lunes, 24 de octubre de 2011

Las ruinas aguardan en el sur de Iraq

(Escrito desde un ordenador en arabe, sin acentos)

Manana, a las cinco y media de la manana -cambio de ultima hora, a las seis y media: no se sabe porque-, partimos hacia el sur. Por una carretera comarcal llegaremos a Babilonia donde nos recogera un convoy de militares del Servicio de Antiguedades, que nos llevara a Kish y de all'i a Nasiriyia, para empezar las visitas de los yacimientos arqueologicos.
Nos abrten las tumbas de Ur, nos mostraran nuevos yacimientos, pero no podremos movernos libremente, ni nos dejaran salir del hotel salvo para las visitas que las autoridades quisieran fueran lo mas cortas posibles, ya que temen por nosotros.
Preocupa ver a los iraquies preocupados por nosotros. Temen un posible secuestro, lo que, segun algunas autoridades, crearia un conflicto dificil de solucionar.
Puedes caminar a solas por la calle sin caminar, comer en una terraza estando dentro, moverte libremente estando en el hotel, viajando sin control con el ejercito y miembros del Servicio de Antiguedades. Tememos y sentimos que tengan temor. Tenemos la sensacion que somos un motivo de angustia.
Es cierto que no existe turismo en Iraq, que solo se desplazar, fuertemente custodiados, profesionales del sector petrolero.
La llegada al aeropuerto de Baghdad, hace cuatro dias, era extrana. Llegaron mas de un centenar de extranjeros, norteamericanos casi todos. Un avion entero incluso. Todos mercenarios, de los servicios privados de seguridad, que obedecian al unisono a las ordenes de un superior, como si el espacio fuera suyo. Que quiza aun lo sea.
El viaje se organiza y se deshace, se monta y se enfrenta a una pared, que se sortea antes de prepararse para una nueva montana.  Es dificil preveer nada. Solo dejarse ir, y confiar en que algo, o mucho, de lo previsto pueda llevarse a cabo. El tiempo ya no cuenta. Una actividad al dia es ya un logro. De algun modo, ensena un valor distinto del tiempo. Y de la vida.

domingo, 23 de octubre de 2011

Bagdad, un día después



 Bagdad, 18.30h

El ánimo –o los ánimos- en Bagdad cambian como cambia de súbito el viento del desierto. Ayer, algún ataque de pánico provocado por la saturación de noticias acerca de secuestros y asesinatos, vividos personalmente o de cerca por amigos bagdadíes, controles incesantes que obligan, sin que se sepa porqué a dar marcha atrás, y sobre todo, el miedo, el temor o el nerviosismo que embarga a los bagdadíes por nosotros cuando saben que viajamos sin guardias de seguridad, adoptando un “perfil bajo”. El recorrido, en coche, por desierto  barrio sunita de Adhimiyia, proscrito a los extranjeros, por las amenazas, tampoco ayudó a levantar el ánimo.
Pero, hoy, el día volvió a ser fresco, el tráfico más fluido, los controles más espaciados y menos duros, y los accesos a los edificios amables, aunque igual de dificultosos. Es cierto, sin embargo, que hemos estado en un despacho del Ministerio de Planificación que hace menos de dos años saltó por los aires, matando e hiriendo a los asistentes a una reunión: el próximo  25 de octubre se celebra el aniversario de una matanza que hundió el Ministerio, cuyo edificio ha sido reconstruido en el mismo lugar para mostrar a los terroristas que no podrán con el ánimo de la ciudad. Otros ministerios, en cambio, como el de Justicia, vecino al de Planificación, han abandonado el lugar, el centro de Bagdad, una de las zonas más peligrosas aún y más fuerte –aunque descontroladamente- vigilada.
Pronto partiremos hacia el Sur. Visitaremos unos seis yacimientos sumerios. Entre ellos un yacimiento recién descubierto gracias a una misión arqueológica de urgencia iraquí para estudiar los restos de una ciudad desconocida que la desecación de las marismas -que Saddam Hussein ordenó para acabar con las tribus, opuestas a su régimen, que allí vivían-, puso al descubierto –el mar estaba retirado centenares de metros o decenas de quilómetros-. La próxima recuperación de los humedales volverá a sepultar estos restos que han estado bajo las aguas desde hace unos tres mil quinientos años.
Las autoridades iraquíes y españolas, preocupadas por la falta de medidas de seguridad, ponen a nuestra disposición la policía arqueológica. Las tumbas de Ur, cerradas a cal y canto, podrán ser visitadas, al igual que las marismas, también vetadas habitualmente.
El desplazamiento hacia el sur requiere permisos para traspasar los numerosos controles de carretera, y las fronteras entre provincias. La provincia de Babilonia, donde se halla el yacimiento de Kish, causa cierta preocupación.
La noche ha caído a las seis de la tarde. Salimos del hotel, solos, para recorrer calles y callejuelas. Ningún extranjero; muy escasos bagdadíes. Lógicamente, nos auscultan. Los coches nos suelen pitar. Un ingeniero iraquí, con casa en California, dueño de un restaurante, nos advierte que no sigamos; que no caminemos. Nadie camina de noche. Nos sentamos en una terraza vacía para fumar un arguila. Un coche viejo mal aparcado despierta inquietud.
Y regresa el miedo.
Y, sin embargo, una patrulla, armada hasta los dientes –que unas horas antes había detenido nuestro coche-, entabla conversación, riendo; y nos pide que nos hagamos fotos con ellos.
Bagdad, entre el miedo, la suspicacia y la risa franca.


