"El principio, Arjé (o Arkhé), es un dios que, estableciéndose (
hidrumene), entre los hombres salva (
soodzoo) todas las cosas" (Platón,
Leyes, VI, 775e)
Arjé es un nombre común que significa tanto inicio cuanto principio. Designa un punto de partida y un fundamento. Por ejemplo, los cimientos de un edificio, que son lo primero que se construye, y lo que sustenta -sin los cuáles, aquél se derrumbaría-, eran calificados de
arjai (plural de
arjé).
Arjé entra a formar parte de palabras compuestas habituales, como arqueología (el conocimiento de los fundamentos, de los restos, y de los inicios), o arquitectura (la técnica o el control de los cimientos, de lo que se instaura: las bases, en suma, de la construcción).
Arjé fue un concepto divinizado por el presocrático Anaximandro, quien lo entendía como lo que carecía de límites (un ente ilimitado,
apeiron), a la espera de ser contenido por las formas, y capaz de generar todas las formas, precisamente por su caracter indeterminado.
Platón retomó la concepción de Anaximandro.
Arjé ya no es un término usual, un concepto, sino una divinidad -que nada tenía que ver con los dioses olímpicos en forma humana-, una potencia generadora (un dios "filosófico").
Esta potencia, este principio divino, invisible, podemos suponer, se manifiesta en la tierra. Su manifestación consiste en su descendimiento, su aparición entre los seres humanos y su instalación.
Arjé se muestra y se asienta. Dicha llegada para siempre trae la salvación de todas las cosas, la humanidad, entre éstas. Y, por tanto, Platón prosigue pidiendo que todos le rindamos el honor que le conviene.
El término que se traduce por establecimiento es
hidrumene. Éste está emparentado con
hidruma, que significa construcción, fundación, morada, soporte. El verbo
hidruoo se traduce por hacer sentar, asentar, instalar, fundar, y por tanto, construir, elevar una casa.
Arjé, entonces, funda un establecimiento, construye una casa, la casa de todos. Toda vez que
Arjé es el principio, es también el modelo, modelo de actuación. Por tanto, se tiene que obrar, que construir, siguiendo las enseñanzas de
Arjé. Y quienes tienen el deber de proceder de este modo, son quienes tienen a
arjé como principio, es decir los
arjitectos.
Arjé es su inspiración, su fuente.
La actuación o intervención de
Arjé tiene una finalidad y unos resultados perceptibles: la salvación de las cosas que, sin duda, se logra. Salvar es la traducción moderna del griego antiguo
soodzoo. Sin embargo, todo y que la traducción es correcta, el verbo posee unos matices que el verbo moderno no refleja.
Soodzoo significa, literalmente, instalar bajo un techo -cobijar, proteger-, dejar vivir, guardar o preservar la memoria de algo o alguien -impidierndo, así, que desaparezca para siempre, que muera enteramente-. El substantivo
sooter se traduce por lo que salva, y
sooteria es, ante todo, la seguridad (también la salvación).
Arjé es una divinidad soteriológica. Eso significa que se trata de un dios que trae la salvación. Y dicha bendición acontece porque
Arjé, cuando desciende a la tierra, construye: delimita, habilita un espacio, espacio en el que los humanos se hallarán a salvo. Por tanto, la intervención espacial de
Arjé es "vital": trae o protege la vida. O la crea. Es fuente de vida.
La causa final de la arquitectura es la creación de espacios donde la vida (humana) pueda recogerse. La arquitectura constituye defensas (murallas, techos) contra los enemigos, y la muerte. Es un servicio público. El ser humano, dejado de la mano de dios, a la intemperie, sin una cubrición donde acogerse, ni tener un lugar donde caerse muerto, no puede sobrevivir. Le es necesario la protección, el cobijo que una casa le brinda.
La vida solo puede instalarse en la tierra tras la acción de un dios principal, el dios de los inicios,
Arjé, el dios-arquitecto.
La frase de Platón (¿para qué leer a otro pensador? -todo está en Platón-) recoge el pensamiento oriental, mesopotámico. Edificar es instaurar las condiciones (de habitabilidad) para que la vida exista. Vida para siempre, sin duda.
Arjé es ubna divinidad redentora. Vence hasta a la muerte.
¿Por qué la arquitectura, hoy, lo destruye todo?