lunes, 4 de febrero de 2019

Adoración y destrucción de las estatuas (iconodulia e iconoclastia)




EL SACRIFICIO DE LAS ESTATUAS


“…ces images nous ignorent; elles sont d´un autre monde, et nous n´avons rien à faire dans ces conciliabules d´ancêtres qui ne sont pas les nôtres”

(Chris Maker: Y las estatuas mueren también)


“... à peine entassés les uns sur les autres, ces morceaux de matière informe arrachés à la matière iront reprendre tout doucement leur lente dérivation à travers le règne minéral qui pas un instant n´a cessé d´être le leur”

(Jean-Daniel Pollet: Bassae)


Si el barro que somos retorna al barro, la piedra que son las estatuas también pide volver a su condición originaria. 
La estatua es un artificio: material tallada, moldeada o fundida, materia constreñida, violentada. La estatua es un cuerpo extraño. No somos de piedra: su aparición desencadena reacciones apasionadas en el seno de las comunidades (polis) que ha creado, ha centrado. Se las adora o se las decapita, se las necesita o se las oculta. Su presencia actúa como un espejo que desvela nuestros prejuicios y nuestras convenciones: tememos encontrarnos con lo que nos muestra. La estatua nos saca de nuestras casillas. Nos descoloca, nos descentra. Perdemos en norte. Y reaccionamos a la desesperada. La estatua nos domina y nos reta. Se encara con nosotros. Somos marionetas que maneja. 
Pero su ruina no un final sino un principio. La piedra se desprende de la forma que la enjaula, la limita; lista para ser nuevamente manipulada. Y seguir atada al ciclo eterno de creaciones y destrucciones.
Ante las estatuas (las imágenes), nuestros ídolos, perdemos las formas –y las desfiguramos (para que no nos miren más, y para no vernos más reflejados en sus ojos). 

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