21.30: salimos del hotel para ir a cenar fuera. Calle cortada por el ejército. No sabemos qué ocurre. Nos obligan a regresar. Cena en el restaurante del hotel.

sábado, 22 de octubre de 2011

BAGDAD, 22 de Octubre de 2011


BAGDAD, 22 de Octubre de 2011

Bagdad ha cambiado desde el primer viaje en 2008. Algunas calles, como Al-Rubayat, y Khafala, han recuperado comercios; se han abierto bares musicales –mal considerados-, restaurantes y centros comerciales. La mayoría de cafés y restaurantes se ubican en la primera planta, de manera a evitar ataques de integristas. Cuando cae la noche, a las seis, esas calles siguen atestadas de luces –contrariamente al resto de la ciudad-, neones y paseantes, sombras que desfilan ante escaparates muy iluminados. Podemos caminar, pero en silencio, a fin que se nota aún más que somos extranjeros.
Aunque suelen explotar un par de coches bomba al mes –en la calle Khefala, precisamente, hace poco, con unos doscientos muertos-, el terror indiscriminado ha disminuido, o ha cambiado de rostro: el asesinato selectivo, en semáforos, y los secuestros son  corrientes. La gente camina, interiormente aterrorizada –como reconocen algunos-, vigilando los coches mal aparcados y vacíos: pero no es morir lo que les da miedo –la muerte siempre acontece, y el islam parece ofrecer cierto consuelo-, sino las mutilaciones que las bombas cargadas de metralla producen.
En general, la seguridad ha mejorado con respecto al bienio negro 2006-2007, pero con altos y bajos. En estos momentos,  la situación empeora, y se supone que se degradará hasta marzo de 2012, con la retirada definitiva del ejército norteamericano.
A las doce de la noche, como más tarde, las calles se vacían. A partir de la una de la madrugada está prohibido circular. Y los atascos, provocados por los controles, cada doscientos metros, siguen siendo importantes de noche, por las prisas de la gente en llegar a tiempo a su casa.
En dos días, hemos mostrado a los guardias el pasaporte una decena de veces, y un par obligados a dar marcha atrás. Un pasaporte es insuficiente.
Se palpa temor. Está prohibido hacer fotos en las calles. No ocurría en 2008. La policía nos ha llamada la atención.
Los controles están a cargo de la policía armada, a las órdenes del Ministerio del Interior, y el temido –pero más eficaz- ejército a las órdenes del Ministerio de Defensa. Tanques, tanquetas y camiones metálicos cortan el paso y obligan a circular en zigzag. Unos sesenta zepelines norteamericanos sobrevuelan la ciudad para localizar a los causantes de matanzas. Al parecer son eficaces.
La invasión del país, en 2003, provocó la muerte de un millón de jóvenes varones. Hoy quedan tres veces más mujeres, viudas o casaderas, que hombres.
Los altos muros de hormigón que protegen barrios y edificios, y dificultan o imposibilitan el libro movimiento, siguen aún en pie. Cada intento de desmantelarlos ha sido seguido por nuevos atentados que ha obligado a reponerlos. El cuidado del espacio público, en esas condiciones, es difícil. El servicio de recogida de basuras funciona, pero el agua carece de presión –el agua potable es privada-, y la energía procede de potentes generadores que consumen fortunas. Los esfuerzos, las inversiones se dedican a defensa, no a la recuperación del espacio comunitario.
Sin embargo, la ciudad está cambiando de aspecto. Nuevos edificios alternan con bloques que se restauran o se completan de dos modos: pintando las fachadas de hormigón con pintura industrial, ocre, rosa o azul cielo, o cubriéndolas con paneles metalizados de Alucobond, venidos de China, dorados, plateados o con colores chillones., dispuestos como un juego de ajedrez. Montados sobre guías, forran con poco gasto los edificios parcheados. Los paneles se alternan con grandes superficies acristaladas teñidos. Bagdad pierde su aspecto terroso, fundido con el desierto, y se va asemejando a la periferia de almacenes y macro-discotecas de cualquier ciudad mediterránea. Alguien ha comparado Bagdad, hoy, con Andorra.
 Pero a Bagdad se la conoce como La Ciudad de la Esperanza. No es un mote cínico. Cuando se ha perdido todo, ya solo queda la esperanza; la esperanza de que la situación mejore, y la vida segura vuelva.
 Una vida nerviosa, agotadora, recorre las calles. No queda otra.  

martes, 18 de octubre de 2011

Gudea, el arquitecto


Gudea (c. 2100 aC), The Metropolitan Museum of Art, Nueva York.
Foto: Tocho, 2011

Las tareas edilicias, en Mesopotamia (como en otras culturas), eran atribuidas a seres superiores: divinidades y sus representantes en la tierra, los reyes. En ocasiones, dioses y reyes colaboraban. Según los mitos, una vez la obra iniciada, los dioses responsables engendraban a divinidades menores que sumían trabajos muy específicos, desde el cuidado del fuego hasta la fabricación de los ladrillos.

