jueves, 16 de enero de 2014

Estética y Arqueología (Institute for the Study of Ancient World, Nueva York, febrero de 2015)

El ISAW (Institute for the Study of Ancient World, una institución académica de Nueva York relativamente reciente que ofrece cursos de tercer ciclo, seminarios y conferencias, así como con exposiciones dedicadas a culturas mediterráneas menos conocidas que las grandes culturas más populares, o a periodos de éstas menos tratados) está preparando una muestra menos histórica y más "teórica" sobre las relaciones entre estética y arqueología: el significado del obrar del arqueólogo y de la obra de arqueología, así como sobre las maneras o procedimientos gracias a los cuales un objeto desenterrado se convierte en un icono, es decir una obra emblemática, supuesto origen de nuestra cultura. Se trata pues de una "reflexión" sobre cómo construimos el pasado, lo dotamos de significado, y qué significa éste y por qué.

El fetiche era un entre dotado de un poder singular. Distante, mudo, pero capaz de ver más lejos, dotado de saberes que se suponían infinitos o insondables, y ciertos, aunque no siempre comprensibles o asumibles, la vista fija en no sé sabía qué punto o qué mundo, el fetiche mediaba entre los vivos y los muertos, los mortales y los inmortales, y revelaba o confirmaba a los humanos lo que éstos querían oír, de tal modo, que les daba esperanzas o confianza en el futuro. El fetiche era un mecanismo para obviar o sobreponerse al miedo a lo desconocido.

La magia no ha cesado.

La estatua desenterrada, hallada en una misión arqueológica, lavada, restaurada, presentada, estudiada y expuesta, posee uno poderes parecidos a los del fetiche en la antigüedad. El arqueólogo es un ventrílocuo. Logra que lo que tiene en las manos diga lo que quiere que le diga. La estatua habla. Y se presenta como un ente independiente capaz de referirse al pasado, a los hombres del pasado, de revelar lo que éstos hacían, pensaban o soñaban. Mas se trata de una ilusión (útil, y hermosa, sin duda, mas un sueño al fin). La estatua, que exponemos como una obra de arte, con todas las debidas garantías, y el debido respeto, que admiramos como un superviviente tenaz del pasado más remoto, cuenta lo que queremos que cuente. El pasado es una creación nuestra. Es el presente proyectado hacia el pasado. Nos construimos, nos dotamos de un pasado, en función de lo que esperamos del presente, del presente en el que querríamos vivir. Hablamos de nosotros  través de una figura interpuesta, una voz incuestionable toda vez que pertenece a un ente que remonta de la noche de los tiempos.
Pero el fetiche nunca fue una obra de arte -que deba ser interpretada, portadora de significados, puestos por el artista o por el espectador. La obra de ate antigua, el fetiche considerado como una obra de arte, es una creación nuestra, dotada del significado, de las palabras que querríamos que nos dijera, que nos contara. El artista somos nosotros, el arqueólogo, el historiador, el teórico, el espectador, que expresa su visión o su temor del mundo a través de un portavoz que se ha formado a su medida. Toma prestado un fetiche y lo reviste de significados de tal modo que pueda referirse al presente haciendo ver que se trata de un testimonio del pasado, un pasado que construimos y no solo reconstruimos.

2 comentarios:

  1. Felicidades por este texto tan bueno. Enlaza una idea tras otra dando cada vez en la diana: arco, flecha y círculo todo en uno.

    Si me fascinó su libro “La imagen de lo invisible” no sólo fue por su magnífico contenido, sino sobre todo por la forma de escribirlo, claro, ameno, didáctico y poético, todo a la vez. Y así también en los otros libros que he leído: “La imagen y el olvido” (sensacional), y “El ojo y la sombra”.

    Saludos.

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  2. ¡Muchas gracias!
    Son los lectores lo que hacen que los libros mejoren
    Atentamente

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