"Lubova (arruinada, debe dejar la casa familiar que no pudo mantener, con un jardín con cerezos que se ha tenido que subastar, para refugiarse no se sabe dónde, quizá exiliándose y retornando a vivir con un maltratador que la expolió):
Dentro de diez minutos habrá que tomar asiento en los carruajes. (Contempla los muros de la habitación). Adiós, vieja y querida morada. Pasará el invierno; la primavera tornará, y tú serás demolida desde los cimientos hasta el tejado. ¡Cuántas cosas vieron estas paredes!"
martes, 23 de abril de 2019
lunes, 22 de abril de 2019
Resurrección
Los creyentes cristianos celebran hoy, lunes de Pascua, la resurrección de su dios -el hijo del dios padre-. La resurrección divino no era un hecho excepcional. La mayoría de los dioses de finales de la antigüedad -el Dionisos órfico, Atis, Osiris, por ejemplo- resucitaban tras ser sacrificadosm en beneficio de sus fieles.
Este hecho es fundamental para dar sentido a la encarnación -o manifestación sensible, terrenal de la divinidad-, junto con el alumbramiento y la muerte -que testifican de la condición humana de la divinidad, un ser humano entre humanos-, ya que la misión divina en la tierra consiste en asumir el mal que causa la muerte, librando a todos los humanos -y no tan solo a sus fieles seguidores- de su presencia y garantizando así la resurrección de éstos, en cuerpo y alma, al final de los tiempos, tiempos postreros ya anunciados por la venida de la divinidad.
Sin embargo, la narración de la resurrección, en los cuatro evangelios canónicos, presenta unas características que la alejan de otros hechos. Los evangelios comprenden hechos sin duda ciertos -objetivo de historiadores- con otros imaginarios -tema de teólogos-, que se destacan para corroborar lo que los profetas enunciaron, tal como se cuenta en el Antiguo Testamento. Dichos hechos se narran para dar fe de la visión de aquéllos.
La resurrección pertenece, sin duda, a este grupo de acontecimientos -el verbo que se traduce por resucitar, originalmente, en griego, es egeiroo, que significa más bien despertar o despertarse, levantarse (o tener una erección)-.
Curiosamente, siendo la resurrección un hecho decisivo, se describe -casi podríamos decir se despacha- en unas pocas líneas (media página en Marcos, tres líneas en Mateo). Tan solo Juan le dedica más espacio, porque incluye el encuentro entre Tomás, que duda de la resurrección, y Cristo (que no Jesús), un hecho profusamente ilustrado por los pintores barrocos -la imagen de Tomás hundiendo los dedos, hurgando en la herida del costado de Jesús (que no de Cristo), debía satisfacer cierto gusto morboso barroco-, una escena que los tres otros evangelistas no citan.
La historia cuenta no tanto un encuentro sino un desencuentro entre Cristo (es decir, la divinidad en Jesús) y quienes se lo encuentran: mujeres, apóstoles. No lo reconocen. María, incluso, cuenta Juan, lo confunde con el jardinero que cuida de la tumba. El reconocimiento, cuenta Lucas, acontece tras días en compañía de Cristo -un desconocido que se suma a un viaje-, en una cena al final de un desplazamiento que dos apóstoles emprenden a Emaús, reconocimiento apenas entrevisto, narrado en una línea y media.
Lo que sí queda claro, en palabras de Cristo, según Lucas, es que la resurrección acontece para que "lo que la ley de Moises, los profetas y los salmos cuentan acerca de [Cristo]" sea cierto. Se trata, pues, de un hecho que solo tiene sentido en relación a un relato previo; se inserta en éste para que dicho relato sea verdaderamente profético. Es un testimonio de la visión profética, y da sentido a lo que Dios anunció a Moisés. En sí, la resurrección nada significa. No acontece porque sí, no es un hecho histórico sino que cobra significado, entidad, en relación a otros relatos, un hecho que tiene lugar, pues, en el espacio y el tiempo no de la historia, sino de historias o historias maravillosas que dan cuenta de lo inexplicable en el mundo -de nuestra incapacidad por entender el mundo, o de nuestra capacidad por imaginar otros mundos.