Nada se decía de los verdaderos artífices de las obras, los “arquitectos” o los constructores. Eran solo peones. Los reyes presidían el inicio de las obras más destacadas.
La razón de esas creencias  residía en la importancia que se concedía al acto de edificar, en la imagen que se tenía de dicho gesto.

Éste, empero, no era un signo de vanagloria sino de humildad: el rey honraba a la divinidad construyéndole un templo o una ciudad. Numerosos reyes (como Ur-Nammu) fueron representados transportando útiles de construcción (cuerdas, cestos, apeos).
El trabajo del arquitecto daba lugar a un edificio o a una ciudad: espacios que ofrecían un techo protector, en los que se podía refugiar y descansar. Así pues la elevación de un edificio se asemejaba a la creación del mundo. En ambos casos, se habilitaba un lugar habitable.

En la Biblia, Yahvé es descrito como un arquitecto cercando espacios y construyendo edificios y ciudades a imagen casi del Edén. Las tablas de la ley que Yahvé entregó a Moisés contenían los planos del Arca de la Alianza. Más tarde, el propio templo de Jerusalén fue ideado y proyectado por Yahvé, quien entregó los planos y dictó la lista de materiales y los procedimientos técnicos al rey David. Después de que éste cometiera un crimen, Yahvé ordenó que el rey Salomón, hijo de David, fuera el encargado de poner en práctica la obra.
Todos los himnos reales sumerios lo proclamaban: entre las principales tareas reales, las labores constructivas ocupaban un lugar destacado junto a la guerra y la impartición de la justicia. Se trataba siempre de abrir y defender espacios en los que el hombre se sintiera seguro.

Esta creencia marcó destacadamente el reinado de Gudea, piadoso soberano del estado neo-sumerio de Lagaš (en el sur de Iraq), entre 2144 y 2124 aC. Gudea se dedicó más a construir templos que a guerrear. Así, un gran número de estatuas de diorita lo representan con las manos juntas, en actitud de sumisión ante los dioses. Dos de esas efigies lo retratan sentado con una tablilla de dibujo en las rodillas en la que está inscrita la planta del templo de Ningirsu (Señor de Girsu), el dios principal de la capital.
Esta imagen se relaciona con uno de los textos más largos y principales de la cultura sumeria: una autobiografía que, al mismo tiempo, es una memoria proyectual y constructiva, la primera de la historia. Los más de mil versos se distribuyen en columnas en la superficie de dos gruesos –y frágiles- cilindros de terracota (Museo del Louvre, París).

En el primero, Gudea cuenta un extraño sueño. Diversas divinidades masculinas y femeninas se le aparecieron. Le ordenaron construir un templo para el dios principal, le entregaron los planos que la diosa de la escritura  había trazado, y le anunciaron los días más propicios para la construcción. Al despertar, Gudea, confundido, fue a ver a su “madre”, la diosa Gatumdug, que moraba en su santuario. Ésta le interpretó las imágenes del sueño. A su regreso,  cumplió detalladamente la orden soñada. El mismo dios Enki, que había habilitado el mundo, le ayudó.
La dureza de la diorita en la que las efigies de Gudea estaban talladas, simbolizaba la duración de su reino. Aludían a la eternidad. Las estatuas, quizá pintadas, se colocaban frente a estatuas de dioses en santuarios donde se practicaba el culto a los reyes del pasado, antepasados que velaban por los vivientes. Los fieles depositaban ofrendas ante las estatuas; recibían un culto, como si Gudea fuera una divinidad. Algunas imágenes esculpidas y grabadas muestran a Gudea sosteniendo una o unas vasijas, de las que fluyen dos cursos de agua: lo identifican como el depositario, y el responsable, de la prosperidad y la abundancia de su ciudad. Gudea era el creador de templos y estatuas. El verbo (tud, literalmente, dar a vida) con el que se designaba su labor de creador –y procreador- era el mismo con el que se nombraba la acción de los dioses modelando a los humanos. De algún modo, Gudea repetía la creación: las estatuas eran seres vivos, y los templos, el mundo. Sostenía el mundo. A menos que lo que Gudea quería decir era que los humanos eran marionetas.



Roy Anderson (1943): Härlig är jorden (Mundo de gloria, 1991)



Considerado uno de los diez mejores cortometrajes de la historia

Widrich Virgil (1967): Copy Shop (2001)



Seleccionada para los Oscar en el apartado de courtometrajes, 2001

lunes, 17 de octubre de 2011

Vatroslav Mimica (1923): Samac (El solitario, 1959)





La versión animada de la película El apartamento de Billy Wilder