Unas de las figuras más populares de la narración de la vida de Jesús son los Reyes Magos, cuya fiesta se celebra mañana. Son reyes venidos de Oriente, se cuenta.
La presencia de las Reyes Magos solo está contada en el Evangelio de Mateo (2, 11), y aparece como un cuento.
El evangelio está escrito en griego. El autor de dicho evangelio en ninguna línea se refiere a los Reyes Magos, sino a unos magos, que no vienen de Oriente, sino de anatole.
En griego, los magos no eran lo que hoy consideramos que son unos magos (unos brujos), sino que eran intérpretes persas de los sueños, unos adivinos. Anatole no designaba la región de la moderna Anatolia; anatole no se refería propia o directamente a una región; significaba, en verdad, el levantar del sol, el alba marcada por el despuntar del sol (sol inevitablemente connotado como una divinidad que iluminaba el mundo); sol que, ciertamente, se alza por el este, es decir, en Oriente (el adjetivo anstolikos sí significaba levantino u oriental).
En la vulgata latina tampoco aparecen los Reyes Magos sino, siguiendo el texto griego, unos magos que, en este caso, sí se especifica que vienen de Oriente.
Desconozco cuando los Magos devinieron Reyes. Desde luego eso no ocurrió en los inicios del Cristianismo.
Las ofrendas ya son citadas en el texto original, y tienen un obvio significado simbólico. El oro alude a la realeza -la naturaleza humana de Jesús-, el incienso en su naturaleza divina -el incienso siempre ha perfumado los santuarios-, mientras que la Mirra es un ungüento que preserva la materia orgánica y alude, en este caso, a la próxima muerte y Resurrección de Jesucristo (la muerte de Jesús y la Resurrección de Cristo).
La Mirra tiene un origen singular y doloroso. Mirra era el nombre de la hija del rey de Chipre. Toda vez que su madre pretendía que su hija Mirra era más hermosa que Afrodita, éste se vengó de manera particularmente cruel, incitando a Mirra a acostarse en secreto con su padre sin que éste fuera consciente de quién le tentaba. Tras el incesto, Mirra, abochornada, suplicó a Afrodita que la matara librándola de la culpa. La diosa, apiadada, la convirtió en un árbol resinoso, cuyas gotas de resina eran las lágrimas de Mirra cuando fue consciente del incesto cometido. La Mirra era un permanente recuerdo de una falta mortal. Ésta estaba acentuada por el embarazo de Mirra quien, un día que un jabalí rajó la certeza del árbol, permitió que Mirra diera a luz a su hermosísimo hijo Adonis, nacido del árbol, de quien la misma Afrodita cayó prendida. La diosa de los infiernos, Perséfone, también se enamoró de Adonis, quien tuvo que descender al mundo de los muertos la mitad del año, requerido por Perséfone, antes de regresar a la luz de Afrodita en Primavera. El nombre de Adonis (Adonai) significa Señor, el mismo nombre con el que también se conocía a Cristo.
A Adonis las mujeres le honraba con unos tiestos de flores regadas con agua caliente que apenas florecían se marchitaban, el sino de una divinidad deslumbrante que a poco se apagaba.
Sin duda el autor griego o que escribía en griego el evangelio atribuido a Mateo conocía esta leyenda, propia de oriente (de Siria), aunque pasada al imaginario griego.