sábado, 6 de febrero de 2010

Más allá











(Para don Gregorio Luri -blog El café de Ocata-, a la vuelta de los infiernos.)
Y enmudecimos.
Ante nosotros, el joven saltaba al vacío. Desde lo alto de una alta columna, bajo un cielo innundado de luz, un muchacho atlético y desnudo se precipitaba, sin manifestar temor o duda algunos, con exultante convicción, al océano, liso y festoneado como un espejo. Abría bien los ojos. Su cuerpo espigado dibujaba una certera flecha. Dos árboles estilizados, en la costa y en una isla, parecían saludarle -o despedirle.
Mientras, unos jóvenes, semi-vestidos con túnicas, y coronados con hojas de laurel, entregados a los placeres de la música, el vino que unos sirvientes les escanciaban, la plática y el encuentro amoroso (en Grecia, solo los hombres asistían a simposios), banqueteaban, recostados sobre unos altos lechos dispuestos en ángulo contra los muros de una estancia.
Estas dos míticas escenas -el banquete y el salto- ilustraban, respectivamente, las paredes interiores y la losa superior de un sarcófago de piedra, enterrado en Posidonia (hoy Paestum, en Italia), en el siglo V aC, cuando la ciudad era una colonia griega (fundada por Jasón y los Argonautas, durante su periplo por los confines del mundo a la búsqueda del vellocino de oro, una mítica piel aúrea de becerro con la que se podía volar hacia el más allá, y dedicada al dios de los océanos: Poseidón). Excavado hace unos cuarenta años, es la obra maestra de la pintura griega.
Pese a la inexistencia de textos, las pinturas, sin duda, deben ser interpretadas conjuntamente. Las obras son religiosas (pertenecen a un contexto funerario, si bien, las efigies de los que comen y beben como del que abandona confiadamente el mundo no denotan tristeza alguna) e ilustran, posiblemente, sobre la concepción del más allá, o del viaje al más allá, y de su finalidad, en la Magna Grecia (la península itálica conquistada por colonos griegos entre los siglos VIII y IV aC). Una concepción que marca una ruptura radical con la visión penumbrosa que Grecia -o la Grecia continental- tenía del inframundo.
Las columnas desde las que el joven había saltado eran las columnas de Hércules: dos fustes, hincados en los confines del mundo (el estrecho de Gibraltar) por Heracles cuando recorrió todo el Mediterráneo luchando contra doce monstruos que asolaban los campos y ponían en peligro la vida en comunidad. Simbolizaban los límites del mundo conocido, visible; más allá, el vacío, al que accedía a través del oscuro océano que los griegos solían equiparar con el reino de los muertos (los pobladores del ponto -los peces-, en efecto, son escurridizos, y no emiten sonido alguno, como si de espectros se trataran).
Los griegos temían a la muerte, incluso a la muerte heróica en combate. Temían sobre todo a los muertos. El inframundo era concebido como un espacio poblado de sombras sedientas acechadas por monstruos.
Sin embargo, el joven intrépido no resiste a la atracción del abismo. Se lanza de cabeza, como si el viaje fuera a proporcionarle placer, un placer al menos tan intenso como el que sienten los jóvenes que festejan a su alrededor.
El cielo que cubre el océano es intensamente luminoso; las mismas aguas no son negras ni vinosas, como solían ser descritas por Homero, sino que tienen el color de un día brillante.
El joven abandona el mundo en pos de la luz. Al menos, el inframundo parece estar ornado por los mismos elementos que pueblan la tierra -árboles delicados-, una tierra firme y amada a la que los griegos se aferraban. El más allá se asemeja a una tierra prometida, fuente de placeres, o de conocimientos.
El banquete en el que participan jóvenes no muy distintos al que salta -más fuertes, más apegados a los laureles, sin embargo- es representado como un espacio gozoso. La música, el vino y el erotismo, en los que los jóvenes están inmersos durante el acto festivo, les distraen profundamente. Les saca de sí mismos. Se desan, se miran, se extravían. Entran en trance, se extasían. Y, de este modo, se olvidan de sí mismos (de su mortal condición), y de lo que les rodea. Se diría que hubieran alcanzado un nivel distinto -o superior- al que estaban habituados, un estrato sobrenatural. La fiesta en la que participan les saca de su vida, de su condición habitual, poniéndoles, por unas horas, en contacto con otro mundo, exponiéndoles a éste.
El banquete se desarrolla en las paredes interiores del sarcófago; acontece en un primer estrato, justo por encima de la base -la tierra- donde yace el difunto. Por encima, sobre el cielo de la tumba, salta el joven hacia lo desconocido.
El banquete y la despedida del mundo parecen dos actos sucesivos en pos del más allá, de una vida más allá de la vida ciotidiana, y mortal. El vino, la música (de Apolo o de Dionisos), el erotismo (la "pequeña muerte") favorecen el abandono, o la salida, del cuerpo, la pérdida de sí, que la muerte acelera y concluye.
Todos -los que se hallan en un banquete, y el que se despide de la vida-, aspiran a algo que la vida diaria, en condiciones normales, no proporciona: un conocimiento, una iluminación, que la blancura que inunda el cielo, proporciona o simboliza. Aspiran a desprenderse del cuerpo opaco -símbolo de la muerte- hacia la luz -que la muerte facilita.
Todos saltan. Y festejan, entusiasmados, el abandona de la cárcel del cuerpo, a través, precisamente, del olvido del cuerpo terrenal que el intenso placer que los sentidos exacerbados proporciona.
La muerte, entonces, es el pago por alcanzar para siempre la vida verdadera, que no se vive en la tierra, vida que, a través de los placeres, se descubre o se intuye por unas horas. El diálogo, el contacto con el otro, la música y el vino acercan al cielo, a la luz, a la que el éxtasis final, que la muerte aporta, transporta sin dilación.
Morir, parece decirnos el joven saltador, es el último paso para alcanzar la vida, la vida para siempre.
Toda la mística órfica o pitagórica, platónica o ya neoplatónica, y cristiana se halla anunciada -y sintetizada- en el nervioso rasguño que la tensa zambullida del joven abre en el sereno cielo de Posidonia.
El "saltador de Paestum" abre una vía revolucionaria en la concepción del "efímero" -el ser humano, en griego-, que preludia nuevos tiempos (y el fin de la cultura antigua centrada en el disfrute mesurado de la vida terrenal, sin ansias de inmortalidad).

