¿Qué hubiera ocurrido, en los años cincuenta, si el ayuntamiento franquista de Barcelona, hubiera recibido una petición de préstamo de un monumento público, representando a un personaje adicto al régimen, de un conocido artista para una exposición antológica dedicada a este artista?
Supongo que la reacción desaforada de los cargos políticos franquistas hubiera sido fulminante: expedientar a aquellos probos funcionarios que, por cuestiones artísticas y no políticas, hubieran aceptado la solicitud de préstamo y hubieran retirado temporalmente el grupo escultórico, como acontece habitualmente cuando una exposición requiera la presencia de una obra en buen estado que no ha sido previamente solicitada por otra institución.
Esta reacción hubiera sido previsible en los años cincuenta, en pleno franquismo.
Pero no hubiera acontecido solo por el aquel entonces.
También hoy, en 2019, altos cargos políticos de ayuntamientos, temerosos de la oposición, expedientan a funcionarios sensibles que cumplen con su trabajo y permiten la difusión de la cultura y la presencia de obras públicas en exposiciones, porque consideran que las obras deben conocerse y valorarse por sus cualidades estéticas y no por su contenido, un tipo de reacción propia de culturas que aún creen en la identidad de imágenes y modelos, y confunden una obra con lo que representa. Esos cargos tienen a su cargo la cultura de una ciudad.
Con la iglesia siempre topamos.
jueves, 2 de mayo de 2019
Perder la cabeza: Instalación del Monumento a Companys, de Francisco López, en el pabellón catalán en la Bienal de Arte de Venecia, 2019
Fotos: Tocho, dos de mayo de 2019
A las dificultades de trabajar en Venecia, por los problemas de transporte de material pesado - todo tiene que traerse en barca, el mar puede estar embravecido- y la irregularidad e inestabilidad del suelo, se suman el peso y el tamaño de ciertas obras que forman parte de la exposición Perder la cabeza (ídolos) que el pabellón catalán presenta este año en la Bienal de Arte de Venecia.
Entre éstas, destaca una estatua alegórica de Companys, del escultor realista, ya fallecido, Francisco López, expuesta habitualmente en la vía pública (Paseo de San Juan, cerca del Arco de Triunfo) en Barcelona. Se trata de un bronce de unos trescientos quilos y dos metros y medio de altura.
Extraer la obra de la jaula de madera en la que se ha transportado hasta Venecia y desplazarla por el pabellón hasta el lugar asignado ha conllevado una tarde de sudores, nervios y agujetas, colgada con múltiples cadenas de hierro de una alta viga de madera, base de una cercha, que crujía.
Halló finalmente su sitio.
(Agradecimientos a Favio Monza y a las personas del equipo de Artpercent por haber logrado lo que no hubiéramos podido llevar a cabo sin su entrega, esfuerzo y lucidez)
martes, 30 de abril de 2019
Alzamiento (Instalación de una estatua en el pabellón catalán en la Bienal de Arte de Venecia, 2019)
Filmaciones: Tocho, abril de 2019
Genaro Iglesias, un olvidado escultor catalán del siglo XX -tan olvidado que la fecha de su nacimiento se desconoce incluso-, fue un republicano, represaliado tras la Guerra Civil y condenado a no poder acercarse a Barcelona a menos de ciento cincuenta quilómetros a la redonda.
Se instaló en Balaguer (Lérida), malviviendo de los escasos encargos que recibía.
Entre éstos, un Monumento a los Caídos público que el General Franco inauguraría en 1963.
La composición estaba fijada con precisión: un soldado armado besando una bandera.
Una primera propuesta fue rechazada por el gobierno local: el soldado estaba desnudo.
La segunda versión sí se llevó a cabo. Era un bronce de cuatro metros y medio de alto y trescientos quilos de peso, fundido -en secreto- en Barcelona.
Mas, ¿respondía al encargo -pese a que fuera inaugurado por el jefe del Estado?
El soldado no era tal, sino un campesino; el arma, una azada; el casco, abandonado; la rodilla izquierda apoyada en la tierra; y la bandera, una especie de mástil, que recordaba vagamente a una pirámide.
A principios de los años ochenta del siglo pasado, con la llegada de los primeros ayuntamientos democráticos, el monumento fue retirado y almacenado.
El pasado republicano del escultor, su condición de represaliado por el gobierno franquista, y la ambigua o compleja iconografía del monumento han llevado a reconsiderar el ocultación del grupo escultórico.
Tras su presentación en la exposición Perder la cabeza -dedicada a las complejas vidas de monumentos públicos en Cataluña, adorados, retirados o destruidos recientemente-, en el pabellón catalán en la Bienal de Venecia de este año, la suerte de este imponente monumento, de regusto art decó, podría cambiar.
Hoy se ha alzado en la exposición que se está montando.
Agradecimientos al Excmo. Sr. Alcalde de Balaguer y a Carme Alós, directora del Museo de la Noguera de la misma ciudad, así como a Favio Monza y el equipo de Artpercent por haber logrado lo que parecía imposible: transportar el bronce a Venecia y levantarlo en el pabellón.
DAVID LEO GARCÍA (1989): LO FETAL (2019)
LO FETAL
“Dichoso el concejal apenas sensitivo
y más el diputado, porque éste ya no siente,
que no hay mayor coñazo que el de ser receptivo
hacia esos problemillas con que incordia la gente.
Hablar sin saber nada, refugiarse en lo incierto
y en cabezas de turco que deban un favor;
y el hallarse seguro de a quien cargarle el muerto
y estar por mí y por todos mis compañeros, por
los que se carbonizan y los que nos helamos,
y aquella asesoría donde enchufar tus primos
y el consejo que alienta con sus grandes reclamos,
¡y no saber si los votamos
o si les escupimos...!”
