"¡Qué bien vivía el hombre bajo Saturno
Antes de abrir caminos en la Tierra!
(…)
El navegante, con afán de lucro,
No cargaba su nave por ignotas tierras:
El yugo entonces no soportaba el toro
Ni el caballo su freno, y nunca puertas
El hogar tuvo entonces, y de los campos
No fijó los linderos ni una piedra;
Daban miel las encinas, y su leche
Espontáneamente brindaban las ovejas;
Y no hubo herrero que forjara espadas,
Porque no hubo ni ejércitos ni guerras.
Hoy sendas mil se abren y llevan hacia la Muerte"
(Tibulo, Elegías, I, 3, 35-50)
Este conocido poema romano describe la sociedad humana en la Edad de Oro. Contrariamente a la concepción mesopotámica (o del griego Hesíodo, marcado por los mitos orientales de los inicios, según la cual solo la actividad del hombre -y de los dioses artesanos- logra que la creación del universo se complete y tenga sentido, y la tierra se convierta en un lugar habitable), el poeta romano Titulo (como también acontece en la Biblia) concibe el mundo de los orígenes, regido por el benevolente y sabio Saturno, como un lugar y un tiempo en el que dioses, humanos y animales convivían en libertad, y no era necesario fijar límites entre el espacio asignado a cada especie, a cada individuo.
Por el contrario, la vida bajo el enérgico Júpiter, el sucesor de su anciano padre, se convierte en un infierno, y la tierra un espacio inhóspito, donde cada uno tiene que defenderse de los demás.
La elegía de Tibulo tiene una connotación política: describe la vida en la añorada Edad de Oro, y bajo Augusto, ya que el monarca, que pacificó el recién creado imperio y se comparaba con el benéfico Apolo -que con sus poemas y su música civilizó la tierra, protegió con sus templos y sus ciudades, y cuidó, gracias a sus conocimientos médicos, a la humanidad, según la concepción latina de Apolo- tuvo a bien reconstruir el Edén. Toda la política augustea consistió en evocar la feliz era de los inicios.
Era en la que la arquitectura no tenía lugar (contrariamente a lo que, paradójicamente, aconteció durante los años augusteos, cuando la política urbanística y edificatoria, ostentosamente construida con caros mármoles y metales preciosos, creció. Pero Augusto y sus defensores no cayeron en esta contradicción).
La Edad de Oro, según Tibulo, se caracterizaba, sobre todo, por la ausencia de cualquier acción edificatoria: no existían carreteras abiertas en la tierra, las casas no tenían puertas (es decir, no eran casas, sino abrigos, espacio acogedores pero no protectores, porque no era necesario defenderse de nada ni de nadie), los mojones no tenían cabida ya que no se debía delimitar parcelas (la tierra es de todos), y a los animales no se les domesticaba (no existían "domoi", por otra parte, en las que encerrarlos). Las casas, los espacios cerradops, acotados no eran moradas, sino cárceles; no defendían la vida, sino que apelaban a la muerte. La ostensible falta de intervención en el espacio, marcando, ordenando, dividiendo y parcelando, era el rasgo más destacado de la era de los orígenes: ordenar o completar el espacio no se tenía que llevar a cabo para que los vivientes pudieran "estar" en la tierra. Antes bien, cualquier intervención espacial, edificatoria, conducía al desastre. A la Edad de Oro le sucedió la Edad de Hierro (según Hesiodo), cuando la apertura de caminos condujo, literamente, no hacia un próspero futuro, sino hacia la muerte (no se sabe si Tibulo, veladamente, quería criticar la tan desaforada política edificatoria de Augusto).
Intervenir sobre o en el espacio, implica la existencia de enemigos -o los crea-; significa que la muerte ha irrumpido -lo que exige la erección de defensas-, o llama a la muerte.
Todo parece indicar que para Tibulo -como para la mayoría de los poetas romanos augusteos, como Virgilio, salvo para Ovidio (condenado al destierro debido a este hecho)-, la arquitectura y el urbanismo no eran una consecuencia de la degradación de los tiempos, sino el factor que desencadenaba el fin de la Edad de Oro. Edificar era destruir. Querrer preservar llevaba a la Muerte. Los caminos solo conducían a la nada.
¿Una lección actual?
Y viene a ser lo mismo que la concepción kantiana sobre la moral como contraposición -en esencia- de la política. Un saludo Pedro!
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