caracalla. El templo ha desaparecido, pero se conserva la cripta inserta en en una villa romana privada aún en pie.
Los romanos eran, más que religiosos, supersticiosos. Rendían culto a miles de dioses. Cada elemento de la ciudad y del campo, por ínfimo que fuera, estaba al cuidado de un espíritu al que había que honrar cuando se pasaba cerca. No se salía de casa como lo hacemos hoy, apresuradamente, las llaves en la mano y la chaqueta a medio vestir. Antes de pisar la calle, se tenía que rendir culto al dios de la puerta, del pomo, de la cerradura, de la llave...., so pena de enfurecer a una fuerzas de las que poco se sabía.
Los dioses romanos no tenían historia. Nada se sabía de sus vidas, contrariamente a los dioses de otras culturas antiguas. No tenían personalidad alguna. Tan solo estaban unidos a un objeto que protegían, pudiendo impedir que cumpliera la función a la que estaba destinado si la oración y el ritual no había sido convenientemente recitado y practicado.
Sin embargo, es posible que Tempestad no fuera solo el genio de un violento fenómeno atmosférico. Tempestad quizá fuera la versión latina de un dios etrusco, a su vez originario del Próximo Oriente, un dios hitita, Tarhun, dios protector de la ciudad de Troya -de la que Roma se decía heredera.
Virgilio describió en la Eneida el culto a Tempestad: cuando ésta (se trataba de una diosa) se acercaba, el capitán del barco de Eneas zarandeado sacrificó una cordera y, coronado con hojas de olivo, echó vino clarete (transparente, según Virgilio) a las aguas, junto con las visceras del animal. Y las aguas se aquietaron.
Si aún perduraran esas creencias y esos ritos, quizá....
Sic transit Gloria....
viernes, 24 de enero de 2020
El juego troyano
Los ritos de fundación de templos, quizá de ciudades, en tiempos de Augusto, y al menos hasta la época de Nerón, incluían unos juegos ecuestres llevados a cabo por jóvenes jinetes. Componían un a modo de danza. Los caballos daban vueltas y giros al unísono, de manera armónica, cuyos pies trazaban enrevesados surcos en la tierra hasta componer una figura abstracta y laberíntica.
En tiempos del cónsul Sila, unos cien años antes, en plena época republicana, se llevaba a cabo un espectáculo similar. Se desconoce en qué ocasión y con qué motivo se practicaba, pero era sin duda una práctica ritual.
Virgilio, en uno de los fragmentos más célebres de la Enéida (V, 580-604), describe unos juegos funerarios que se desarrollaban de un modo muy similar al ritual fundacional en época de Augusto. Seguramente Virgilio, el poeta favorito del emperador, se basó en el rito fundacional para describir un ritual funerario que habría ocurrido en tiempos de la guerra de Troya: de este modo, el ritual fundacional augusteo se presentaba como un juego originado en el tiempo de los héroes.
El juego descrito por Virgilio consistía también un un espectáculo ecuestre llevado a cabo por jóvenes, durante el ritual funerario en honor del padre de Eneas, fallecido años hacía. Como hasta entonces el príncipe troyano Eneas -salido con vida de la devastada Troya, camino de Italia donde el destino aguardaba que fundara la nueva Troya, esto es, Roma-, no había podido honrar debidamente a su padre instauró unos juegos -inspirados en los juegos en honor de Patroclo, que su amigo o amante Aquiles ordenó. Los juegos dedicados a Anquises, el padre de Eneas, no comportaban múltiples cruentos sacrificios humanos, seguramente porque Eneas no tenía prisioneros que sacrificar.
El juego ecuestre instituido por Eneas se basaba en un hecho singular acaecido en una era de los héroes anterior a la de Eneas. Era cuando Atenas estaba en deuda con Creta, que exigía el envío de jóvenes atenienses para alimentar al carnívoro Minotauro, un monstruo al que la reina de Creta había dado a luz tras un acto de bestialismo (se había unido a un toro gigantesco del rebaño de Poseidón).
El sacrificio tenía lugar cada siete años, hasta que un día el príncipe ateniense Teseo se ofreció como víctima propiciatoria; apenas llegó a Creta, enamoró a Ariadna, la princesa cretense que ayudó a Teseo en su empresa imposible: entrar en el palacio del Minotauro, el Laberinto,, sin perderse por la intrincada red de pasillos que lo componían -gracias a un ovillo, el célebre hilo de Ariadna que Teseo fue deshaciendo, lo que le permitía encontrar el camino de vuelta en la oscuridad del laberinto-, sorprender al monstruo, matarlo, rescatar a los jóvenes atenienses, volver a la luz y retornar a Atenas.
