Dos rostros sumerios (primera mitad del III milenio aC), de pequeño tamaño, en el Museo del Louvre -la máscara es una reciente adquisición.
Los ojos, bien abiertos, están en el lejano origen de la mirada hipnótica de los retratos helenístico-romano-egipcios de El Fayyum, y, más tarde, de la representación de la faz del Pantocrator, cuyos ojos espejados salvan.
En el caso de la "retratística" sumeria, sin embargo, las figuras son dobles de seres humanos, dispuestos en templos, a los pies de la divinidad, que los protege para la eternidad. Su redención se manifiesta, precisamente, a través de una mirada que parece implorante pero que, en verdad, a través de su fijeza, testimonia que el retatado -o el reemplazado- ha alcanzado una vida mejor.
La sonrisa, ente tímida y tirante, es, sin duda, el precedente (lejano aún) de la expresión de la estatuaria griega arcáica, de regusto oriental.
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