miércoles, 6 de febrero de 2019

El sacrificio de las estatuas (el vacío en el arte)







Destruimos estatuas por lo que representan. El modelo representado determina nuestra reacción. Aceptamos -e incluso adoramos- la imagen si representa a la virgen María, y la derribamos si es San Antón....
La cualidad ética del persona, odiado o admirado, determina nuestra reacción ante su figura.
Una estatua lo representa o lo presenta. Gracias a la estatua, el personaje se halla presente ante nosotros, y nos reta, se nos encara, nos contempla o nos desdeña. La mirada de la figura es determinante también para la suerte de la estatua.
La estatua puede engañarnos. ¡Cuántas efigies de dioses paganos han sobrevivido, porque han hecho creer que eran la personificación de santos! Sabemos que la única estatua ecuestre de bronce romana, en la plaza del Capitolio, en Roma, sobrevivió porque se hizo pasar por una efigie del primer emperador romano cristiano, Constantino, ocultando que, en verdad, representaba a Marco Aurelio.

Pero también la forma cómo se presenta una figura, y los caracteres mostrados, la personalidad desvelada, sus facetas personificadas, también influyen en nuestra reacción, admirativa o agresiva, ante una estatua. Bien lo sabía Yahvé: nunca se mostró tal como era, sino a través de símbolos como una zarza ardiente, mucho más asumible, "creíble". Las figuraciones naturalistas de Cristo suscitaban pasiones, pero la imagen de un pez, en cambio -una manera alusiva de apelar al hijo de Dios- pasaba relativamente desapercibida. Era aceptable por quienes no creían en la encarnación.

Uno de los ejemplos más curiosos de representación alusiva ha acontecido en Barcelona recientemente. Desde antes de la guerra civil, cabe al puerto viejo, una gran estatua de piedra, sobre una base, representaba a un personaje denostado por algunos por su supuesta inmoralidad: se le acusaba de haber sido un vendedor de esclavos enriquecido, que habría buscado el perdón o la aprobación pública mediante el mecenazgo de grandes obras públicas. Dicho personaje, por tanto, no merecía representación alguna. El ayuntamiento de Barcelona ordenó la retirada de la estatua. Quedó, empero, la alta base -por sus cualidades estéticas. Sin embargo, la imagen no ha desaparecido. El personaje sigue allí, sobre el pedestal, simbolizado, esta vez, no por una figura humana que se le parece (supuestamente), sino por un vacío; un vacío que refleja la imagen que se tiene de esta figura.
El vacío no es una ausencia, sino una presencia vuelta invisible. Se ha hecho el vacío alrededor de esta figura. Ya no nos mira porque nadie lo tiene en consideración, porque nadie lo reconoce. Se ha vuelto invisible a los ojos de la comunidad. El vació alude a su abandona, a su descrédito, a su caída. Por este motivo, el pedestal, que algunos querrían derribar, debe permanecer: exhibe los valores éticos del personaje y el repudio que suscita (en una parte de la comunidad).
El vacío no es ausencia, sino plenitud. La base de una estatua sin estatua que construyó Piero Manzoni no espera nada porque soporta todo el peso del mundo. El cielo descansa sobre ella, un volumen tan inconcebible que solo el vacío puede aludir a él. El vacío desvela lo que no se puede ver pero que, sin embargo, debe ser pensado o repensado. Del mismo modo que Alá está presente en a mezquita no a través de una figura sino a través del vacío que la hornacina (el mihrad) encapsula, revelando la omnipotencia, la infinitud divina que solo puede concebirse negativamente (no tiene forma, límite, materia, etc.), del mismo modo, el carácter supuestamente ignominioso de un persona puede ser fielmente mostrado a través de la nada. Su insignificancia ser traduce en un vacío significativo, un pleno vacío, un vacío cargado de sentido.
El silencio, el vacío son maneras de aludir a lo que no se puede mostrar plásticamente, porque no merece que se le de forma. Un ser deforme, o un ser descorporeizado manifiestan su incapacidad en enraizarse en una comunidad.

Dedicado a Aureli Santos




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