Cuando Teseo y los jóvenes, tras matar al monstruo, lograron salir con vida del Laberinto, ya en la playa, antes de embarcar, presos de la alegría, bailaron juntos, una danza de intrincados pasos que simbolizaba el desmadejamiento de la trampa mortal que constituía el Laberinto. Habían logrado encontrar el hilo y deshacer los entuertos que componían el palacio del Minotauro.
El juego troyano, que así Virgilio denomina este ritual, y que se remontaría mucho antes de Sila, quizá a la época de los etruscos, hacia el siglo VIII aC, simbolizaba la victoria de la luz sobre la noche, del orden sobre el desorden del laberinto. Pero al mismo tiempo, al trazar una laberinto sobre la tierra ante las puertas de un templo o de una ciudad, constituía una trampa que atraparía a los malos espíritus que quisieran hacer el mal al templo o a la comunidad. El juego de Troya -que el hijo de Eneas, Ascanio, había llevado a cabo antes de fundar Alba Longa, la ciudad latina, madre de Roma-, era un signo de victoria sobre las fuerzas de la noche, y un exorcismo para impedir que la noche y la muerte se infiltraran en los espacios bien construidos para preservar la vida de los humanos. Troya no había caído en vano. Su espíritu, encarnado por Eneas, había logrado salir con vida de la ciudad destruida.
Dicho texto virgiliano es, sin duda, uno de los relatos más importantes para entender la función, el sentido del espacio construido.
"Ellos avanzaron alineados y formando grupos de tres en tres
rompieron la formación, y llamados de nuevo
invirtieron la marcha y blandieron los dardos enhiestos.
Luego realizan otros avances y otras retiradas
colocándose de frente y responden rodeos alternos
a rodeos y emprenden simulacros de combate bajo las armas,
y ya descubren sus espaldas en la huida, ya vuelven flechas
amenazantes, ya firmada la paz cabalgan en línea.
Como cuentan que un día en la alta Creta el Laberinto
tuvo un recorrido trazado de muros ciegos y una engañosa
trampa de mil caminos por donde las pistas de la salida
quebraba un vagar desconocido y sin retorno;
no con marcha distinta los hijos de los teucros enlazan
sus pasos y tejen fugas y batallas jugando,
como delfines que nadando por los húmedos mares
surcan el Carpacio y el Libico.
Este tipo de carrera y estos combates renovó el primero
Ascanio cuando ciñó de muros Alba Longa,
y enseñó a celebrarlos a los antiguos latinos,
según él mismo de muchacho y con él la juventud troyana;
los albanos los enseñaron a los suyos; de aquí Roma la grande
los recibió a su vez y conservó el honor de los padres;
hoy a los muchachos Troya y al escuadrón troyano se les llama.
Hasta aquí se celebraron los juegos por el padre santo de Eneas."
(Virgilio: Enéida, V, 580-604)
En tiempos del cónsul Sila, unos cien años antes, en plena época republicana, se llevaba a cabo un espectáculo similar. Se desconoce en qué ocasión y con qué motivo se practicaba, pero era sin duda una práctica ritual.
Virgilio, en uno de los fragmentos más célebres de la Enéida (V, 580-604), describe unos juegos funerarios que se desarrollaban de un modo muy similar al ritual fundacional en época de Augusto. Seguramente Virgilio, el poeta favorito del emperador, se basó en el rito fundacional para describir un ritual funerario que habría ocurrido en tiempos de la guerra de Troya: de este modo, el ritual fundacional augusteo se presentaba como un juego originado en el tiempo de los héroes.
El juego descrito por Virgilio consistía también un un espectáculo ecuestre llevado a cabo por jóvenes, durante el ritual funerario en honor del padre de Eneas, fallecido años hacía. Como hasta entonces el príncipe troyano Eneas -salido con vida de la devastada Troya, camino de Italia donde el destino aguardaba que fundara la nueva Troya, esto es, Roma-, no había podido honrar debidamente a su padre instauró unos juegos -inspirados en los juegos en honor de Patroclo, que su amigo o amante Aquiles ordenó. Los juegos dedicados a Anquises, el padre de Eneas, no comportaban múltiples cruentos sacrificios humanos, seguramente porque Eneas no tenía prisioneros que sacrificar.
El juego ecuestre instituido por Eneas se basaba en un hecho singular acaecido en una era de los héroes anterior a la de Eneas. Era cuando Atenas estaba en deuda con Creta, que exigía el envío de jóvenes atenienses para alimentar al carnívoro Minotauro, un monstruo al que la reina de Creta había dado a luz tras un acto de bestialismo (se había unido a un toro gigantesco del rebaño de Poseidón).