(David Leo Garcia)
“Dichoso el concejal apenas sensitivo
y más el diputado, porque éste ya no siente,
que no hay mayor coñazo que el de ser receptivo
hacia esos problemillas con que incordia la gente.
Hablar sin saber nada, refugiarse en lo incierto
y en cabezas de turco que deban un favor;
y el hallarse seguro de a quien cargarle el muerto
y estar por mí y por todos mis compañeros, por
los que se carbonizan y los que nos helamos,
y aquella asesoría donde enchufar tus primos
y el consejo que alienta con sus grandes reclamos,
¡y no saber si los votamos
o si les escupimos...!”
(David Leo Garcia)
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El sueño de una sombra,
Modern Times
lunes, 29 de abril de 2019
MICHAEL WOLF (1954-2019): LIFE IN CITIES (VIDA EN CIUDADES, 1994-2019)
Cada habitante, cada familia posee bienes propios, discretos u ostentosos, escasos o en abundancia, que descubre siquiera involuntaria, irremediablemente, colgados a secar en un balcón, o guardados en una galería que mira, como todas, a un patio en el que posiblemente el sol no llegue a alcanzar.
El fotógrafo alemán Michael Wolf, recientemente fallecido, ha retratado durante tres decenios las ciudades de Hong Kong y de París, donde ha vivido: bloques-colmena, tan altos y tan anchos que impiden ver la tierra y el cielo, compuestos por una sucesión, una superposición interminable, inabarcable, de ventanas y balcones indistinguibles los unos de los otros pero en los que, sorprendentemente, se descubre, si se mira bien, detalles personales de cada persona o de cada grupo -ropa, un tendedero, una bicicleta, un mueble retirado, o pilas de libros que ya no caben en los pisos diminutos- que convierten cada nicho en un núcleo reconocible y propio.
Del mismo modo, cada piso se proyecta en una chimenea, y se conecta mediante tuberías -de agua, de luz, de gas, de cables de teléfono- a una red aérea o subterránea, organizada como los nervios de un cuerpo, por donde transitan las necesidades y los deseos de cada habitante. Ni los tejados ni las chimeneas destacan contra el cielo, ni las tuberías llegan hasta el suelo, pero cada uno de estos elementos bien visibles remiten a un individuo o a un grupo de personas, cada una con una manera propia de vivir, en medio de una red indiferente y que, sin embargo, son un reflejo o un acicate de lo que cada uno de nosotros requiere o sueña.
El estudio de las formas de vida no puede prescindir del ojo, cerrado hace cuatro días, de Michael Wolf.
domingo, 28 de abril de 2019
Perder la cabeza (To Lose Your Head): primer día de montaje del pabellón catalán en la Bienal de Arte de Venecia, 2019)
Filmaciones: Tocho, abril de 2019
Puerto de Venecia, cerca de la Plaza de Roma, aún en tierra firme. Ocho de la mañana. El día, gris; se anuncia lluvia. Un largo camión, venido de Barcelona, llegado de madrugada, tras dos días de carretera, dobla una curva y entra lentamente en el área de aparcamiento atestado ya de grandes vehículos. Por las marcas destacadas en los contenedores, se adivina que todos transportan obras de arte y material para los ochenta y siete pabellones nacionales y los veintiuno que forman parte de los Eventos Colaterales: más de cien pabellones, entre cinco y diez mil obras de arte, de géneros, formas y tamaños distintos. Los camiones se agolpan, se entorpecen. Las grúas ya actúan. Los trabajadores del puerto se ufanan de un lado a otro, entre órdenes contradictorias a voz de grito.
Pronto, se descargará el camión que trae material y obras para el pabellón de Cataluña en la Bienal de Venecia. La gruesa lona de plástico roja que envuelve el contenedor ha sido rajada de noche. Nada, sin embargo, parece haber sido robado o dañado.
Barcas, anchas y muy bajas, ya surcan la laguna, de un lado a otro, hacia adelante o hacia atrás, entre los "vaporettos" de línea regular.
Una carretilla mecánica desciende jaulas de madera envueltas por una doble capa de plástico tensado, a través de las cuáles se adivinan desdibujadas, como tras un cristal empañado, estatuas ensombrecidas que se enfrentan como espectros. Una alta grúa, con un potente brazo mecánico que podría casi tocar las nubes bajas que amenazan, alza las jaulas de un tirón, que apenas tiemblan como si no pesaran, recortadas contra el cielo gris, girando sobre sí mismas, balanceadas por el viento y el giro de la máquina, y las depositan, perfectamente encajonadas como fichas en una caja, en una de las dos barcas disponibles, ya cargadas de cajas.
El trayecto, por una laguna de aguas sorprendentemente encabritadas, dura cuarenta minutos, cruzando arcos bajos de puentes, por el que apenas se deslizan las barcas, dejando atrás, a la derecha la iglesia del Redentore, en la isla de la Giudecca, casi enfrente de la torre y del palacio ducal, lejos, a la izquierda, hasta el muelle, en la tranquila isla de San Pietro, cerca del cual se halla un hangar de ladrillo que suele acoger góndolas y que, cada verano, acoge la participación catalana a la bienal de arte o de arquitectura.
Todo el material, acarreado sobre plataformas arrastradas y empujadas por una decena de trabajadores, se encuentra ya en el recinto. Las estatuas parecen haber llegado intactas.
Llueve a mares.
Mañana lunes se empezará a montar.
Agradecimientos a Favio Monza, sin cuyo trabajo no se habría podido llegar indemne hasta el primer día de montaje.
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