Lucien Kroll era belga. Y como Jacques Brel, otro artista belga, este arquitecto estaba en contra de la “platitude”, una palabra francesa relacionada con el adjetivo “plat”, que describe la cualidad formal de una forma o un paisaje pero también denota cualidades morales cercanas a la mezquindad, la avaricia y la falta de ideas: plano, liso, romo, sin nada que destaque, infinitamente repetido en todas las direcciones, y que se podría traducir por lugar común.
Aunque Kroll defendía los lugares comunes, entendidos, ahora, no lugares anónimos, sino como espacios comunitarios, personalizados, intuidos de vida, una vida compleja y contradictoria, en los que reina todo lo contrario a la simpleza, la repetición, el orden militarizado.
Una de las mayores estupideces del decálogo del arquitecto Le Corbusier fue su prohibición del tejado a dos aguas. Independientemente del que el edificio se halle en el desierto, el polo norte o en lo más alto se una cadena montañosa, el tejado debía ser una terraza, a imagen de ciertas construcciones mediterráneas, típicas de las medinas, perfectamente adaptadas, en este caso, al clima, nevara o no habitualmente.. Otra era la exigencia de construir sobre zancos, liberando terreno no se sabía para qué, por no hablar del imperativo de las estrechas ventanas corridas, hiciera sol o se viviera en una niebla permanente, en medio de un paisaje incontaminado o en medio de un patinejo.
Es precisamente contra estos caprichosos y formalistas postulados a priori contra los que luchó, en los años sesenta y setenta, sobre todo, Lucien Kroll junto a su mujer y socia Simone.
Pero no postuló derribar los denostados (pero aclamados por la ortodoxia) paralelepípedos arquitectónicos que infectan, hasta el horizonte, las periferias urbanas, desde los años 50, sino que, mucho antes que Lacaton y Vassal, defendió mantenerlos para transformarlos, añadiendo y suprimiendo volúmenes, construyendo encima, modificándolos, de manera que la diversidad de la vida, los gustos y necesidades personales pudieran insertarse en los pentagramas idénticos de los polígonos.
Kroll recurrió a un vocabulario formal conocido, dispuesto según maneras de ordenar no caprichosas sino que trataban de responder a las sugerencias o invitaciones del entorno. Curiosamente, son los dibujos infantiles, como en el art brut que defendía el artista Jean Dubuffet, los que le inspiraron la distribución y composición de algunos proyectos como una escuela infantil o un hospital psiquiátrico que no pudo completar porque se considera excesivamente subversivo.
Olvidado y criticado, las ideas, propuestas y textos de Kroll han sido estudiados y revaluados.
Véase, por ejemplo:
https://www.cairn.info/revue-clara-2018-1-page-188.htm
https://www.larchitecturedaujourdhui.fr/hommage-a-lucien-kroll/