Este hecho es fundamental para dar sentido a la encarnación -o manifestación sensible, terrenal de la divinidad-, junto con el alumbramiento y la muerte -que testifican de la condición humana de la divinidad, un ser humano entre humanos-, ya que la misión divina en la tierra consiste en asumir el mal que causa la muerte, librando a todos los humanos -y no tan solo a sus fieles seguidores- de su presencia y garantizando así la resurrección de éstos, en cuerpo y alma, al final de los tiempos, tiempos postreros ya anunciados por la venida de la divinidad.
Sin embargo, la narración de la resurrección, en los cuatro evangelios canónicos, presenta unas características que la alejan de otros hechos. Los evangelios comprenden hechos sin duda ciertos -objetivo de historiadores- con otros imaginarios -tema de teólogos-, que se destacan para corroborar lo que los profetas enunciaron, tal como se cuenta en el Antiguo Testamento. Dichos hechos se narran para dar fe de la visión de aquéllos.
La resurrección pertenece, sin duda, a este grupo de acontecimientos -el verbo que se traduce por resucitar, originalmente, en griego, es egeiroo, que significa más bien despertar o despertarse, levantarse (o tener una erección)-.
Curiosamente, siendo la resurrección un hecho decisivo, se describe -casi podríamos decir se despacha- en unas pocas líneas (media página en Marcos, tres líneas en Mateo). Tan solo Juan le dedica más espacio, porque incluye el encuentro entre Tomás, que duda de la resurrección, y Cristo (que no Jesús), un hecho profusamente ilustrado por los pintores barrocos -la imagen de Tomás hundiendo los dedos, hurgando en la herida del costado de Jesús (que no de Cristo), debía satisfacer cierto gusto morboso barroco-, una escena que los tres otros evangelistas no citan.
La historia cuenta no tanto un encuentro sino un desencuentro entre Cristo (es decir, la divinidad en Jesús) y quienes se lo encuentran: mujeres, apóstoles. No lo reconocen. María, incluso, cuenta Juan, lo confunde con el jardinero que cuida de la tumba. El reconocimiento, cuenta Lucas, acontece tras días en compañía de Cristo -un desconocido que se suma a un viaje-, en una cena al final de un desplazamiento que dos apóstoles emprenden a Emaús, reconocimiento apenas entrevisto, narrado en una línea y media.
Lo que sí queda claro, en palabras de Cristo, según Lucas, es que la resurrección acontece para que "lo que la ley de Moises, los profetas y los salmos cuentan acerca de [Cristo]" sea cierto. Se trata, pues, de un hecho que solo tiene sentido en relación a un relato previo; se inserta en éste para que dicho relato sea verdaderamente profético. Es un testimonio de la visión profética, y da sentido a lo que Dios anunció a Moisés. En sí, la resurrección nada significa. No acontece porque sí, no es un hecho histórico sino que cobra significado, entidad, en relación a otros relatos, un hecho que tiene lugar, pues, en el espacio y el tiempo no de la historia, sino de historias o historias maravillosas que dan cuenta de lo inexplicable en el mundo -de nuestra incapacidad por entender el mundo, o de nuestra capacidad por imaginar otros mundos.
domingo, 21 de abril de 2019
sábado, 20 de abril de 2019
Procesiones (Santo Entierro en Tarragona, Cristo del Gran poder, y La Macarena, en Sevilla, Pascua de 2019)
Procesión del Santo Entierro, Tarragona, Viernes Santo, Abril de 2019
Procesiones del Cristo del Gran Poder, y de La Macarena, en Sevilla, durante la noche del jueves al viernes santos, Abril de 2019
Filmaciones libres de derechos.
Las procesiones pascuales de Sevilla y de Tarragona no podrían ser más distintas.