sábado, 30 de enero de 2010

i-pad

(desde Napoles, sin acentos)

Orfimo, pitagorismo, epicureismo, mitraismo: la Campania, en la que se ubicaban tantas entradas a los infiernos, recorrida por viajeros en busca de redencion, como Hercules o Jason, fue una tierra fertil en interrogaciones sobre el destino humano y las relaciones entre los mortales y las potencias invisibles.

Fue cerca de Napoles donde Ciceron estudio un concepto que no tiene parangon en ninguna otra lengua indo-europea: religion. Los griegos se referian a lo sagrado, que no es exactamente lo mismo. Que es la religiom?

La etimologia de religion no es clara. Pero ambos posibles origenes son esclarecedores. Los padres de la iglesia sostenian que el termino provenia del latin religare que significa union, y se referia a los lazos establecidos entre la divinidad y el fiel.

Sin embargo, por sugerente que esta explicacion -que tanto cuadra con el neoplatonismo y el cristianismo- nos parezca, posiblemente sea erronea. Ciceron, tres siglos antes, sostenia que religion provenia de relegere (de ahi, releer) que, literalmente, significa volver sobre un mismo tema, o sobre una mismo, y evoca un ejercicio de introspeccion.
Releer consiste en reflexionar sobre lo leido, lo sabido, es volver sobre lo aprendido, en una primera lectura, para preguntarse, para cuestionar lo sabido. Implica no una apertura hacia lo desconocido, sino una vuelta sobre uno mismo, una reflexion sobre lo acontecido o lo inicialmente aprendido (acriticamente).

El objeto (sagrado) digno de estudio, es la palabra divina, la palabra divinizada, considerada como la fuente de conocimiento; la palabra que ilumina. El objeto es tambien, necesariamente, el libro -sagrado.

La palabra escrita es la palabra que nos pone en contacto con lo que nos rebasa, aquello que no conocemos pero con lo que aspiramos, mediante la meditacion, a entrar en contacto.

La lectura, o la relectura, no es un ejercicio profano, sino sagrado, pues nos enfrenta a nuestras dudas, y nos plantea cuestiones sobre nuestras creencias y lo que pensamos saber. Nos interroga. Y la respuesta esta en nosotros mismos. No son los dioses los que nos esclarecen, sino nuestra propia reflexion sobre lo que nos dicen, o lo que su palabra nos dice.

Religion no es el contacto con la divinidad fuera de nosotros, sino con nuestras propias creencias, a las que ponemos en jaque o en suspenso -y todo suspenso requiere, para ser superado, un replanteo del saber, y de las asunciones-, cuando releemos, necesariamente de manera critica, deteniendonos en cada palabra, para saber lo que, verdaderamwente nos esta diciendo, mas alla del sentido literal del termino.

La religion nos pone en contacto con el mas alla, ciertamente, el mas alla de las convenciones, de los saberes asumidos, de los gastados significados, de la literalidad, de la prosa del mundo. A la busqueda de un significado verdadero y ultimo que solo esta en nosotros.

