domingo, 23 de octubre de 2011

Bagdad, un día después



 Bagdad, 18.30h

El ánimo –o los ánimos- en Bagdad cambian como cambia de súbito el viento del desierto. Ayer, algún ataque de pánico provocado por la saturación de noticias acerca de secuestros y asesinatos, vividos personalmente o de cerca por amigos bagdadíes, controles incesantes que obligan, sin que se sepa porqué a dar marcha atrás, y sobre todo, el miedo, el temor o el nerviosismo que embarga a los bagdadíes por nosotros cuando saben que viajamos sin guardias de seguridad, adoptando un “perfil bajo”. El recorrido, en coche, por desierto  barrio sunita de Adhimiyia, proscrito a los extranjeros, por las amenazas, tampoco ayudó a levantar el ánimo.
Pero, hoy, el día volvió a ser fresco, el tráfico más fluido, los controles más espaciados y menos duros, y los accesos a los edificios amables, aunque igual de dificultosos. Es cierto, sin embargo, que hemos estado en un despacho del Ministerio de Planificación que hace menos de dos años saltó por los aires, matando e hiriendo a los asistentes a una reunión: el próximo  25 de octubre se celebra el aniversario de una matanza que hundió el Ministerio, cuyo edificio ha sido reconstruido en el mismo lugar para mostrar a los terroristas que no podrán con el ánimo de la ciudad. Otros ministerios, en cambio, como el de Justicia, vecino al de Planificación, han abandonado el lugar, el centro de Bagdad, una de las zonas más peligrosas aún y más fuerte –aunque descontroladamente- vigilada.
Pronto partiremos hacia el Sur. Visitaremos unos seis yacimientos sumerios. Entre ellos un yacimiento recién descubierto gracias a una misión arqueológica de urgencia iraquí para estudiar los restos de una ciudad desconocida que la desecación de las marismas -que Saddam Hussein ordenó para acabar con las tribus, opuestas a su régimen, que allí vivían-, puso al descubierto –el mar estaba retirado centenares de metros o decenas de quilómetros-. La próxima recuperación de los humedales volverá a sepultar estos restos que han estado bajo las aguas desde hace unos tres mil quinientos años.
Las autoridades iraquíes y españolas, preocupadas por la falta de medidas de seguridad, ponen a nuestra disposición la policía arqueológica. Las tumbas de Ur, cerradas a cal y canto, podrán ser visitadas, al igual que las marismas, también vetadas habitualmente.
El desplazamiento hacia el sur requiere permisos para traspasar los numerosos controles de carretera, y las fronteras entre provincias. La provincia de Babilonia, donde se halla el yacimiento de Kish, causa cierta preocupación.
La noche ha caído a las seis de la tarde. Salimos del hotel, solos, para recorrer calles y callejuelas. Ningún extranjero; muy escasos bagdadíes. Lógicamente, nos auscultan. Los coches nos suelen pitar. Un ingeniero iraquí, con casa en California, dueño de un restaurante, nos advierte que no sigamos; que no caminemos. Nadie camina de noche. Nos sentamos en una terraza vacía para fumar un arguila. Un coche viejo mal aparcado despierta inquietud.
Y regresa el miedo.
Y, sin embargo, una patrulla, armada hasta los dientes –que unas horas antes había detenido nuestro coche-, entabla conversación, riendo; y nos pide que nos hagamos fotos con ellos.
Bagdad, entre el miedo, la suspicacia y la risa franca.


21.30: salimos del hotel para ir a cenar fuera. Calle cortada por el ejército. No sabemos qué ocurre. Nos obligan a regresar. Cena en el restaurante del hotel.

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