domingo, 17 de febrero de 2019

Iglesia

El cristianismo -y, posteriormente, el islam- introdujeron un profundo cambio en la manera de concebir el espacio construido: difuminaron la distinción entre el hábitat y los habitantes. La construcción era quienes habían decidido construir.
Desde que Jesús enunció las célebres palabras dirigidas al apóstol Pedro: "tú eres Pedro, y sobre esta piedra...", la casa se convirtió en la comunidad (iglesia, en griego, significa, precisamente comunidad -y no designa, en cambio, edificio alguno o, mejor dicho, designa el edificio que los miembros de la comunidad constituyen con su presencia y sus relaciones). La casa, la arquitectura, no es una construcción independiente de quienes la van a habitar. Éstos no ocupan un espacio previamente delimitado sino que la iglesia (el espacio de encuentro, de relación) se instituye cuando aquéllos deciden cohabitar. El estar juntos, el morar constituye la morada. Los muros son las leyes de convivencia que regulan las acciones; los espacios son los que unos miembros crean interactuando, "estando"  -estando presentes en el mundo. La casa es el lugar en el que permanecemos. Nuestra presencia instituye un espacio propio y compartido: un espacio de diálogo. El "logos" o la palabra -la palabra intersubjetiva-, junto con los cuerpos y los gestos -los movimientos, los desplazamientos que abren, ordenan y definen espacios- son los que instauran un espacio donde estar. Los muros físicos, en verdad, se levantan cuando cesa la convivencia, el estar -o el querer estar- juntos. Barreras, puertas, llaves, códigos suplen entonces la pérdida de "convivialidad", los acuerdos verbales que han permitido hallar y abrir un espacio de diálogo e intercambio.
El islam fue un poco más lejos en la instauración del espacio de encuentro. La mezquita ya no es el fruto de una comunidad, sino tan solo de una persona -o, a decir verdad, de una persona en su encuentro con la divinidad, de una persona ensimismada, recogida, quieta, en su aspiración hacia lo invisible. Una mezquita es el lugar dónde se reza. La esterilla o alfombra visualiza dicho espacio. Una mezquita se halla o se instaura temporalmente allí donde una persona se recoge, en un aeropuerto, un espacio doméstico o al aire libre. La morada se construye y se deshace cinco veces al día, un espacio donde solo cabe una persona, la persona que lo instituye y lo ocupa. La mezquita existe cuando el acto de recogimiento, la iglesia en el momento del intercambio y del acuerdo (entre humanos).
Ambas construcciones, sin embargo, son levantadas y existen mientras los humanos deciden hacer un alto en el camino, cavilar y estar juntos. Deciden reposar, demorarse. La casa (la arquitectura) es así el fruto de un acto de pensamiento, del deseo de permanecer en la tierra, y juntos, sin enemigos ni diferencias que se puedan solventar. La casa es lo que nos hace humanos.

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