Ciceron, fue junto con Epicuro y Platon -e Ireneo de Lion-, el mas gran pensador del mundo occidental.

viernes, 29 de enero de 2010

A la sombra del Vesubio

El blog se cierra hasta el 5 de febrero, mientras se recorren los yacimientos "nativos", griegos, etruscos y romanos cerca de la Ciudad Nueva (Neapolis, Napoles)

miércoles, 27 de enero de 2010

Adán Aliaga: La casa de mi abuela (2005)



http://www.lacasademiabuela.info/

Barcelona o la Nueva Jerusalén


Durante el entierro del padre de un amigo, esta fría mañana de enero, una palabra del sacerdote cuando el responso me recordó un tema (sin duda trillado por historiadores, geógrafos y urbanistas) que me ha fascinado: la insistente toponía religiosa de Barcelona, tanto del Nuevo como del Antiguo Testamento o, más concretamente, del Antiguo Testamento que ha perdurado en el Cristianismo, actuando de fondo o de base de la nueva religión.


Dejando de lado nombres de calles procedentes del santoral y de la corte celestial originados por la presencia de algún templo (calle de la Virgen de la Merced, por ejemplo), la toponimia del territorio -o de los distintos territorios- de la ciudad, de determinados hitos naturales, parece evocar un espacio sagrado.


Santos (Sant Martí dels Provençals, Sant Andreu, Sant Gervasi, Sants), virtudes (Gracia), dones (Bonanova), objetos litúrgicos (La Sagrera, de un sagrario o espacio sagrado) dan nombre a distintas áreas de la ciudad que se extienden por el llano y ascienden lentamente, desde el epicentro de la ciudad, en el Monte Tabor (donde se situa la catedral), hasta, pasando por el Valle de Hebrón y la colina del bíblico Carmelo (donde, oportunamente, se quiere instalar un jardín, ya que Carmelo, en árabe, significa precisamente jardín paradisiáco) en un ascenso que abandona a los santos y se centra en la única figura del hijo de dios, hasta las alturas del Tibidabo (nombre que deriva de la frase, en latín -tibi dabo: te doy-, con la que el ángel caído tentó a Jesús, desde lo alto de una cumbre, dándole todo su reino material a cambio de su alma), marginando, a la izquierda, el peñasco rocoso que da la espalda a la ciudad, el arisco Montjuich (monte de los judíos), que no se libra de connotaciones morales bíblicas.


Esta toponimia sagrada, que parece querer asociar Barcelona con Jerusalén, y que dibuja una ciudad estructurada como una iglesia donde cada elemento (columna, triforio, nave, etc.) remite a una figura celestial, desde la más baja hasta la divinidad, quizá se origine en la Alta Edad Media, cuando se forjó la leyenda medieval de la Barca Nona (de ahí la -falsa- etimología del nombre de Barcelona), la novena barca de la expedición de Jasón y los Argonautas, en pos del vellocinio de oro que, perdida, naufragó al pie del Monte Júpiter (otra etimología, sin duda fantasiosa, para Montjuic), donde fue hallada por Hércules que, tras completar su cuarto trabajo regresaba a Grecia por la costa. Tras hallar a los náufragos, fundaría Barcelona.

Hércules era un héroe, convertido en dios, en un único dios, al menos en algunos círculos imperiales en el siglo III dC, y equiparado con Cristo, el nuevo Hércules.


Dios, como el alcalde se entere, organiza las próximas olimpiadas eucarísticas en Barcelona.

Bagdad

http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2010/01/25/AR2010012502958.html?referrer=emailarticlepg

Tras los últimos atentados contra hoteles, en los que tienen lugar últimamente conferencias y congresos con participación extranjera -a fin de evitar demasiados desplazamientos por la ciudad-, el congreso sobre rehablitación urbana en ciudades iraquíes, organizado por el Ayuntamiento de Bagdad, que debería tener lugar entre los días 22 y 27 de marzo próximo, vuelve a estar en el aire.

lunes, 25 de enero de 2010

Casa hinchada



"Es la Pedrera digital" (E. Ruiz): ¿cómo no se le había ocurrido a nadie? No hay nada como una frase publicitaria, como la que ha pronunciado el autor de la obra, para hacer gran arquitectura.
El edificio de oficinas de Media-Tic (o tics), en el distrito 22@ de Barcelona, con plantas sin muros ni pilares, y fachadas de vidrio y de hinchables transparentes, es similar, obviamente, al intrincado laberinto de muros y gruesas columnas, encerrado en espesos muros pétreos que se asemejan a acantilados en los que algas se enredan, de la Pedrera, de Gaudí.
El recubrimiento a base de hinchables de hidrógeno (o algo así) solo se ha utilizado en fachadas de estadios.
Una sugerente metáfora de las relaciones laborables en un edificio de oficinas: entre el ganado y la feroz competición.