Fotos: Tocho, MoMA, Nueva York, enero de 2014
El Museo de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York presenta una exposición antológica de la escultora alemana Iza Genzken. La entrada no invita al optimismo: un despliegue de maniquíes grotescamente vestidos. Sin embargo, pese a un feísmo inútil y a un forzado aspecto desmadejado, las obras, poco a poco, se imponen.
Gran parte de la obra de Genken refleja su fascinación por Berlín y por Nueva York. Ambas ciudades se representan por rascacielos, existentes o anhelados.
New Buildings for Berlin (Nuevos edificios para Berlín) es el título de una serie de maquetas de rascacielos compuestos por láminas de vidrio o de plástico translúcido y de colores, apoyadas unas sobre otras, componiendo frágiles torres inspiradas por el primer rascacielos de Mies van der Rohe, nunca construido. Las maquetas de Genzken preservan el carácter aproximado y ensoñador de un proyecto imposible: el proyecto de Mies van der Rohe no se llevó a cabo porque no existían aún, a principios de los años veinte, las técnicas necesarias para levantar una torre con paramentos de vidrio ondulado. Los paneles de las maquetas de Genzken se apoyan como se sostienen, unos junto a otros, quienes se saben desamparados ni tienen la fuerza ni la confianza en erguirse. Las placas inclinadas parecen sugerir edificios que no se sienten seguros y se refugian en el mundo aproximado -y libre de obligaciones- de los sueños.
Abajo la Bauhaus (Fuck the Bauhaus) es el título de otra serie de maquetas, en este caso de rascacielos para Nueva York, que ironizan sobre la rectitud, la frialdad, la buscada perfección, el hieratismo y el puritanismo de los rascacielos de los años cincuenta, del llamado Estilo Internacional: volúmenes simples de vidrio cortados por un mismo patrón, libres de ornamentos, con una pureza neoclásica y agobiante -o que provoca cansancio o indiferencia. Las maquetas de Genzken están hechas con cartones, plásticos y latas abandonadas, deshechos industriales, cables, cuerdas y alambres, unidos con cintas aislantes de color metálico. Las formas son difíciles de definir. Los edificios ofrecen formas distintas según los puntos de vista. Cerrados y abiertos, estables o a punto de derrumbarse, se ornan o se cubren de elementos inútiles que desdibujan formas excesivamente reconocibles. Las texturas son brutas, al igual que los acabados, los colores chillones; nada encaja, nada se armoniza; son rascacielos construidos con residuos baratos y banales, que, una vez montados, adquieren una singular e irónica presencia. Los residuos que los rascacielos racionalistas generaban parecían no existir. Las torres de vidrio eran prismas esforzadamente puros. La claridad, la transparencia, la luz eran valores arduamente buscados. Los rascacielos de Genzken son pilas de basuras transfiguradas -sin que su carácter efímero se esconda. Son juguetes, creaciones imaginativas a las que no se concede demasiada importancia, apilamientos voluntariamente mal unidos y sujetos, que no rehuyen la gravedad, quizá la presuntuosidad, de los rascacielos de vidrio. Moradas hechas con los materiales y los objetos que deberían albergar: Un juego que difumina la frontera entre el monumento y lo recoleto, lo íntimo y lo externo, o que reduce la monumentalidad a un objeto íntimo y diario, exponiendo la fragilidad, el carácter vano, del monumento.
La grandeza de la obra de Genzken reside en que nunca, al menos hasta ahora, se ha fosilizado en un edificio real. Son moradas solo para la imaginación, vividas con ironía y una mirada crítica sobre la banalidad , quizá de la inutilidad, desde luego de un exceso de seriedad, risible, de gran parte de la arquitectura moderna.