La historia es bien conocida.
Isaac, hijo del patriarca Abraham (quien sacó al pueblo elegido de Mesopotamia por orden de Yahvé), se esposó tarde con Rebeca, también mayor. Mas, Yahvé escuchó las plegarias de Isaac, y Rebeca quedó encinta de gemelos. Yahvé anunció que ambos niños fundarían dos linajes, pero uno quedaría a merced del otro.
Cuando Rebeca daba a luz, Jacob, quien iba a ser el benjamín, agarró, aun en el vientre de Rebeca, el talón de Esau, el primogénito, para nacer al mismo tiempo que aquél o incluso para adelantarse .
Esau era un pastor; vivía a la intemperie; era el favorito de su padre Isaac; mientras que Jacob pasaba su tiempo estudiando a la sombra de una tienda, protegido por su madre Rebeca.
Sintiéndose morir, Isaac mandó que avisaran a Esau para que le preparara y le trajera un plato gustoso, tras lo cual lo bendeciría. Habiendo escuchado la orden de su esposo Isaac, Rebeca avisó a Jacob. Debería llevar a su padre un plato que Rebeca prepararía. Mas, Esau era velludo, Jacobo, lampiño, y su padre Isaac ciego, por lo que el necesario reconocimiento antes de la bendición sería por el tacto y el olor. Rebeca urdiría un estratagema. Ordenó a Jacob vestirse con la ropa de su hermano, que conservaba el olor de éste, y cubrirse con la piel de una oveja. Issac cayó en la trampa. Bendijo a Jacob, justo antes de que Esau llegara, desesperado por la suplantación: el nombre de Jacob había sido muy bien escogido, se lamentaba Esau. Pese a la tristeza de Isaac, por el engaño, la bendición no podía ser revocada. Esau y sus descendientes deberían someterse a Jacob y su progenitura. Los israelitas descienden de Jacob.
El nombre era oportuno, en efecto. Jacob viene del acadio eqbum, que significa talón, y abre o teje toda una serie de palabras evocadas por aquélla. Suceder se decía también eqbum. El hebreo (otra lengua semita) aqeb también designaba el talón, y una cohorte de palabras evocadas. Aqeb también se traduce por huella. Las huellas son indicios que llevan, tras una persecución, hasta la verdad, hasta quien las ha producido. Una huella es un testimonio veraz.
Las huellas paradigmáticas son las que marcamos con la planta de los pies (aqeb es planta, igualmente: del talón a la planta, lo que alerta sobre los poderes del talón -la fuente de la fuerza vital, ya en Grecia).
Mas, las plantas son también el origen de la arquitectura; son las trazas primigenias, aquellas que alumbran, que contienen, en germen o en ciernes, una obra. Son el origen de la arquitectura. Ésta, como Jacob siguiendo a Esau, desciende de -o sigue a- la planta. La planta lo “es” “todo”. Sin planta, sin marcas, no se levanta, no aparece ante nosotros edificio alguno. Éste no es ni está. Solo los sueños, los espejismos y los fantasmas no dejan huella.
Santiago es San Tiago, San Yago, y Yago viene de Jacobo que viene de talón, huella de pie: Jacobo es el origen de Israel (Israel es su apodo, precisamente, que significa que El o Elohim, otro nombre de Yahvé, está con él). Y es es fundador mítico del templo por excelencia del cristianismo, junto con San Pedro: la basílica de Santiago apóstol en Santiago de Compostela, Santiago, que abrió el camino por donde el espíritu llegó, se contaba y se creía, o así se aduce, a la península.
Santiago abre…