Las procesiones, en Sevilla, de estilo andaluz, incluyen uno o dos pasos, precedidos y sucedidos por miles de nazarenos (3100 en la procesión de la Macarena) cubiertos por capirotes y largas túnicas -algunos van descalzos-, portando altos cirios encendidos o cruces de madera. Las procesiones de la madrugada del jueves al viernes santos pueden duran doce horas, de la una de la madrugada a la una del mediodía. Suelen tardar unas dos horas en desfilar por cada lugar. La mayoría de las procesiones son silenciosas -silencio roto tan solo por una saeta lejana. Todos los asistentes, niños, jóvenes y ancianos, imponen el silencio. El paso, de gran tamaño, a menudo barroco, está cubierto por un palio. Las figuras se rodean de flores y de lámparas con velas encendidas. De los incensarios emanan nubes perfumadas con canela u otras especias -cada procesión posee su particular mezcla. Cada cofradía sale de un templo, recorre unas calles asignadas por el casco antiguo de Sevilla, pero todas las procesiones confluyen ante la catedral donde constituyen una única procesión que dura la noche entera y la mañana del día siguiente cuando los pasos retornan a sus iglesias.
La procesión del Santo Entierro, de Tarragona -menos conocida que las de Sevilla, pero tanto o más sobrecogedora-, por el contrario, consiste en un único desfile con pasos que representan las estaciones de la cruz, desde el prendimiento hasta el entierro. Las figuras y los nazarenos desfilan por todo el casco antiguo, a través de empinadas callejuelas por donde apenas pasan, en medio de un ensordecedor repique de tambores que se interrumpen de tanto en tanto, bruscamente, provocando un silencio que cala en los huesos. La procesión, iniciada en el siglo XVI, incluye un paso, del Santo Entierro, tallado originariamente en el siglo XVIII -quemado durante la Guerra Civil y sustituido en 1942-, que pertenece al Gremio de Mareantes, el gremio aún activo más antiguo de Europa, que se remonta a principios del siglo XIV.
Los pasos, de estilo castellano-leonés, carecen de palio, aunque las tallas de madera policromada, con vestidos de tela de seda bordada -más austeras que en Sevilla donde dominan los brocados de oro y plata- también se rodean de flores y velas, si bien el incienso no envuelve el paso.
El paso del Santo Entierro se expondrá en el pabellón catalán en la Bienal de Arte de Venecia entre los meses de mayo a noviembre, como una obra que más devoción suscita -como si de seres sobrenaturales personados, y no figuras inertes, se tratara.
Agradecimientos al presidente de la Agrupación de Asociaciones de Pasos de Semana Santa de Tarragona, D. Francesc Seritjol, por todas las explicaciones sobre la procesión y las facilidades concedidas para el préstamo del paso, así como por la autorización de seguir libremente la procesión en la cabeza de la misma al final del empinado recorrido.
jueves, 18 de abril de 2019
VERMONDO RESTA (1555-1625): ENTRE TROYA Y SEVILLA
Fotos: Tocho, abril de 2019
Metamorfosear una alta muralla defensiva árabe en un paseo cubierto por entre figuras de ensueño (un paseo entre grutescos manieristas) -un gesto ética y estéticamente significativo-, difuminar los límites entre la cultura y la naturaleza -entre los sillares tallados para la construcción, y las rocas arrancadas de una cantera, entre los muros de una fortaleza y las paredes rocosas de un acantilado, entre fustes y capiteles perfectamente tallados, e hitos levantados superponiendo riscos-, evocar la arquitectura originaria de la mítica Troya, de la que Roma fue la digna sucesora, tal fue la obra de uno de los mejores arquitectos manieristas italianos, instalados en Sevilla, en sus trabajos de dignificación de los Reales Alcázares de Sevilla, en su origen un recinto palaciego y militar omeya, ceñido por una muralla que se confundida con la de la ciudad, convertido en un palacio medieval cristiano tras la caída de Sevilla.
Vermondo Resta, oriundo de Milán, es hoy un arquitecto apenas citado en la historia de la arquitectura, pero su inventiva es digna de la de Julio Romano en el Palacio del Té en Mantua, sobre todo en el Alcázar sevillano, en el que supo conjugar piedras brutas, piedras talladas y naturaleza, componiendo un insólito jardín de las delicias, jugando, en el más noble y distendido sentido del verbo, con elementos naturales, clásicos y árabes.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)