domingo, 20 de diciembre de 2009

Casa materna


La escritura sumeria fue, en los inicios, pictográfica (imágenes naturalistas posteriormente simplificadas, geometrizadas, convertidas en grafías abstractas, simples de trazar): un dibujo más o menos naturalista, en el que se reconocía a la cosa figurada, servía para denominar un ente. Este tipo de escritura (o de representación) solo se puede aplicar, obviamente, a entidades físicas o naturales, visibles.


La denominación de acciones, cualidades y conceptos plantea dificultades insuperables. ¿Cómo escribir, por ejemplo, un verbo como "andar"? ¿Por medio de un camino, unos pies, unas piernas? Pero, entonces, ¿cómo distinguir este signo del o de los signos utilizados para denominar los sustantivos "camino", "pies" o "piernas"? Es necesario, entonces, recurrir a signos no representativos, que se añaden a los que sí lo son, que indiquen que estamos ante un verbo y no ante un nombre. Pero, además, ¿cómo se puede saber que aquel signo denomina el verbo "andar", y no el verbo "correr", por ejemplo?

Las dificultades se multiplican. Acontece lo mismo con los conceptos abstractos. No se pueden representar figurativamente, sino, como bien saben los pintores, solo simbolizar a través de un conjunto de figuras naturalistas. Así, la libertad, para Delacroix, era una mujer joven con el pecho turgente descubierto, blandiendo con fuerza una bandera deshilachada, ascendiendo por un montón de ruinas. El conjunto no debía ser interpretado como "mujer semi-desnuda escalando un murete, bandera en mano", sino como "libertad"; o la libertad.

Pese a que la cultura sumeria se remonta al IV milenio aC (hasta finales del III milenio aC), y era una sociedad teocrática o jerarquizada (para la cual los poderes sobrenaturales condicionaban la vida en la tierra), existía algo así como el concepto de libertad, o, al menos, existen unos signos ue se traducen, habitualmente, por libertad.

¿Cómo se escribía "libertad"? Mediante un conjunto de signos que reproducen formas naturalistas y que, juntos, no deben ser leídos como la suma de éstos sino como un nuevo significado. Pierna + camino + flecha, por ejemplo, no se lee pierna-camino-flecha, sino andar. ¿Qué conjunto de signos de origen natualista se leían -o leeemos- como libertad?

Ama-ar-gi4 es, o se interpreta, como libertad. Es la manera como los sumerios escribían dicho concepto. ¿Cómo lo interpretaban? ¿Qué significaba libertad para ellos? ¿Qué significa, literalmente, el conjunto de signos ama + ar +gi4? ¿Cuáles eran las realidades cuya suma daba como resultado el concepto de libertad?

Ama es un signo que, en los inicios de la escritura, era reconocible; es decir, designaba o represerntaba una cosa identificable. Consistía en una forma geométrica compuesta por un cuadrado coronado por un triángulo; el centro del cuadrado estaba marcado por un signo estrellado. La imagen no ofrecía problemas de interpretación: se trataba del alzado de una casa, una fachada (en la que la estrella sí podía presentar algún problema). Pero, en "líneas generales", la fachada de una casa con un tejado a dos aguas, semejante a la que un niño dibuja, era reconocible.
Sin embargo, el signo que representaba una casa no se leía como casa, sino como -y aquí el sonido "ama" nos es aún reconocible- madre. La casa materna simbolizaba los valores que tanto la casa cuanto la madre poseen: este signo también significaba calor o calidez; y también matriz, vientre materno; es decir, espacio, físico, natural, vivo, interior acogedor; espacio pletórico de vida; origen de la vida: un vacío lleno de posibilidades, promesa de vida. Desde luego, el signo siempre se refería -de ahí el matiz decisivo que la estrella introducía- a un espacio interior, a un interior recoleto, que protege y tranquiliza, en el que se pude descansar, dejar las armas, a un espacio siempre visto como un espacio femenino. Ama también se traduce por gineceo.


La palabra gi4 se escribía, también en los inicios, mediante un signo reconocible, con unos rasgos que, sin embargo, al menos para nosotros en el siglo XXI, pueden presentar problemas de interpretación. El signo es una planta de espigado tallo (soy incapz de discenir de qué especie), cuya espiga se inclina ostensiblemente. Dicha inclinación no es debida al viento (el tallo no se mece) sino al peso de los granos o a una fuerzade atracción. Este signo, sin embargo, no se lee "tallo", "espiga", "planta", etc., términos que se escriben o representan mediante otros signos, parecidos. Desconozco porqué. Designa una acción, un verbo: "volver", "retroceder", "retornar". La espiga inclinada señala la dirección hacia la que se dirige la acción simbolizada por una planta cuya punta se orienta hacia una dirección, como si estuviera atraída por el sol.


Ama-ar-gi4, literalmente significa: retornar a la madre, o al espacio materno, a la casa materna o madre (ar o r es la desinencia del dativo: indica hacia donde se dirige la acción).


La libertad era el retorno al espacio originario, al vientre o la casa materna. Ama-ar-gi4 se traduce hoy por libertad; pero, en verdad, éste no es el significado exacto (marcado o lastrado, además, por connotaciones que no sé si se pueden aplicar a una sociedad del IV milenio aC). En efecto, el conjunto de signos ama-ar-gi4 se debería traducir más bien por liberación o restitución. Es decir, retorno al origen.


Lo que nosotros entendemos por libertad, era, para los sumerios, no solo la ruptura de las ataduras (materiales, sociales, religiosas, si es que esto era concebible), sino el retorno a una situación paradisíaca, que coincidía con la niñez, o solo existía en los inicios de la vida, libre de ataduras. La libertad no implicaba, como en el cuadro de Delacroix -y en la religión judeo-cristiana-, un movimiento, un salto hacia delante, un "progresar" hacia un futuro, un punto desconocido, aún no emplazado (literalmente "utópico") -que, por serlo, aparece como todavía no delimitado, constreñido, y, por tanto, deseable, apetecible, soñado-, sino un movimiento de retroceso o de regreso al punto o el espacio de partida: allí donde todo es posible; la casa de los inicios, el espacio, los brazos mecedores de la madre, en los que el ser humano se siente protegido y actúa despreocupadamente. Nada le obliga. Todo es posible.


La casa materna que, en la literatura del siglo XIX, aparece como un espacio opresivo e inquietante, era concebido, hace seis mil años, como un avro de libertad: o, mejor dicho, un espacio interior en cuyo umbral se abandonaban las cadenas. Pero este espacio solo era habitable cuando la infancia de la vida. Tras su abandono, el camino se iba inexorablemente marcando. Una senda de la que no se podía salir, pero por la que se podía, al menos teóricamente, retornar. Volver a ser un niño, recogerse, siquiera por un momento, en un espacio protector, donde uno puede abandonarse.


La casa como el lugsar donde el ser humano se puede sentir y puede actuar como un ser humano. Ser "humano". Humanidad que pasa y se expresa por el compartir un espacio de acogida.


Quizá los sumerios puedan aún decirnos algo sobre nuestra humana condición; y sobre lo que nos constituye: el espacio que nos acoge y nos define; el espacio que construimos para los que vendrán.

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