Un texto, escrito en 1925, sobre el estado de las bellas artes en occidente, destacaba la mirada nueva y la nueva e innovadora manera de contar y de retratar la realidad del cine. La imagen en movimiento y el montaje eran los pilares que sustentaban la recreación del mundo y la creación de un mundo que solo existía por y en el cine. El sonido aún no existía. El cine era mudo. Y, sin embargo, era el lenguaje más expresivo.
El artículo destacaba las aportaciones del cine norteamericano, sueco, alemán y francés. Películas que podían contar historias durante siete horas, como en La rueda, de Abel Gance -la rueda del destino protagonizada por un personaje llamado Sísifo- o sustentarse en la inexistencia de historias, como algunas de la películas de Germaine Dulac, en las que la realidad y el sueño, la realidad y las pesadillas, los vivientes y los aparecidos, como en La mujer de ningún lugar, de Louis Delluc y Germaine Dulac, componen un fresco casi inabarcable e inaudito que revela la potencia del cine para componer mundos que echan luz sobre los más recónditos y oscuros aspectos de nuestro mundo profano. Aún cuando faltase la palabra. O quizá porque ésta no existía -y ante la cual el mundo enmudecía y se exponía.
En sucesivas entradas, mostraremos algunas de estas películas que han sido recuperadas y restauradas .
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