La moda femenina de la nobleza y la realeza europeas del siglo XVI se componía de artilugios, artefactos, prótesis dentro de los cuales los cuerpos, reteniendo la inspiración, se deslizaban, se insertaban, se encajaban, se encajonaban, se embutían, convertidos en un juego de cuerpos cilíndricos, cónicos, piramidales, más propios de autómatas, hasta amoldarse, adherirse o encogerse en aquéllos. Tan solo la testa, como si se hubiera cortado de tajo y dispuesta en una bandeja, no estaba aprisionada por pieza alguna, salvo por una redecilla de joyas que la retenían.
La sastre o modista holandesa Iris van Herpen, inspirada en la obra del arquitecto francés Jacques Rougerie, proyectada para flotar en el mar y confundirse con las olas, recrea la estricta, severa moda manierista española, con vestidos esculpidos por ordenador en una próxima colección que no se lleva sino que te lleva, titulada Architectonics, y que en más de una ocasión evoca los furiosos giros y vueltas de los vestidos de la bailarina norteamericana Loïe Fuller, hace ciento veinte años.