El sacrificio tenía lugar cada siete años, hasta que un día el príncipe ateniense Teseo se ofreció como víctima propiciatoria; apenas llegó a Creta, enamoró a Ariadna, la princesa cretense que ayudó a Teseo en su empresa imposible: entrar en el palacio del Minotauro, el Laberinto,, sin perderse por la intrincada red de pasillos que lo componían -gracias a un ovillo, el célebre hilo de Ariadna que Teseo fue deshaciendo, lo que le permitía encontrar el camino de vuelta en la oscuridad del laberinto-, sorprender al monstruo, matarlo, rescatar a los jóvenes atenienses, volver a la luz y retornar a Atenas.
Cuando Teseo y los jóvenes, tras matar al monstruo, lograron salir con vida del Laberinto, ya en la playa, antes de embarcar, presos de la alegría, bailaron juntos, una danza de intrincados pasos que simbolizaba el desmadejamiento de la trampa mortal que constituía el Laberinto. Habían logrado encontrar el hilo y deshacer los entuertos que componían el palacio del Minotauro.
El juego troyano, que así Virgilio denomina este ritual, y que se remontaría mucho antes de Sila, quizá a la época de los etruscos, hacia el siglo VIII aC, simbolizaba la victoria de la luz sobre la noche, del orden sobre el desorden del laberinto. Pero al mismo tiempo, al trazar una laberinto sobre la tierra ante las puertas de un templo o de una ciudad, constituía una trampa que atraparía a los malos espíritus que quisieran hacer el mal al templo o a la comunidad. El juego de Troya -que el hijo de Eneas, Ascanio, había llevado a cabo antes de fundar Alba Longa, la ciudad latina, madre de Roma-, era un signo de victoria sobre las fuerzas de la noche, y un exorcismo para impedir que la noche y la muerte se infiltraran en los espacios bien construidos para preservar la vida de los humanos. Troya no había caído en vano. Su espíritu, encarnado por Eneas, había logrado salir con vida de la ciudad destruida.
Dicho texto virgiliano es, sin duda, uno de los relatos más importantes para entender la función, el sentido del espacio construido.
"Ellos avanzaron alineados y formando grupos de tres en tres
rompieron la formación, y llamados de nuevo
invirtieron la marcha y blandieron los dardos enhiestos.
Luego realizan otros avances y otras retiradas
colocándose de frente y responden rodeos alternos
a rodeos y emprenden simulacros de combate bajo las armas,
y ya descubren sus espaldas en la huida, ya vuelven flechas
amenazantes, ya firmada la paz cabalgan en línea.
Como cuentan que un día en la alta Creta el Laberinto
tuvo un recorrido trazado de muros ciegos y una engañosa
trampa de mil caminos por donde las pistas de la salida
quebraba un vagar desconocido y sin retorno;
no con marcha distinta los hijos de los teucros enlazan
sus pasos y tejen fugas y batallas jugando,
como delfines que nadando por los húmedos mares
surcan el Carpacio y el Libico.
Este tipo de carrera y estos combates renovó el primero
Ascanio cuando ciñó de muros Alba Longa,
y enseñó a celebrarlos a los antiguos latinos,
según él mismo de muchacho y con él la juventud troyana;
los albanos los enseñaron a los suyos; de aquí Roma la grande
los recibió a su vez y conservó el honor de los padres;
hoy a los muchachos Troya y al escuadrón troyano se les llama.
Hasta aquí se celebraron los juegos por el padre santo de Eneas."
(Virgilio: Enéida, V, 580-604)
jueves, 23 de enero de 2020
PHIL GRABSKY (1964) & TERRY JONES (1942-2020): ANCIENT INVENTIONS: CITY LIFE (INVENCIONES DE LA ANTIGÜEDAD: LA VIDA URBANA, 1998)
Delicioso y sugerente documental sobre las primeras ciudades, y la vida en la ciudad.
In memorian....
miércoles, 22 de enero de 2020
Lo sublime
La ciudad de Chicago bordea el lago Michigan, tan extenso que, desde la ciudad, no se ve la otra orilla, ni en un día muy claro.
Una amplia franja pública une la ciudad al lago: Desde la orilla, las fachadas austeras de los altos edificios del primer tercio del siglo XX, apenas se distinguen. Camino del lago, se cruzan una avenida, una vía rápida y sendas peatonales y para bicicletas, entre los que se insertan amplias zonas verdes, pequeños bosques y áreas de juego. Mirando hacia el lago, dando la espalda a la ciudad, solo se divisa la línea del horizonte. El olor del aire es húmedo y dulzón, propio de lagos y lagunas -pese a una imagen casi marina.
