Reconstrucciones virtuales de las termas romano-republicanas de Ilturo (Cabrera de Mar, España) y del templo etrusco de Minerva en Veio (Portonaccio, Italia) que se incluirán en la exposición sobre cerámica y arquitectura en el Museo de Diseño de Barcelona.
Se acompañan de los textos inicialmente previstos en la filmación.
Reconstrucciones virtuales y filmaciones: Marc Marín, arquitecto
TEMPLO ETRUSCO
DEDICADO A LA DIOSA MINERVA EN LA CIUDAD DE VEIO (ITALIA, S. VI aC)
El sincero entusiasmo con el que el historiador romano Plinio
(Historia Natural, XXXV) describe los
elementos arquitectónicos de terracota, desde ladrillos –con los que se
construían “murallas que duraban una eternidad”- hasta esculturas etruscas,
griegas y romanas, revela que los romanos seguían apreciando las estructuras y
ornamentos de barro cocido del pasado, latinos y etruscos, la funcionalidad y
belleza de los cuáles habría llevado al legendario rey Numa a establecer un
séptimo colegio –o gremio- “para los artesanos de la arcilla”.
Por una vez, lo que las fuentes textuales antiguas (Vitrubio,
Plinio) cuentan acerca de los templos etruscos y del uso de la terracota
coincide con lo que los restos arqueológicos revelan. El templo dedicado a la
diosa Minerva, construido a finales del siglo VI aC en la ciudad etrusca de
Veio -del que la exposición muestra varios elementos ornamentales y mágicos-,
tenía una planta cuadrada. El volumen se componía de una escalinata de acceso
frontal orientada al este, un pórtico cubierto, una cámara sagrada dividida en
dos o tres capillas, y un tejado a dos aguas delimitado por dos frontones
esculpidos que, a diferencia de los griegos, avanzaban sobremanera con respecto
al plano de la fachada. Un muro perimetral macizo sin columnas delimitaba el
espacio cubierto. El basamento era de piedra volcánica, la compleja estructura,
de madera, salvo las columnas de estilo clásico –dórico, iónico o toscano- de
piedra –aunque las primeras columnas de los templos etruscos se construían con
esbeltos troncos enlucidos apoyados y coronados sobre bases y capiteles de piedra
o de terracota-, el techo de tejas planas y semi-cilíndricas, y las piezas modeladas
sagradas, ornamentales y protectoras, de terracota pintada, desde acróteras hasta
grandes y esbeltas esculturas de pie, dispuestas sobre el filo de la cumbrera del
tejado –el límite entre el mundo de los mortales y el de los inmortales-, que
representaban a los dioses y los héroes Minerva, Apolo y Hércules. El templo de
Minerva destaca también porque, excepcionalmente, se conoce el nombre de Vulca,
el jefe del taller de cerámica que ejecutó toda la obra de terracota del templo
–una de las más hermosas de la antigüedad occidental-, quizá incluso algunas de
las piezas aquí expuestas, y cuya figura, siglos más tarde, algunos autores
romanos aún recordaban.
TERMAS
ROMANO-REPUBLICANAS DE CABRERA DE MAR (ESPAÑA, PRINCIPIOS DEL S. II aC)
Aunque Ilturo –Cabrera de Mar-, una pequeña ciudad fundada a
principios del siglo II aC, a los pies de un asentamiento íbero aferrado a un
altozano, poco después de la conquista romana de la Península, decayó pronto
tras el establecimiento administrativo de la cercana Iluro (Mataró), no dejó de
poseer unas termas públicas, un tipo de equipamiento que caracterizaba la
ciudad romana.
La construcción de éstas, empero, no responde a la
descripción o prescripción del historiador y arquitecto romano Vitrubio, sino a
un sistema del que no consta ningún otro ejemplo en todo el Mediterráneo –tan
solo, en la India, modernamente, existen construcciones parecidas. Las salas
termales –de aguas calientes y frías- estaban dotadas, entre otras
instalaciones, de una gran bañera bien conservada, alimentadas por el agua de
una mina cercana traída por una acequia a cielo abierto y distribuida por
canalizaciones subterráneas. Las termas eran accesibles a través de un pórtico
que miraba al mar. Se cubrían seguramente con bóvedas de cañón. Éstas no se
habrían colgado de la estructura de un tejado a dos aguas, sino que se habrían
sostenido sobre arcos de medio punto construidos con un ensamblaje de piezas singulares
de terracota: huecas, en forma de huso, se habrían insertado unas dentro de
otras, con lo que se constituía naturalmente medio arco, unido por la parte
superior a otro medio arco mediante una pieza especial. Los arcos
se “cosían” con tirantes o armaduras de hierro que atravesaban la base de las
piezas cerámicas en contacto con el suelo, rellenas de hormigón, a fin de
asegurar la estabilidad de la estructura. Juntos constituían la bóveda de cañón. Se desconoce si la bóveda estaba recubierta por un tejado a dos aguas con tejas.
Las piezas cerámicas fueron halladas desperdigadas por el
suelo, por lo que la restitución del volumen es aún hipotética. Las ruinas de
las termas, unas de las más importantes de Cataluña, se hallan cerradas y a la
intemperie –pese a una cubierta metálica poco efectiva- por el desinterés de la
Consejería, como la mayoría de los yacimientos arqueológicos cercanos.
Agradecemos al arqueólogo municipal Albert Martín sus desvelos.
DOS TEXTOS DE AUTORES ROMANOS SOBRE LADRILLOS EN HISPANIA
“En la España
ulterior hay una ciudad de nombre Maxilua (…) donde los ladrillos, una vez
fabricados y secos, los arrojan al agua y van flotando. Parece que flotan
porque la tierra con la que están hechos es porosa. Así, al ser ligeros,
consolidados por el aire, ni se empapan ni absorben el agua. Poseen esta curiosa
propiedad de ligereza, lo que impide que penetre en su interior el agua sea
cual sea el peso y, por su propia naturaleza –como si fuera la piedra pómez-
flotan sobre el agua; poseen numerosos propiedades como el no ser pesados en
los edificios y, además, no se deshacen por efecto de las tormentas y lluvias.”
(Vitrubio –s. I aC-: Los diez libros de
la arquitectura, II, 3)
«Los griegos
antiguos llamaban a la palma de la mano doron ;
más tarde, también llamaron al don u ofrenda, doron, porque éste se ofrece con la mano. Así, los ladrillos
llamados tetradoron y pentadoron tienen cuatro y cinco palmos
de largo, como su nombre indica, aunque la anchura es la misma. Los griegos
emplean los ladrillos más pequeños en las construcciones privadas; los más grandes,
en las obra públicas. (…) En Maxilua [quizá Manzanilla, en la provincia de
Huelva, de tradición alfarera] y Callentum [seguramente Cazalla de la Sierra,
no lejos de Sevilla], ciudades de la Hispania ulterior, se utilizan ladrillos
que, una vez secos, flotan en el agua: están hechos de una materia porosa
semejante a la piedra pómez, excelente cuando se moldea adecuadamente” (Plinio
el viejo –s. I dC-: Historia Natural,
XXXV, 49)
Eran, pues,
ladrillos particularmente adecuados para unas termas
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