Enero de 1990: El lago estaba helado, como casi cada invierno. Estaba también cubierto de nieve. La capa de nieve era tan gruesa y continua que se entendía desde la barrera de las casas, a lo lejos, cubría los parques y no se detenía en la línea de la costa sino que se adentraba sobre el lago hasta el horizonte. La frontera entre la tierra y el agua estaba cubierta. La nieve, irrealmente tersa, pero algodonosa, componía un paisaje que se extendía hasta perderse de vista.
Caía la tarde. Las luces de la ciudad se habían encendido. El cielo estaba encapotado; el tiempo sereno.
Sin darme cuenta, avancé más de la cuenta. Caminaba sobre el lago. Me adentraba sobre las aguas heladas. La nieve amortiguaba los pasos. No había nadie. A medida que andaba, el rumor de la ciudad se alejaba. Ahora, hasta las propias luces apenas brillaban. El silencio era casi absoluto. Y me di cuenta, de pronto, que el lago me atrapaba y que andaría hasta perder de vista la ciudad en medio de la oscuridad. No tenía miedo. Estaba tranquilo. Fascinado por la blancura que me envolvía bajo un cielo negro. Pero también supe que si no me paraba voluntariamente, y daba media vuelta, no cesaría de andar hacia el interior del lago helado hasta....
22 de enero de 2020. Barcelona azotada por la tempestad Gloria. Algunas olas, en la costa de la Villa Olímpica alcanzan, se cuenta, los catorce metros. Son las once de la noche. He bajado en coche hasta el mar. El viento, pasadas las torres olímpicas, zarandea el vehículo. La lluvia, a ráfagas violentas, lo golpea. Caen rayos. Detengo el coche en medio de un terreno baldío inundado, delimitado por una barandilla que domina la playa, en el límite de la villa. Desciendo a duras penas. A mi derecha la rampa que baja hasta la arena. No hay nadie. Me acerco a la barandilla de la rampa. Desde allí, debería ver el mar a unos pocos metros por debajo, tras la orilla de la playa. Solo se intuye una vapor blanquecino, en medio de la noche mas oscura, batida por el viento. La lívida luz de los rayos apenas permite distinguir la espuma del mar, tan pálida y turbia como la luz caída del cielo. Estoy empezando a bajar por la rampa, golpeado por el viento, extrañamente silencioso, mientras la ciudad lentamente se encoge a medida que crece el muro que sostiene el paseo marítimo. Y me doy cuenta que tengo que parar y forzarme a volver a subir y tomar el coche de vuelta antes de que recapacite. Habría descendido hasta.....
Kant acertó en su estudio de la fascinación de lo que nos anegaría si nos dejáramos ir, como si ya nada nos importara porque, por un momento, tendríamos la sensación, seguramente absurda, pero asumida, que el destino estaría en nuestras manos, sabiendo lúcidamente que en cualquier momento....
Sin que nos importe.
(Años más tarde, me contaron el peligro que cirri)
Una amplia franja pública une la ciudad al lago: Desde la orilla, las fachadas austeras de los altos edificios del primer tercio del siglo XX, apenas se distinguen. Camino del lago, se cruzan una avenida, una vía rápida y sendas peatonales y para bicicletas, entre los que se insertan amplias zonas verdes, pequeños bosques y áreas de juego. Mirando hacia el lago, dando la espalda a la ciudad, solo se divisa la línea del horizonte. El olor del aire es húmedo y dulzón, propio de lagos y lagunas -pese a una imagen casi marina.
Enero de 1990: El lago estaba helado, como casi cada invierno. Estaba también cubierto de nieve. La capa de nieve era tan gruesa y continua que se entendía desde la barrera de las casas, a lo lejos, cubría los parques y no se detenía en la línea de la costa sino que se adentraba sobre el lago hasta el horizonte. La frontera entre la tierra y el agua estaba cubierta. La nieve, irrealmente tersa, pero algodonosa, componía un paisaje que se extendía hasta perderse de vista.
Caía la tarde. Las luces de la ciudad se habían encendido. El cielo estaba encapotado; el tiempo sereno.
Sin darme cuenta, avancé más de la cuenta. Caminaba sobre el lago. Me adentraba sobre las aguas heladas. La nieve amortiguaba los pasos. No había nadie. A medida que andaba, el rumor de la ciudad se alejaba. Ahora, hasta las propias luces apenas brillaban. El silencio era casi absoluto. Y me di cuenta, de pronto, que el lago me atrapaba y que andaría hasta perder de vista la ciudad en medio de la oscuridad. No tenía miedo. Estaba tranquilo. Fascinado por la blancura que me envolvía bajo un cielo negro. Pero también supe que si no me paraba voluntariamente, y daba media vuelta, no cesaría de andar hacia el interior del lago helado hasta....
22 de enero de 2020. Barcelona azotada por la tempestad Gloria. Algunas olas, en la costa de la Villa Olímpica alcanzan, se cuenta, los catorce metros. Son las once de la noche. He bajado en coche hasta el mar. El viento, pasadas las torres olímpicas, zarandea el vehículo. La lluvia, a ráfagas violentas, lo golpea. Caen rayos. Detengo el coche en medio de un terreno baldío inundado, delimitado por una barandilla que domina la playa, en el límite de la villa. Desciendo a duras penas. A mi derecha la rampa que baja hasta la arena. No hay nadie. Me acerco a la barandilla de la rampa. Desde allí, debería ver el mar a unos pocos metros por debajo, tras la orilla de la playa. Solo se intuye una vapor blanquecino, en medio de la noche mas oscura, batida por el viento. La lívida luz de los rayos apenas permite distinguir la espuma del mar, tan pálida y turbia como la luz caída del cielo. Estoy empezando a bajar por la rampa, golpeado por el viento, extrañamente silencioso, mientras la ciudad lentamente se encoge a medida que crece el muro que sostiene el paseo marítimo. Y me doy cuenta que tengo que parar y forzarme a volver a subir y tomar el coche de vuelta antes de que recapacite. Habría descendido hasta.....
Kant acertó en su estudio de la fascinación de lo que nos anegaría si nos dejáramos ir, como si ya nada nos importara porque, por un momento, tendríamos la sensación, seguramente absurda, pero asumida, que el destino estaría en nuestras manos, sabiendo lúcidamente que en cualquier momento....
Sin que nos importe.
(Años más tarde, me contaron el peligro que cirri)
martes, 21 de enero de 2020
lunes, 20 de enero de 2020
Teatro de operaciones. Las Guerras del Golfo, 1991-2011 (MoMA PS1, Nueva York, 2020)
1920: Conversión de Siria en colonia francesa. Guerra Franco-Siria
1920: Conversión de Iraq en colonia británica. Guerra Anglo-Iraquí
1921: Creación del mandato británico en Palestina
1939-1945: Guerra Anglo-Iraquí. Segunda Guerra Mundial
1948 Primera guerra árabe-israelí
1956: Guerra anglo-franco-israelí-egipcia por el Canal de Suez (Guerra del Sinaí)
1965: Guerra Anglo-Yemení en Adén
1967: Guerra de los Siete Días
1973: Tercera Guerra árabe-israelí
1991: Primera Guerra del Golfo
2003: Segunda Guerra del Golfo
2003-2011: Invasión y Guerra en Iraq
Éstas son solo algunas de las guerras sostenidas, tras el fin de la Primera Guerra Mundial entre Francia e Inglaterra, primero, y entre los Estados Unidos y otros países occidentales (y orientales) y países del Próximo Oriente, en el Próximo Oriente.
No se mencionan guerras entre los propios países del Próximo Oriente, varias activas (Yemen, Siria, Iraq, Palestina)
Este frente bélico casi permanente, durante casi todo el siglo XX y las dos primeras décadas del siglo XXI, han marcado no sólo la vida sino la propia manera de percibir la vida de los habitantes de estos países.
Una monumental, exhaustiva y admirable exposición, hoy, en una de las sedes del Museo de Arte Moderno de Nueva York, muestra cómo artistas del Próximo Oriente, muchos de Iraq, que viven hoy en este país, o en el exilio, han reaccionado ante este escenario de violencia continua, documentada y acrecentada por la prensa, la televisión durante las 24 horas del día, las armas dotadas de cámara, internet, los móviles y los vídeo juegos.
La muestra también incluyo obras de artistas occidentales, como el célebre vídeo de Francis Alÿs, mostrado en una "entrada" anterior.
La guerra no siempre le ha sentado bien a las artes plásticas. Frente a los grabados de Goya sobre los Desastres de la Guerra, o Guernica, de Picasso, cuántas pinturas mediocres, como Los fusilamientos de Corea, o los frescos de la Guerra y la Paz, por un escasamente inspirado, esta vez, Picasso.
Muchas de las obras (muchas filmaciones, también), en esta exposición, por el contrario, aguantan la mirada.
Agradezco al arquitecto y estudioso Marc Marín, de la Universidad de Pennsylvania, en Filadelfia, el detallado reportaje sobre esta muestra, abierta hasta el 1 de marzo.
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